Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que difundir los
bulos, numeritos y obras teatrales de Vox resulta contraproducente, que
este es justamente el método con el que han logrado entrar en el
Congreso con más de medio centenar de diputados desde aquellos días, no
tan lejanos, en que iban a Gibraltar a plantar una bandera gigante y
terminaban haciendo la competencia a los monos.
Precisamente en el
estrecho de Gibraltar fundó una ciudad Anteo, el gigante de la mitología
griega que recibía la fuerza de su madre, la Tierra, y que quería
construir una montaña hecha a base de calaveras humanas.
Anteo estuvo a
punto de derrotar a Hércules: por tres veces, el héroe lo derribó y por
tres veces Anteo se levantó del suelo con renacido ímpetu hasta que
Hércules comprendió el truco, lo alzó en vilo y lo estranguló sin
soltarlo.
La estrategia de Steve Bannon, la mano negra de la ultraderecha
mundial, copia la retroalimentación de Anteo pasada por el filtro de los
viejos agentes artísticos de Hollywood: que hablen de uno, aunque sea
bien. Mucho ruido, mucho humo, mucho postureo y las portadas van cayendo
una detrás de otra.
En este sentido, seguramente lo que sigue no sea
más que una amplificación, un eco del incidente con que la prensa, la
radio y la televisión han rellenado páginas y minutos durante todo el
fin de semana: la pedrada a la diputada de Vox, Rocío de Meer, en un
mitin en Sestao.
Sin embargo, nunca he creído que la táctica del
avestruz sirva de mucho a la hora de afrontar a un monstruo, más aun a
un monstruo que se alimenta de tierra y de toda la porquería que hay
encima y debajo de la tierra.
¿Hubo pedrada o no hubo pedrada? Es difícil decirlo, porque las
versiones se fueron solapando una encima de otra y muy pronto aquello,
más que una pedrada, parecía la famosa secuencia del cruce de piernas de
Sharon Stone. Al parecer, la primera versión del incidente cuenta que
de Meer se dio un golpe con una cámara de televisión en medio del
tumulto con que los manifestantes recibieron a Vox.
No obstante, la
versión oficial, sostenida por la propia diputada y rápidamente
difundida en medios y redes sociales, asegura que el corte en la ceja y
el hilo de sangre que bajaba por la mejilla fue causado por una piedra
arrojada por un vándalo desde la multitud.
Ahí es donde empezaron las
dudas porque, en primer lugar, nadie encontró la piedra, y en segundo
lugar, la herida parecía insignificante, por no decir otra cosa. Un día
después, el sábado, Pablo Echenique aseguraba que la sangre, en
realidad, era ketchup, mientras otros decían que quizá se les había ido
la mano con la mercromina.
Lo cierto es que lo único que habría podido aclarar los hechos, un
parte de lesiones, todavía no había hecho acto de aparición, y al día
siguiente, en Irún, Rocío de Meer no mostraba herida, ni cicatriz, ni
hematoma, ni siquiera una tirita para disimular.
Ella misma explicaba en
su cuenta de twitter cómo no habían tenido acceso a un centro médico
porque habían estado bloqueados ante el acoso de los manifestantes, que
le habían practicado una cura de urgencia allí mismo y que por suerte no
había necesitado visitar un hospital con posterioridad.
Añadía además,
para los incrédulos, que si hubiera sido un invento, se habría puesto
una tirita y que "si supiera disimular la sangre tan bien, habría tenido
un parte médico maravillosamente simulado también". Lo más curioso es
que el parte médico apareció al fin, en Logroño y fechado con dos días
de retraso.
Fuese como fuese, la pedrada cuántica resultó un completo éxito para
Vox: ni siquiera la hubiesen necesitado para demostrar una vez más su
pericia a la hora de hacer una llave de judo y aprovechar el peso del
adversario. Fueron a Sestao a provocar y consiguieron que una diputada
por Almería, que hace poco reclamaba al ejército un golpe de estado,
luciera como una mártir de la democracia.
Tal vez exageraron el
victimismo, porque bastaba contemplar la tangana montada en torno al
acto de Vox para concluir que se trataba de un espectáculo inaceptable.
Con lo fácil que hubiera sido dejarlos solos con los cuatro gatos que
habrían acudido a su teatro callejero. Con lo fácil que es no acudir a
un mitin de Vox.
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