Maria salió de la cárcel sin saber comer con cubiertos.
Lo había olvidado.
Dieciséis años en distintas prisiones por actividades clandestinas contra el franquismo cortaron su cordón umbilical con el mundo.
Silenciando así su ser político y el de todas las llamadas mujeres del 36.
Maria Salvo era hija de un carpintero y un ama de casa.
Luchó por la libertad durante la Guerra Civil.
Esta lucha la llevó ser encerrada en un campo de concentración en Francia, a ser trasladada a Madrid para ser torturada (un amasijo de ovarios y matriz que la dejó sin la posibilidad de ser madre) en un edificio de la Puerta del Sol donde hoy, a pocos metros, Minnie y Mickey se hacen fotos con turistas, para luego ser encarcelada y hacinada en diferentes cárceles en las que entró con 21 años y salió con 37 hacia una España que para ella era Marte y en la que se la desterró de Barcelona.
La crueldad de prohibirte que pises tu hogar mientras vivas.
Es posible transcribir el dolor de una existencia en un párrafo.
Pero lo que no se puede recoger es ese pulso de la vida que es la alegría.
La celebración después de las pequeñas victorias clandestinas durante la guerra.
El día en el que las presas políticas dejaron de estar incomunicadas.
La huelga de hambre que llevaron a cabo las presas por el castigo de una compañera.
La familia parida entre los muros de la cárcel.
Regresar a Barcelona saltándose el destierro.
Vivir.
Maria vivió cien años.
Murió ayer.
Su mensaje para las nuevas generaciones fue que en todas partes se puede luchar para que mejore la clase que no tiene nada frente a los que tienen mucho.
La lucha no se acaba nunca.
Por eso Maria tampoco se acaba con su muerte.
Ella está en el pañuelo violeta de una chica en una manifestación.
Está en el nombre que alguien elige para hacer un cambio registral.
Está en las palabras de las alcaldesas.
Está en un árbol del Parc de Cervantes.
La materia de la libertad.
Esa fue, es y será Maria Salvo.
La memoria de ese cuerpo esperanzado.
Llamado futuro.
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