Su ideología es la muerte.
Son los herederos ideológicos de quienes
mataron a nuestros abuelos, de quienes los tiraron a cunetas inmundas,
de quienes violaron a nuestras abuelas después de quedar viudas, de
quienes sacaron a nuestras madres de la escuela con ocho o nueve años
para ponerlas a fregar de rodillas los suelos por donde escupían el puro
o caían borrachos después de una buena jarana.
Son los hijos y
nietos de quienes raparon a nuestras abuelas y las pasearon en ropa
interior por el pueblo con la única finalidad de humillarlas.
Son ellos, los herederos de quienes se follaron a todos aquellos maricones y travestis en la oscuridad de la noche pero de día los ejecutaban en el paredón como si no supieran quiénes eran.
Son los mismos que
necesitaban ir armados y ser media docena para detener a un solo hombre
bueno, despojarlo de su casa, su familia, llevárselo a una prisión
inmunda, hacerlo desaparecer y sacarlo de madrugada en una saca para
dispararle por la espalda en la tapia de cualquier cementerio.
Son
los que mataron a Federico García Lorca; a Blas Infante; a Octavio, el
padre de Angustias, quien ha muerto con 90 años sin poder saber dónde
llevarle flores al cuerpo del hombre que le dio la vida.
Son los
mismos que fueron a buscar al hijo y marido de Luisa, una mujer que huyó
con sus cinco criaturas desde Córdoba hasta Jaén para salvar el pellejo
de ella misma y de los cuatro hijos que le quedaban.
Sacerdotes de la muerte incapaces de hacer crecer nada bueno a su paso.
Son los
funcionarios de las prisiones franquistas, los vecinos chivatos que a
tanta gente delataron durante la dictadura o el muerto de hambre con el
estómago lleno que por eso cree que ya forma parte de la familia del
señorito.
Son los mismos que mataron a los abogados laboralistas de
Atocha, en plena Transición, mientras defendían los derechos de los
trabajadores más humildes. Son los herederos de quienes dieron el golpe
de Estado contra la democracia española en 1936, el frustrado del 23F de
1981 y los que lo darían de nuevo, mañana si pudiesen.
Son los
ídolos de quienes matan cada año a casi 100 mujeres porque se piensan
que son suyas. Son los mismos que encerraban a Manolita en el cementerio
de su pueblo para que los turistas no vieran que era transexual en los
años 60.
Son los mismos que se subastaban a los jornaleros andaluces
y extremeños en la plaza del pueblo como hacían los esclavistas con los
negros antes de subir a las galeras de los barcos. Son los mismos que
abusaban sexualmente de las criadas, las quedaban preñadas y, cuando
parían, las despedían sin reconocer al bebé y manchando la reputación de
la víctima para toda su vida.
Son los herederos de quienes llenaron
Europa de muerte, campos de concentración y hogueras de libros porque
en ellos se enaltecía el amor por la vida, el conocimiento y la
comprensión de quien piensa diferente.
Son los que nos negarían a
nosotros mismos el auxilio si fuéramos personas migrantes y tuviéramos
que huir despavoridos del hambre, la miseria o una crisis sanitaria como
la que estamos viviendo. Son los referentes de las manadas de
violadores que salen en pandilla a penetrar vilmente la vagina y boca de
una niña de 19 años.
Son los mismos. Su ideología es la muerte. No
tienen amor por el teatro, ni por la literatura, ni por el cine, ni por
la pintura, ni por la poesía, ni por la escultura, ni por ninguna de las
artes que al resto de los mortales nos hacen olvidar que existe la
muerte. Sus mayores hobbies están vinculados a la destrucción de la
vida: irse de putas, de montería o portar armas.
Su ideología es la
exaltación de la muerte. Por eso defienden la privatización de la
Sanidad y Educación o los recortes en Ciencia y Servicios Sociales,
mientras abogan por aumentar el gasto en pistolas de último diseño para
combatir la desigualdad social y en bonificaciones fiscales y
subvenciones para la tauromaquia.
Son los cobardes del colegio. Los
que se meten con el niño más pobre, con el que más pluma tiene, con el
que peores notas saca, con el más tímido, con el que tiene alguna
discapacidad o con el menos popular.
Son también los lacayos del
poder. Los que le perdonan a los bancos los 60.000 millones de euros que
los españoles les hemos prestado, los que votan en contra de subirle el
sueldo a un trabajador que cobra 900 euros, quienes están en contra de
que la señora extranjera que cuida de sus padres, de forma interna,
tenga papeles para que pueda ser libre y huir de un ambiente laboral
humillante y vejatorio.
Son mala gente que camina, que dice el poeta
Benjamín Prado, gente bien vestida, aseada, perfumada, acomodados desde
que los echaron del vientre de su madre; pijazos que no conocen más
esfuerzo que levantarse a las seis de la mañana para irse de montería o a
alguna capea; seres arrogantes que no saben lo que humaniza ir al
cajero, que no haya dinero y falten diez días para que termine el mes;
que tu madre te diga que tienes que ir al colegio con los zapatos rotos
hasta que la situación económica mejore o recibir la orden de corte de
la luz por impago.
Son los chupópteros de lo público, los golfos de
la universidad que al final tienen que irse a la privada para pagar el
título, son los que con contactos, herencia y sin esfuerzos lo han
conseguido todo en la vida. Son los que están acostumbrados a ganar
hasta cuando pierden.
Son los mismos de siempre, aunque se vistan de
verde, por eso han sembrado la Gran Vía de ataúdes. Es lo que han hecho
toda la vida, es lo que hicieron sus bisabuelos, abuelos y padres
ideológicos. El triunfo de su ideología sería ver a nuestro país
enterrado en cajas de madera. Su ideología es la muerte. Son fascistas.
** Raúl Solís Galván**.
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