20N. Aquelarre fascista.

20N. Aquelarre fascista.

 Alguien en el Gobierno debería plantearse que las manifestaciones profranquistas también son delitos de exaltación del terrorismo, en este caso del terrorismo de Estado. Y mucho más peligrosas que las letras de un rapero pasado de rosca. Pero como cada año no pasará nada. 


Los falangistas, a los que se les permite casi todo, camparán a sus anchas, se reunirán en el mausoleo de su amado líder, levantarán el brazo con arrogancia para cantar el Cara al Sol, bandera del pollo al aire, y soltarán algún que otro exabrupto contra la democracia, contra los inmigrantes, contra los homosexuales y las feministas. 


Un Estado democrático no debería permitirlo. Hoy sería el día perfecto para que las fuerzas de seguridad del Estado desplegaran una gran macrooperación policial en todo el país, desmantelaran las sedes de los grupos ultras, detuvieran a sus cabecillas por exaltadores del terrorismo y requisaran sus armas, símbolos y parafernalia nacionalsindicalista


. Como si de comandos de ETA o de ISIS se tratase. En Alemania estas organizaciones ultras son perseguidas y exhibir una esvástica se castiga hasta con tres años de prisión. 

¿Debe una democracia, apelando al derecho a la libertad de expresión, permitir que un grupo de falangistas expresen su ideas nauseabundas cada año por el 20N? 

Claramente no. Rotundamente no. 

Las ideas xenófobas, violentas, hostiles con las minorías y propagandistas de regímenes genocidas no tienen cabida en un Estado de Derecho ni en una sociedad pacífica y tolerante. 


Si la democracia no le corta la cabeza a la serpiente ahora que aún está creciendo, el monstruo le cortará la cabeza a la democracia algún día. 


La historia nos enseña que al fascismo no se le convence; se le derrota cuando aún está débil. 


Luego, cuando la bestia se ha fortalecido y enseña sus garras y colmillos, ya es demasiado tarde. 


Nunca olvidemos esa lección. La más importante de todas.

Viñeta: Luis Sánchez Verdeguer