Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


lunes, 29 de junio de 2020

La pedrada



Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que difundir los bulos, numeritos y obras teatrales de Vox resulta contraproducente, que este es justamente el método con el que han logrado entrar en el Congreso con más de medio centenar de diputados desde aquellos días, no tan lejanos, en que iban a Gibraltar a plantar una bandera gigante y terminaban haciendo la competencia a los monos. 


Precisamente en el estrecho de Gibraltar fundó una ciudad Anteo, el gigante de la mitología griega que recibía la fuerza de su madre, la Tierra, y que quería construir una montaña hecha a base de calaveras humanas. 


Anteo estuvo a punto de derrotar a Hércules: por tres veces, el héroe lo derribó y por tres veces Anteo se levantó del suelo con renacido ímpetu hasta que Hércules comprendió el truco, lo alzó en vilo y lo estranguló sin soltarlo.


La estrategia de Steve Bannon, la mano negra de la ultraderecha mundial, copia la retroalimentación de Anteo pasada por el filtro de los viejos agentes artísticos de Hollywood: que hablen de uno, aunque sea bien. Mucho ruido, mucho humo, mucho postureo y las portadas van cayendo una detrás de otra.


 En este sentido, seguramente lo que sigue no sea más que una amplificación, un eco del incidente con que la prensa, la radio y la televisión han rellenado páginas y minutos durante todo el fin de semana: la pedrada a la diputada de Vox, Rocío de Meer, en un mitin en Sestao. 


Sin embargo, nunca he creído que la táctica del avestruz sirva de mucho a la hora de afrontar a un monstruo, más aun a un monstruo que se alimenta de tierra y de toda la porquería que hay encima y debajo de la tierra.




¿Hubo pedrada o no hubo pedrada? Es difícil decirlo, porque las versiones se fueron solapando una encima de otra y muy pronto aquello, más que una pedrada, parecía la famosa secuencia del cruce de piernas de Sharon Stone. Al parecer, la primera versión del incidente cuenta que de Meer se dio un golpe con una cámara de televisión en medio del tumulto con que los manifestantes recibieron a Vox. 


No obstante, la versión oficial, sostenida por la propia diputada y rápidamente difundida en medios y redes sociales, asegura que el corte en la ceja y el hilo de sangre que bajaba por la mejilla fue causado por una piedra arrojada por un vándalo desde la multitud.


 Ahí es donde empezaron las dudas porque, en primer lugar, nadie encontró la piedra, y en segundo lugar, la herida parecía insignificante, por no decir otra cosa. Un día después, el sábado, Pablo Echenique aseguraba que la sangre, en realidad, era ketchup, mientras otros decían que quizá se les había ido la mano con la mercromina.


Lo cierto es que lo único que habría podido aclarar los hechos, un parte de lesiones, todavía no había hecho acto de aparición, y al día siguiente, en Irún, Rocío de Meer no mostraba herida, ni cicatriz, ni hematoma, ni siquiera una tirita para disimular.


 Ella misma explicaba en su cuenta de twitter cómo no habían tenido acceso a un centro médico porque habían estado bloqueados ante el acoso de los manifestantes, que le habían practicado una cura de urgencia allí mismo y que por suerte no había necesitado visitar un hospital con posterioridad.


 Añadía además, para los incrédulos, que si hubiera sido un invento, se habría puesto una tirita y que "si supiera disimular la sangre tan bien, habría tenido un parte médico maravillosamente simulado también". Lo más curioso es que el parte médico apareció al fin, en Logroño y fechado con dos días de retraso.


Fuese como fuese, la pedrada cuántica resultó un completo éxito para Vox: ni siquiera la hubiesen necesitado para demostrar una vez más su pericia a la hora de hacer una llave de judo y aprovechar el peso del adversario. Fueron a Sestao a provocar y consiguieron que una diputada por Almería, que hace poco reclamaba al ejército un golpe de estado, luciera como una mártir de la democracia.


 Tal vez exageraron el victimismo, porque bastaba contemplar la tangana montada en torno al acto de Vox para concluir que se trataba de un espectáculo inaceptable. Con lo fácil que hubiera sido dejarlos solos con los cuatro gatos que habrían acudido a su teatro callejero. Con lo fácil que es no acudir a un mitin de Vox.





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