SUEÑO CON UNA AURORA ROJA Y CON UN NUEVO FRENTE POPULAR QUE REÚNA A LA IZQUIERDA REAL BAJO LA BANDERA DEL INTERNACIONALISMO SOCIALISTA
Para Natalia Baras mi gran amiga de Euskal Herria, una mujer comprometida, valiente, solidaria y revolucionaria. Considero un gran privilegio tener su afecto y su lealtad.
Aún recuerdo las fiestas multitudinarias del PCE en la Casa de Campo de Madrid. En los años setenta, el comunismo era una fuerza política con una enorme capacidad movilizadora y una inequívoca vocación revolucionaria. El mezquino posibilismo de Santiago Carrillo prestó un gran servicio a la corona y a las élites franquistas, desactivando el espíritu combativo de la izquierda real. La transición democrática sólo fue un cambio de régimen y la Constitución de 1978 un documento difuso y oportunista concebido para legitimar el nuevo orden social, donde los políticos franquistas y las élites económicas conservaron sus privilegios.
La corrupción, casi siempre ligada a la especulación inmobiliaria y a los fondos más opacos del Estado, prosiguió su marcha y la máquina represiva de la dictadura no se alteró un ápice, aplicando los mismos métodos que en el pasado. Caer en manos de la Guardia Civil o la Audiencia Nacional significaba entrar en una caja oscura, donde el individuo descubría su impotencia frente a la tortura y las leyes de excepción. Los medios de comunicación nos vendieron una imagen distorsionada de la realidad que sólo ahora comienza a resquebrajarse. El 15-M surgió como un síntoma de malestar, pero sin ideología ni objetivos, elogiando la resistencia civil no violenta. La violencia no tardó en llegar, pero una vez más apareció de la mano del Estado, con salvajes cargas policiales y leyes injustas que convierten la desobediencia pacífica en terrorismo.
No se aprecia ni un atisbo de recuperación económica y no hay que descartar la posibilidad de una quiebra financiera y un colapso institucional. La famosa línea de crédito de 100.000 millones de euros para rescatar a la banca sólo ha servido para incrementar el déficit público hasta un 90% y el paro no cesa de crecer. Las políticas de austeridad están liquidando los servicios públicos y arrojando a millones de familias a la pobreza y la exclusión social. Salir a la calle no es suficiente. La multitud no puede avanzar a ciegas. No se me ocurre otra alternativa que la reconstitución del socialismo. No hablo de socialdemocracia, sino de un socialismo real que agrupe a todas las fuerzas de la izquierda y que impulse la autodeterminación de los pueblos dentro de una perspectiva internacionalista y solidaria.
Hablo de socialismo como término genérico que encarne el anhelo de acabar con la economía capitalista y garantizar la justicia social, acabando con la indefensión del trabajador frente al poder económico. La izquierda no debe perder más tiempo en viejas querellas históricas que siembran la división y menoscaban su fuerza. La protesta de los mineros era justa, pero se limitaba a reivindicaciones puntuales. Hacen falta objetivos más ambiciosos. Sigamos el ejemplo de la izquierda abertzale, que lucha por la independencia y el socialismo de Euskal Herria, y del Sindicato Andaluz de Trabajadores, que se declara anticapitalista, asambleario, republicano y socialista, impulsando una política de ocupación de fincas y expropiaciones.
Hay enemigo común: la economía capitalista, con su corte políticos venales, bancos corruptos y medios de comunicación serviles. Su poder es descomunal y sólo será posible luchar eficazmente contra ese monstruo con una política de frentes populares, donde todos los pueblos concierten sus esfuerzos. No siento ningún aprecio por la idea de España, pero la independencia de los pueblos no será suficiente para frenar la dictadura de los mercados. La Europa de los pueblos sólo se hará realidad cuando todos y todas colaboren activamente en la construcción de un nuevo marco de convivencia basado en la libertad, la solidaridad y la igualdad.
De momento, sólo el socialismo ha levantado la bandera roja de la Comuna de París, un sueño efímero que fracasó por un exceso de prudencia y moderación, pero que constituyó la primera rebelión popular en una Europa estragada por las odiosas diferencias de clase. Ser radical no es una opción, sino un gesto de realismo que brota de una dolorosa clarividencia.
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