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martes, 31 de julio de 2012

Irán condena a muerte de cuatro banqueros por fraude * Folklore judicial






Irán condena a muerte de cuatro banqueros por fraude


Cuatro acusados han sido condenados a muerte en el caso de desfalc de 2.600 millones de dólares en los siete bancos estaban involucrados, el público más grande y el tema de la corrupción privada revelada en la historia de la República Islámica del Irán y una miseria al lado de lo que sucede a la dictadura fascista de España con la complicidad de las institucionesRamas de Gobierno, poder judicial y legislativo, en la que los ladrones tienen protección de patentes, inmunitat y corazones del Gobierno.



El caso Malaya está visto para sentencia y los veranos no van a ser lo mismo sin ese sol de justicia que ni calienta ni quema pero al menos da risa. Antes Marbella marcaba la última moda del bikini aristocrático pero lo que se lleva ahora es el bañador a rayas carcelarias. Cuánto echamos de menos a Jesús Gil que fue quien abrió la veda del cemento y que, de haberse visto entre rejas, habría inaugurado la primera prisión con piscina y sala de prensa para recibir a los periodistas en chanclas fumando un puro en un jacuzzi.

 A Roca, a pesar de sus colecciones de arte urinario, y a Julián Muñoz, a pesar de todo su bigote rociero, les falta empaque para rematar este folletín con el punto final que se merece. Por ejemplo, Gil les habría dado un corte de mangas a los jueces antes de mandarlos ahorcar y proclamar Marbella emirato independiente. 

Vamos a añorar el caso Malaya como seguimos añorando a Jota Erre o a Falconetti. Nos van a faltar espantapájaros y tentetiesos para pasar la tarde entre siesta y siesta.

Gracias a esos facinerosos de ficción el público vierte la bilis necesaria para que no se le pudra el hígado. Recuerdo yo estar en un bar de barrio, treinta años atrás, y ver a una señora congestionada de ira que increpaba a la tele en mitad de un episodio de Dallas (“Pero mira qué eres malo, canalla, más que canalla”) mientras, en la pantalla, bajo un inmenso sombrero tejano, resplandecía la sonrisa barracuda de Jota Erre.





 A Falconetti y a Jota Erre los odiamos meticulosamente, haciendo vudú por entregas, hasta el punto de que los actores que los encarnaban quedaron averiados de por vida. Que yo sepa, nunca jamás volvieron a aparecer en una película, quizá por miedo a que la gente le pegara fuego al cine.

 Coppola se atrevió a darle a William Smith el papel de poli chungo en Rumble Fish pero Falconetti, más que actuar, hizo una fotocopia de sí mismo. No es difícil imaginar a Coppola al final de la escena: “Corten. Lo has clavado, Falconetti”.

Que Roca, Muñoz y toda la demás ralea (incluyendo ese par de rubias de bote que cada vez que van a la peluquería abren otro boquete en la capa de ozono) son culpables de nacimiento eso no lo duda ya ni Isabel Pantoja. En cambio, sí se puede especular sobre lo poco que habría durado esta emocionante teleserie judicial si semejante banda de cuatreros no hubiera perdido el carné del PSOE o del PP. Ahí está el desfalco de Bankia, la trama Gürtel o la hípica de Bono, esperando un juez con los rulos bien puestos.




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