En España, el coordinador federal de Izquierda Unida, Cayo Lara, ha calificado de una notable falta de credibilidad, el mensaje navideño del Rey, Juan Carlos de Borbón. Asimismo ha explicado que este mensaje hunde al país en la desesperanza.
hispantv.com
El mensaje de Nochebuena tuvo una audiencia media de 6.921.000 espectadores, 244.000 menos que en 2011. Desde 2000 ha perdido 23 puntos de cuota de pantalla.
El problema, creo yo, es la dichosa escena del discurso, que el rey ha repetido ya unas cuarenta veces y a la que no acaba de pillar el punto. Jorge VI lo clavó a la primera pero contaba con la ventaja de que su discurso se transmitía vía radiofónica y no tenía que preocuparse de dar guapo en cámara. Todas las nochebuenas, los españoles nos agolpamos en masa ante el televisor para ver la enésima toma del discurso monárquico, a ver si por fin sale bien y prosigue la película. Pero nada, no hay manera, el país sigue encallado en el orgullo y la satisfacción igual que Bill Murray en el Día de la Marmota.
Hay gentes desconsideradas a las que les molesta el mensaje navideño, como si fuese obligatorio encender la tele y tragarse las parrafadas de buena voluntad antes de dar cuenta del pavo, los polvorones, Carlos Latre y Miguel Bosé, con lo fácil que es poner buena música. El discurso del rey hay que tomárselo con humor; de hecho es el único humorista que ha sobrevivido a las sucesivas decapitaciones de la televisión pública, desbancando sin mucho esfuerzo a Esteso, a Pajares, a Martes y Trece y a Chiquito de la Calzada.
Lo que pasa es que al rey se le ha ido la mano en la caracterización y se ha metido demasiado a fondo en la piel del personaje, lo mismo que esos actores del método que engordan cuarenta kilos para hacer de gordos o se pasan tres días sin dormir para simular una sesión de tortura. El rey ya no distingue la realidad de la realeza y se pasa el día borboneando por ahí, dando la mano y acudiendo al quirófano, como esos jubilados que colapsan las salas de espera de los ambulatorios. El rey sobreactúa porque se ha hecho un adicto a las cámaras, igual que esos concursantes de Gran Hermano que posan hasta debajo de la ducha.
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