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Críticas a la policía y a Martínez Almeida por la rebelión de los Cayetanos:
Risto: "Almeida, esto no es libertad de expresión es fastidicar el trabajo de todos, y la policía ni está ni se le espera".
“Las banderas de España no protegen contra el coronavirus, no son hidroalcohólicas".
Vox trata de apropiarse de los valores de la izquierda para llevar su rebelión contra Sánchez a los barrios pobres
Abascal muestra una especial habilidad para
acabar con la realidad y crear un universo paralelo alternativo donde
la extrema derecha canta el Bella Ciao al grito de “libertad, libertad”
En su intento de rebelión contra el
estado de alarma de Pedro Sánchez,
las derechas españolas se están apoderando de las ideas y símbolos
tradicionales de la izquierda.
Un ejemplo perfecto lo tenemos en las
caceroladas de ricos que se montan cada tarde en el madrileño barrio de Salamanca al grito de
“libertad, libertad”, “no pasarán” o “Madrid,
foco de resistencia”, eslóganes que siempre fueron empleados por la izquierda
no solo durante el asedio de las tropas nacionales sobre la capital de España durante la Guerra Civil, sino también durante la Transición, cuando los partidos socialistas y comunistas veían
cerca la muerte de Franco.
Sorprende
que en ese intento de abducción del alma del rival político los “borjamaris” y “cayetanos” estén entonando, cacerola en mano y sin ningún pudor,
el Bella
Ciao, la popular canción que se convirtió en todo un himno de los
partisanos italianos en su lucha contra las fuerzas nazis de ocupación durante
la Segunda Guerra Mundial.
Ciertamente, el fenómeno resulta fascinante, sorprendente, y cualquier día vemos a los manifestantes millonarios de Núñez de Balboa ataviados con gorras del Che Guevara,
el pin anarco en la solapa y gritando aquello tan rojo de “a las
barricadas, a las barricadas”, el eslogan que se hizo célebre durante
nuestra fratricida contienda civil.
Diríase que esta “derecha
libertaria” busca ansiosamente la fórmula mágica que le permita romper
un techo electoral que parece infranqueable, ya que la mayoría de los
españoles siguen teniendo muy presente lo que significó la experiencia
traumática de la dictadura y hasta el momento no compran el producto de
forma masiva (los 52 escaños de Vox dan para armar alboroto en el Congreso pero no para hacer historia de España).
Otro buen ejemplo de esta especie de fagocitación, usurpación o
posesión de los valores tradicionales de la izquierda a manos del nuevo
falangismo postecnológico pudo verse en la última sesión del Congreso de los Diputados celebrada la pasada semana, cuando Santiago Abascal,
líder de la formación ultra, subió a la tribuna de oradores y se
proclamó firme defensor de los derechos de los homosexuales, un
colectivo que no solo fue perseguido sino exterminado por los fascismos
del siglo XX, también por el régimen del general Franco,
a quien Vox trata de maquillar y rehabilitar como un hombre bondadoso y
compasivo que en cuarenta años de pesadilla no fue capaz de hacer daño
ni a una mosca.
“Nos podrá etiquetar e insultar como quiera, pero a
nosotros nos importan los españoles independientemente de su color,
edad, sexo y orientación sexual”, exclamó Abascal, a quien por un
momento toda España vio subido a una carroza del Orgullo Gay, ya totalmente transformado en un activista por los derechos LGTBI, y más aún, en uno de esos fornidos muchachotes disfrazados con redecillas, cueros, látex y carmín en los labios.
La inesperada puesta en escena de Abascal dejó boquiabiertos a Pedro Sánchez, Carmen Calvo y Pablo Iglesias,
que por un instante se miraron estupefactos al no entender nada.
Con
una habilidad y una rapidez tan letal como la que muestra el
coronavirus, el enemigo político ultra se estaba metamorfoseando ante
sus propios ojos y los tres se preguntaron a qué clase de bicho extraño y
mutante se estaban enfrentando en realidad.
Fue ahí donde se vio que
Abascal puede ser como uno de esos personajes de las películas de
ciencia ficción capaz de transformarse en cualquier especie animal o
vegetal, en hombre, en mujer, en león, en gato o en palmera, como el
gran Mortadelo.
Abascal puede ser cualquier cosa que
quiera ser porque el nuevo populismo demagógico que estamos padeciendo
es una bestia política que se alimenta de todo, que come allá donde
puede, y que caza a sus presas tanto en los oasis pijos de Madrid como
en las junglas de Vallecas.
Vox no está sujeto a una estricta
ideología, es simplemente Vox: un partido fast
food que vive del tuit faltón, del bulo, de la provocación y de tratar de desmontar
el establishment político e intelectual, ese ente odiado tanto por la nobleza
como por las masas desarrapadas y sin futuro.
Hemos cometido el gran error de
confundir a Vox simplemente con un partido fascista al uso y no solo es eso.
Es
franquista sí, pero también es antisistema, polivalente, transversal, ácrata y
contracultural.
Como ente mutante perfectamente adaptado a los actuales tiempos
de la posverdad, Vox puede ser lo que quiera ser (o al menos aparentarlo): reaccionario,
de derecha clásica, de ultraderecha, populista, de centro, defensor del obrero humillado,
representante de las clases medias, elitista y aristócrata, pro sindicato
vertical, totalitario, liberal, defensor de los derechos y libertades civiles,
constitucional, monárquico, garante de los Principios
Generales del Movimiento Nacional, homófobo y activista gay, xenófobo y
acogedor de los inmigrantes con contrato legal, europeísta y euroescéptico, todo
ello según se levante Abascal esa mañana.
Porque Vox es Vox, sin programa ni
línea editorial. Un producto mucho más complejo y peligroso de lo que nos
creemos. Por eso sus manifestantes pijos de Núñez de Balboa invocan la libertad
(como el más ferviente demócrata y republicano), incluso apropiándose de los
valores de la izquierda tradicional.
Por eso un día defienden la dictadura
militar, el tejerazo y el genocidio nazi y al siguiente van de puristas de la
democracia parlamentaria, de humanistas y de ángeles custodios de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, como si esa carta magna hubiese sido obra del mismísimo Hitler.
Conviene no infravalorar al engendro.
Conviene no menospreciar el
poder de este tiburón atrapalotodo que a fuerza de negacionismos,
mentiras y cuatro frases manidas que han calado en las mentes (tanto en
las simples como en las más preparadas) ha sido capaz de acabar con la
realidad, con la memoria histórica y con la democracia tal como la
conocíamos hasta ahora para imponer un universo paralelo.
No en vano, la
extrema derecha siempre renunció a la verdad para construir su propia
verdad.
Un mundo mítico de héroes y banderas que se lo traga tanto el
pijo convencido de tener una misión que cumplir (la defensa de la
libertad frente a un comunismo inexistente) como el obrero precario o el
parado que sueña con ser rico algún día.
https://diario16.com/vox-trata-de-apropiarse-de-los-valore…/
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