Cuando aún no lo habían metido entre rejas, acusado de casi todos los delitos que se pueden imputar a un empresario, Gerardo Díaz Ferrán -a la sazón presidente de la CEOE- proclamó sin ruborizarse que la única manera de salir de esta crisis era trabajando más y ganando menos. Tiempo después, su profecía se ha cumplido, aunque sólo a medidas: los afortunados que han logrado conservar sus empleos, por lo general, trabajan más y ganan menos; pero seguimos metidos en la crisis hasta el cuello. Sobre todo porque, además de ganar menos quienes todavía tienen empleo, ha disminuido el número de personas que están trabajando y eso –nos pongamos como nos pongamos- no hay economía en el mundo que lo aguante.
El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, ha asegurado esta misma semana, sin embargo, que son necesarios nuevos sacrificios salariales y que, para conseguirlos, hay que exprimir todas las posibilidades que ofrece la reforma laboral de Rajoy. Una reforma laboral -dicho sea de paso- que se ha revelado como un arma de destrucción masiva del empleo y que está sirviendo a los empresarios no sólo para despedir con más libertad que nunca, sino también para empeorar sustancialmente las condiciones de trabajo.
De la reforma laboral hizo recientemente una nueva apología la inefable ministra de Empleo, que le atribuyó el supuesto efecto benéfico de haber conseguido que se reduzca el ritmo de destrucción de puestos de trabajo. Aparte de ser ése un magro consuelo en un país con casi seis millones de parados, el argumento de Fátima Báñez es sencillamente falso: la destrucción de puestos de trabajo, por desgracia, no se ha ralentizado (en 2012 se perdieron tantos como en 2010 y 2011 juntos) y si lo hubiera hecho no sería gracias a la reforma laboral sino a pesar de ella.
Números cantan: desde su entrada en vigor y hasta diciembre, los ERE han subido un 56% y los trabajadores afectados, un 31,5%. Tampoco es verdad que hayan bajado los de extinción, como el Gobierno decía pretender con la reforma. Antes al contrario, en ese periodo aumentaron un 21%. He ahí los resultados –por otra parte previsibles- de la medida que mayor quebranto ha infligido al equilibrio de las relaciones laborales en los últimos años.
El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, ha asegurado esta misma semana, sin embargo, que son necesarios nuevos sacrificios salariales y que, para conseguirlos, hay que exprimir todas las posibilidades que ofrece la reforma laboral de Rajoy. Una reforma laboral -dicho sea de paso- que se ha revelado como un arma de destrucción masiva del empleo y que está sirviendo a los empresarios no sólo para despedir con más libertad que nunca, sino también para empeorar sustancialmente las condiciones de trabajo.
De la reforma laboral hizo recientemente una nueva apología la inefable ministra de Empleo, que le atribuyó el supuesto efecto benéfico de haber conseguido que se reduzca el ritmo de destrucción de puestos de trabajo. Aparte de ser ése un magro consuelo en un país con casi seis millones de parados, el argumento de Fátima Báñez es sencillamente falso: la destrucción de puestos de trabajo, por desgracia, no se ha ralentizado (en 2012 se perdieron tantos como en 2010 y 2011 juntos) y si lo hubiera hecho no sería gracias a la reforma laboral sino a pesar de ella.
Números cantan: desde su entrada en vigor y hasta diciembre, los ERE han subido un 56% y los trabajadores afectados, un 31,5%. Tampoco es verdad que hayan bajado los de extinción, como el Gobierno decía pretender con la reforma. Antes al contrario, en ese periodo aumentaron un 21%. He ahí los resultados –por otra parte previsibles- de la medida que mayor quebranto ha infligido al equilibrio de las relaciones laborales en los últimos años.
Castelao nos enseñó que cualquiera puede ser gallego y la necesidad nos obligó a hacernos brasileños, argentinos, venezolanos, estadounidenses o cubanos. Hay países que devoran a sus hijos y otros que los vomitan, pues el único cobijo que pueden darles es un estómago vacío, esa cámara de resonancia del hambre. El eco de nuestras tripas, ya digo, llegó a Europa, a Oceanía, a las Américas: allí donde gallego es sinónimo de rubio, de extranjero, de español. Compartimos apreturas con italianos e irlandeses, que conservaron secularmente su lengua, su gastronomía, su religión. Una vez visité a un tío en Montevideo. Vivía en una humilde casa pegada a la de sus suegros, oriundos de una parroquia vecina a la suya. Cuando franquearon la puerta para recibirme, nada más abrir la boca, me di cuenta de que aquellos viejos jamás habían salido de su aldea, aunque su documento de identidad era uruguayo, claro.
El Gobierno de España prepara un examen de españolidad, que yo entiendo de españolismo. Si usted es extranjero, podrá lograr la nacionalidad si jura fidelidad al rey, demuestra que está integrado en nuestra sociedad y domina el castellano. Al margen de la lealtad a la monarquía (a mí no me han hecho firmar en ningún sitio), desconozco cómo una persona logra formar parte de un todo (en el caso de que España fuese una y grande), pero me puedo imaginar a un marinero senegalés faenando en un exquisito gallego de Burela o a un obrero marroquí encofrando en un perfecto catalán de L’Hospitalet. Habría que preguntarle a los examinadores si los conocimientos de estas dos últimas lenguas valen por un carné de españolidad o no hay convalidación que valga.
Luego estamos los de casa, que lucimos con orgullo o desdén el aprobado pese a que no nos hayan sometido a ningún examen. Hasta somos europeos sin haber pasado prueba alguna, lo que tiene cojones. No tenemos pajolera idea de Europa ni podemos presumir de hablar ningún idioma, excepto los emigrantes, es decir, los inmigrantes. Me da que todo este rollo de lo español es muy propio del que jamás ha puesto un pie más allá de su pueblo, ese límite mental donde uno empieza a ser extranjero. Y si alguien me dice que no, que todo lo contrario, que la ocurrencia del examen ha sido de unos señores muy viajados que han hecho unos másteres fuera y tal, entonces pensaré que la convocatoria tiene delito.
En caso de que prospere el borrador del anteproyecto de ley de Reforma Integral de los Registros (fíjense que cortina verbal de humo han desplegado para ocultar una medida genuinamente facha), propongo que universalicen la prueba y obliguen a todo caballero español (y a toda dama española) a realizar el cuestionario de turno, empezando por el dominio de la lengua oral y, prepárense, escrita. Mejor no hablar de las respuestas que destilará el test de cultura general, si lo hubiese. Y ya comentaba antes que ignoro de qué va eso de la integración, aunque percibo a mucho compatriota que va a su puta bola o directamente a su puta caverna, en su derecho está. En fin, que pregunten lo que quieran, pero me temo que más de uno suspenderá aposta si de esa manera le despojan de su condición de español. Yo, desde ya, me declaro exento y, si la corona no se cela, también infiel.
Podrán perder la nacionalidad por razones de seguridad, ejerciendo un cargo político en otro país o ingresando en un Ejército extranjero.
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