Limpiando al rey desesperadamente
Hasta hace muy poco, concretamente hasta 1901, existía en
Gran Bretaña una noble profesión que consistía en limpiar el culo del
rey. Según cuenta una entrada de Strambotic, que a su vez resume un
artículo de Historic-U.K., el cometido del Groom of the Stool era
mantener en perfecto estado de revista el trasero real, lo que requería
cargar una silla fabricada ex profeso con un agujero, apartar los
pesados ropajes que llevaban encima los monarcas, darle conversación
durante el tránsito intestinal y limpiarle luego a conciencia, lo cual
no dejaba de ser engorroso en una época en que escaseaba tanto el papel.
Al contrario de lo que se pudiera suponer, se trataba de un cargo de
mucho prestigio, ambicionado por los jóvenes vástagos de las grandes
familias hasta el punto de que uno de los nueve "novios del taburete" de
los que disfrutó George III llegó a alcanzar el puesto de Primer
Ministro.
En España, que se sepa, el oficio nunca prosperó, aunque visto el
caudal de lameculos que han salido en defensa del rey emérito, está
claro que no sería por falta de candidatos. Ahora, además, no hay ningún
problema con el papel, especialmente papel de periódico.
Dalí, siempre
obsesionado con la escatología, cuenta que en El Escorial los grandes
pintores iban al cagadero real para ampliar los colores de su paleta,
mientras que en Francia, tras el nacimiento del Delfín, se recogía la
mierda del pequeño heredero al trono y se pedía a los grandes pintores
de la corte que se inspirasen en el cromatismo de los moñigos
principescos.
Hoy día, entre las toallitas húmedas y los retretes con
chorro a presión incorporado, el sirviente íntimo parece una figura
innecesaria, sólo que los excrementos metafóricos son mucho más
difíciles de quitar y precisan de operaciones bastante más delicadas que
el papel higiénico.
La más espectacular, por el personal implicado en ella, es el
manifiesto que han firmado más de setenta ex ministros, ex presidentes
autonómicos y altos cargos defendiendo la figura del rey, reprochando la
investigación emprendida para aclarar sus numerosos delitos fiscales y
lamentando el escándalo de su huída a Emiratos Árabes Unidos.
Se trata
de un auténtico catálogo de figurones de la Transición, tanto del PSOE y
del PP como de la extinta UCD, quienes coinciden en alegar la
presunción de inocencia de Juan Carlos, sin caer en la cuenta de aquella
vieja sentencia atribuida a Julio César que viene a decir: "La mujer
del César, además de serlo, debe parecerlo".
Un dicho que podría
extenderse más que a su mujer al propio César, en este caso un hombre
virtualmente blindado durante décadas por un bochornoso artículo de la
Constitución Española, y que lleva tiempo apareciendo en la prensa
europea asociado a escándalos de corrupción, blanqueo de capitales y
repugnantes adulterios.
Entre el ser y el parecer, el propio Juan Carlos sería el primero en
preguntarse qué habrá hecho él distinto a sus antepasados, una histórica
ristra de rijosos, ladrones y holgazanes de marca mayor.
Por lo demás,
difícilmente podría construirse una lista de abogados defensores más
apropiada que la encabezada por Martín Villa, un ministro de raigambre
franquista acusado de varios delitos de homicidio y crímenes contra la
humanidad; Esperanza Aguirre, una ex presidenta que amamantó una banda
de cuatreros a sus faldas e imputada en diversas tramas corruptas; y
Alfonso Guerra, el chistoso vicepresidente que tuvo que dimitir,
implicado en una acusación de tráfico de influencias en medio del
proceso contra su hermano Juan Guerra.
Visto el percal, en la lista de
novios del taburete borbónico únicamente faltaban otros personajes
esenciales de la Transición, como Mario Conde, Roldán o el Dioni. Normal
que el rey haya decidido exiliarse con los amigos del Golfo.
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