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miércoles, 12 de junio de 2019

El socialismo moderno

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El partido del gobierno, de una ideología difusa que rompió hace varias décadas con el socialismo propiamente dicho pese a mantenerlo en sus siglas, es ya un indecente obstáculo que va en­terrando poco a poco las esperanzas en una España republicana y verdaderamente europea.


 La etiqueta “socialdemocracia”, que re­emplazó al término socialismo, no deja de ser un repulsivo eu­femismo tanto en Europa como en España que embosca su tole­rancia a los poderes fácticos haciéndose su cómplice, y su obse­cuencia hacia una España rompedora con las formas y los signos franquistas (la exhumación, por ejemplo), pero no con el fondo franquista (monarquía, Diputaciones, puertas giratorias, afora­mientos, organización territorial… por ejemplo).


Una socialdemo­cracia en todo caso cobarde frente a los grupos de pre­sión, a las empresas del Ibex35, a la banca y a los grandes gru­pos de comunicación. 


Que es posible que los componentes del gobierno actual no sean culpables directos de traición a los principios fundacionales del socialismo español; que es posible que sean rehenes de los acomodados o enriquecidos pero en todo caso envilecidos socialistas de la “vieja guardia” que ron­dan los 70 (más o menos presentes en sus deliberaciones o en la sombra), no impide que parte de la militancia y de los votantes les vean indignos por debilidad o por dejarse sodomizar… 


El caso es que en España, esté al frente del gobierno uno u otro de los dos partidos del bipartidismo, en lugar de acortar la distan­cia en las desigualdades sociales, las ahonda; en lugar de evitar o aminorar las injusticias de una legislación mostrenca rela­cionada con la fiscalidad, con la propiedad, con el crédito, con los desahucios, las mantienen o las recrudecen; en lugar de modificar las prioridades presupuestarias, las maquillan… 


Una Es­paña que, esté uno u otro partido en el gobierno, incumple sis­temáticamente las directivas de la UE, se aferra al concepto rígido y pétreo de “unidad” del españolismo franquista y detiene o ralentiza cada día más sospechosamente el proceso de desarro­llo democrático que se esperaba cuando entró en la democracia y se integró en la Unión Europea…


Que no nos vengan los defensores de esa componenda “socialde­mocracia” que se han hecho “cosas”. 


Faltaría más. Pero lo cierto es que millones de españoles que les han votado y les votan como mal menor, no sienten la satisfacción de ver, ni de lejos, cumplidas ni la mitad de la mitad de sus expectativas. 


Es más, no han dejado de ver en esa formación política una espe­cie de artificio consentido, una suerte de “coartada” que desde el principio convino a las formaciones dueñas reales del so­lar “nacional”, para que España no se aparte significativa­mente del ideario del dictador. 


Si Alianza Popular y luego el PP han representado ese ideario favorecido por el neoliberalismo enmascarándolo de diversas for­mas, ahora, animado por la deriva ultraderechista europea, hay ya un partido que se ha decidido a desplazar a los franquis­tas “débiles” para, en un par de legislaturas, suplantarles sin disi­mulo.


 Jaime Richart





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