Desde la montaña estarás mirando Euskal Herria , y le daràs fuerzas a los independentistas.Honor y hasta luego! No te olvidaremos nunca. HASTA LA VISTA JUANITO!!
Con Juanito Sarasola, Consejero de Euskal Herría
"En Uruguay podrían vivir
veinte millones"
por Luis González Olascuaga
"En Uruguay podrían vivir
veinte millones"
por Luis González Olascuaga
Nacido en el fatídico 1936 ( un 8 de junio, un mes y diez días antes del comienzo de la invasión franquista ) en Itxasondo, un pueblito de Guipúzcoa situado entre Montañas, al sur del Pirineo, Juanito Sarasola, integrante del Consejo Directivo de Euskal Herría-Uruguay, ex cura párroco de la iglesia del Cerrito de la Victoria y director de coros, afirma que, de alcanzar una densidad poblacional semejante a la de su tierra natal, en Uruguay podrían vivir, perfectamente, por sus condiciones geográficas y su riqueza natural, veinte millones de personas y constituir un mercado muy importante.
La historia de vida de Juanito confirma que sabe a qué se refiere. Hace cuarenta y cuatro años navegaba desde Tánger hacia el Río de la Plata, después de haber embarcado en Barcelona y ofició como religioso en Buenos Aires, La Plata, Colonia, Montevideo... En 1960, tras catorce años de estudios, fue ordenado sacerdote de la orden del Sagrado Sacramento, en La Paz de Colonia Valdense, por el obispo navarro Paternain, que había trabajado en China y se encontraba entonces por Montevideo.
“El 10 de marzo de 1964 me radiqué en Montevideo como ecónomo de la parroquia del Cerrito de la Victoria. A fines del 69 fui designado cura párroco de la misma y en octubre del 71 me retiré a la vida civil, donde como recurso de vida vendí papelería, telex, productos de almacén, quemadores, trabajé de encargado de personal en la parrillada Tahití, hice vigilancia, administración y recorrí las ferias de varios departamentos del país, como empleado de Conaprole por veintitrés años, doy clases de euskera e integro el Consejo Directivo de Euskal Herría y durante veinte años colaboré con mi señora (instrumentista completa) en la enseñanza de canto y arreglo de coros. Con un coro de más de sesenta gurises de Brazo Oriental, treinta guitarras, tres arpas, platillos, recorrimos todo el Uruguay y me di el gusto de dirigirlo en el Teatro Solis, en un festival de coros que organizó la Comisión Municipal de Fiestas, en el cual participaron Guarda e Pasa, Juventudes Musicales, un coro portoalegrense y éste y nosotros fuimos los únicos que hicimos el bis. Actuábamos también en los carnavales. En el barrio, la calle María Uriarte Herrera se llenó hasta Propios y hasta Quesada, para ver nuestro espectáculo”.
–¿Cómo conoció a su señora?
–Bueno... Cuando yo ejercía como cura párroco, Mirta iba con sus gurises a cantar a la parroquia en la misa principal de los domingos.
–¿Se retiró de la iglesia porque se enamoró de la instrumetista?
–Esa pregunta me la han hecho muchas veces. La respuesta es no. Primero me retiré y después me enamoré. No me retiré porque me enamoré.
–¿Y entonces, por qué se retiró?
–Me retiré porque en aquellos años la cosa estaba muy revuelta. Monseñor Carlos Partelli con su equipo diocesano, creó lo que fue la pastoral de conjunto, se empezó a trabajar de otra manera con los párrocos, los jóvenes, los matrimonios... hubo una gran evolución. Y estábamos los que queríamos adherirnos a esos nuevos métodos pastorales de trabajo y estaban los que no querían. Dentro de mi parroquia no encontré eco. Los laicos sí me respondieron, pero entre los religiosos no y a veces el cuerpo se cansa. Fue una lucha larga. El trabajo de los laicos prosiguió extraordinariamente en todo sentido, tuvieron que moverse para recuperar el santuario nacional en su parte exterior, la labor pastoral, el apoyo económico. Había también una comunidad de monjitas en la capilla de Chimborazo y General Flores, que viejitas y todo eran como mis secretarias.
Trabajamos con los gurises y con los matrimonios que era un lujo y teníamos dos grupos de la juventud obrera católica, uno en el Cerrito y otro en Chimborazo, laicos excelentes como el cura Paco y el cura Antonio. Conocí curas excepcionales, Arnaldo Espadacino, Aroldo Ponce de León, Monseñor Partelli, Raúl Escarrone, actualmente obispo de Florida, monseñor Lluirt, que actualmente es obispo de Maldonado. Y conocí cantidad de familias y de viejitos maravillosos, compartiendo desde un mate hasta un vinito. Aunque un fin de año me hicieron un ojo de gallo y terminé de saludar a la gente torcido y disimulando. Di clases en el colegio Misericordista y en Las Domínicas.
Pero sobre todo trabajábamos muchísimo con los gurises de Chimborazo.
–¿Qué recuerda de su propia infancia, de la guerra?
–La marca de mis viejos entre todas aquellas dificultades. Mi madre tenía más mundo, más conocimiento, para mí siempre fue un ejemplo. Pero la marca de mi viejo quizás sea más profunda porque él era un trabajador al mil por uno y lamentablemente murió joven, con sesenta y un años y siento mucho que no haya podido disfrutar, hasta me molesta estar viviendo más años que los que él vivió. Te digo más: No me hace feliz. El último trabajo que tuvo fue en la fundición de una fábrica de vagones para el ferrocarril. Trabajaba una semana de noche y otra de día, alternando. Cuando le tocaba de noche, de día, trabajaba en el caserío, en la barraca; conocía todos los trabajos del campo. Tenía un estado físico extraordinario. Aguantaba todo y así le fue después... en el año 58 le obligaron a vacunarse contra la famosa gripe asiática y a los quince días murió. Y el día del voto verde aquí en Uruguay, a las seis de la mañana me llamó una de mis hermanas desde Gipuzcoa para decirme que había fallecido mi madre.
–¿Cómo era el seminario?
– De una disciplina muy severa. Entre 1946 y 1949 yo debí cumplir sanciones innumerables como las estrellas del cielo. Pero a pesar de eso sigo teniendo un gran recuerdo de aquellos directores y profesores que tuvimos. Fue muy duro aquello. Teníamos exámenes trimestrales de castellano, latín, matemáticas y seis años de filosofía y teología todo en latín, también con exámenes trimestrales. Muchos estudiantes actuales no comprenden que hayamos tenido seis años de filosofía e historia de la filosofía, pero así fue lo nuestro. Hace dos años fui de visita y nos reunimos en Gernika más de treinta excompañeros de aquel seminario. Hacía más de cuarenta años que no los veía. A algunos ni los reconocí. Fue un momento de grandes encuentros.
–¿En euskera nada?
– El euskera estaba oficialmente prohibido. No obstante, como era un seminario interno, en cuarto o quinto año llegamos a estudiar algo de los verbos. Nada más y en términos de contrabando. Pero mis mejores profesores de euskera fueron mi padre y mi madre. Mi padre no sabía hablar castellano. Mi madre hablaba al cien por cien el euskera como mi padre, pero ella fue bilingüe. Mis abuelos maternos y paternos solamente hablaban euskera. Mis tíos por parte de padre solamente el euskera. Ahora después los hijos nos hicimos bilingües a fuerza de conservar el euskera como podíamos, según el empeño que pusiese cada uno. Yo trataba de pensar en euskera. Cuando caminaba por las calles, por ejemplo, leía las numeraciones y me repetía mentalmente esos números en euskera para no olvidarlo. Eso durante largos, larguísimos años.
–¿Y cómo reenganchó con el euskera en Uruguay?
– Un coro de Euskal Herría iba a cantar por Pascuas a mi parroquia, pero recién cuando mi hija mayor cumplió seis años y quisimos que viniera a un grupo de danza vasca que aquí había, me integré a la institución.
–¿Cuántos hijos tiene?
– Dos hijas, una de veintisiete y otra de veinte. Tuvimos otra entre ambas, pero la perdimos por boludez de la ginecóloga. Con nueve largos meses y veinte días le seguía sacando placas. Nació óbita. También nena. Hasta ahora he engendrado nenas. Tengo una nieta nena. Cada cual tendrá su interpretación. Algunos dicen que el macho-macho engendra nenas.
–¿Sigue siendo católico?
– Sigo siendo creyente, por supuesto que sí. Más allá de todo lo que pase.
–Como católico y como vasco, ¿qué opina de las últimas visitas del Papa al Estado Español, donde se negó a reunirse con Ibarretxe y con Pujol...
– Eso está dentro de una tónica general y es un hecho viejo. En 1936, los vascos como tales tomamos parte en esa guerra peninsular y hubo delegaciones del Partido Nacionalista Vasco que fueron a Roma para que a nivel diplomático hiciera algo. Y a aquellos representantes del PNV (un PNV distinto al actual, con otra mentalidad) la Santa Sede nunca les dio pelota. Posteriormente Roma hizo con Franco el famoso concordato y la baza que ganó el gobierno de Franco fue meter las narices dentro de la organización eclesiástica nuestra. Antes había un solo obispo en todo el lado sur del País Vasco. Después el Estado español, siempre entrometido donde no tiene que meterse creó la diócesis de Victoria, de la que dependían Guipúzcoa, Araba y Vizcaya.
Después con el concordato cada territorio pasó a tener su obispo. No se trataba solamente de dividirnos políticamente sino también en lo eclesiástico. La iglesia de Roma no tuvo un comportamiento digno con nosotros porque no nos reconocía como pueblo y no es extraño que ahora, Juan Pablo segundo tenga actitudes semejantes. Pero la iglesia nos debe más a nosotros que nosotros a la iglesia, porque a pesar de todo seguimos siendo creyentes. Cada vez creemos menos en la estructura, pero sí creemos en la religión.
–¿Qué opina de las declaraciones de Cotugno sobre los homosexuales?
– Yo, si fuera hombre público, no me metería en ese tema. Son actitudes privadas. Para mí los grandes temas de la humanidad son la falta de trabajo y todo este esquema de poder financiero que se está creando en todas las partes del mundo, donde unos pocos dominan a las grandes mayorías.
–¿Puede ser que en esos temas haya una distancia muy grande entre los curas que uno conoce y las jerarquías eclesiásticas?
– La iglesia no es obispo. Mira, cuando un obispo comete una macana, se habla de la iglesia. Pero la iglesia somos todos y no empieza de arriba abajo sino de abajo arriba. Lo primero que integra la iglesia es la gente. Entonces no se puede generalizar al hablar de un obispo. A nivel religioso y a nivel político existe una gran tendencia a generalizar. “Todos los políticos son iguales”.
Eso es mentira. Ni todos los políticos son iguales ni todos los curas son iguales, ni todos los obispos son iguales ni lo fueron todos los papas. Por ejemplo a nivel latinoamericano, no es lo mismo el gobierno de Lula que el de Cardozo ni el Kirchner que el de Menem, ni el Chávez que el Pérez ni el de Fidel Castro que el de Batista.
–¿Y cómo ve a los nuevos gobiernos de Brasil y Argentina?
– Con mucha esperanza. Kirchner me ha impresionado muy gratamente. Brasil es más difícil, es muy difícil. Allí hay grupos de presión tremendamente fuertes.
–Y del problema vasco... ¿qué me dice?
– Que no es un problema nuestro sino del Estado español que no reconoce nuestros derechos. Yo no tengo nada contra el pueblo español. Lo respeto totalmente. Yo tengo amigos gallegos, andaluces, valencianos, santanderinos, de todos lados. A los que nunca voy a respetar es a los gobiernos del Estado español que no nos respetan a nosotros.
–Y al Uruguay ¿cómo lo ve?
– Acá lo único que nos va a salvar es la unidad entre los pueblos de la región. Es lo que nos va a hacer fuertes y nos va permitir salir a flote. Sin solidaridad entre nuestros pueblos estamos liquidados. Pero primero es necesario que cada país se integre internamente, porque si está deshilachado no tiene salida. Uruguay tiene que recuperar su gente.
Aquí podrían vivir perfectamente veinte millones de personas, donde yo nací hay un pueblito al lado del otro y aquí esa densidad de población sería perfectamente posible porque la riqueza natural y las condiciones del territorio son propicias. Y entonces constituiríamos un mercado muy importante. Y después la unidad con Argentina, Paraguay, Brasil, Chile, Bolivia, Venezuela, con toda la región. ¿A ver quién se mete con una región excelentemente rica con trescientos millones de habitantes? Nadie nos va a poder manipular. Pero tenemos que unirnos.
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