Los dos grandes sindicatos estatales llevan ya años buscando ese pacto bajo la especie de que «es mentira que no exista otro modelo económico», como ha proclamado este primero de mayo en Madrid el secretario general de UGT, curiosamente Cándido de nombre y que sostiene la posibilidad de reformar benéficamente el vigente modelo de sociedad.
Pues bien, la cuestión, planteada en profundidad, estriba en saber si es posible «otro» modelo económico en el marco de la sociedad actual o lo que precisan los trabajadores para salir del desastre presente es una sociedad radicalmente distinta.
Una sociedad de trabajadores de todas clases, como afirmaba la Constitución de la II República Española, cuyas banderas poblaron con preferencia la gran manifestación anual conmemorativa del asesinato de los Mártires de Chicago.
El problema del presente sindicalismo estatal es que ha renunciado, incluso formalmente, a su papel político.
Si un sindicato de trabajadores se declara ajeno a la edificación política de otra sociedad radicalmente opuesta a la sociedad instalada, está embarrancando a los trabajadores en los bajíos capitalistas.
Los sindicalistas, como defensores de los derechos del mundo del trabajo, no pueden obviar, sin incurrir en traición de clase, que su fuerza ha de generarse básicamente en una voluntad revolucionaria, es decir, de carácter y sustancia políticas.
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