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jueves, 6 de junio de 2013

VOLVERÁN LAS HUMILDES MORTADELAS, con sus lonchas los panecillos a llenar...

VOLVERÁN LAS HUMILDES MORTADELAS, con sus lonchas los panecillos a llenar...  El "problema tonto" que tienen algunos críos en estos tiempos a la hora de la merienda es decidirse por lo qué más les apetece.  Muchas veces, ante la enorme y variada oferta que les muestran sus progenitores, donde se mezclan alimentos de calidad con porquerías bien presentadas a base de colorantes, la indecisión de los mozalbetes suele acabar con gritos y pérdida de nervios por parte de padres y abuelos.  En mi infancia, era más sencillo.  Todo se reducía a merendar lo que había y, se acabó.  Entre los embutidos, la mortadela y el salchichón eran más comunes en cualquier hogar modesto que el jamón, que se daba más en los pudientes, y también en los pueblos, gracias al bien cebado cerdito sacrificado cada año.  Por cierto, en muchos lugares de mi tierra, al jamón se le llamaba "magra".  Muy popular y socorrido era el pan con aceite y azúcar.  Algo que, en nuestro tiempo, está recomendado como uno de los alimentos más sanos, tanto para el desayuno como para la merienda pero que, en los años cincuenta, su uso se asociaba exclusivamente al consumo diario de las familias más humildes.  También era habitual el pan con vino.  Después, estaba el bocadillo con algo dentro tan sencillo como un par de porciones de chocolate, un plátano, un quesito o sardinas en aceite.  Recuerdo una temporada que a mi madre le dio por ponerme dentro del pan, rodajas de berenjena rebozadas en huevo.  Me encantaba ese bocadillo.  Lo mismo que el de tortilla a la francesa.  El de tortilla de patata se reservaba para los días de excursión.  En los sesenta, mantequillas y margarinas empezaron a desplegarse por los panes abiertos de par en par.  Unas veces, ese untado era el único ingrediente.  Otras, acompañaban a un segundo, como el chocolate.  La abuela de un vecino decía que, con eso, lo único que hacíamos era encarecer la merienda, pues con una "cosa" bastaba.  En verano y, sobre todo, antes de que la televisión llegara a un buen número de hogares españoles, era común el salir corriendo con el bocadillo a la calle, donde uno se juntaba con otros chavales que hacían lo propio, convirtiéndose por unos momentos aquello en una especie de exhibición o competición de trozos de pan presumiendo de lo que llevaban dentro.  Yo, no lo hice nunca pero, había chavales que cambiaban sus meriendas.  Más de una vez presencié algún chico de familia acomodada que, harto de jamón serrano, prefería probar el sencillo pan con aceite y azúcar o la más económica mortadela.  Eran intercambios que dejaban a las dos partes satisfechas, salvo que se enterase la familia pudiente.  Rafael Castillejo, a 5 de junio de 2013.



 VOLVERÁN LAS HUMILDES MORTADELAS, con sus lonchas los panecillos a llenar...


El "problema tonto" que tienen algunos críos en estos tiempos a la hora de la merienda es decidirse por lo qué más les apetece. Muchas veces, ante la enorme y variada oferta que les muestran sus progenitores, donde se mezclan alimentos de calidad con porquerías bien presentadas a base de colorantes, la indecisión de los mozalbetes suele acabar con gritos y pérdida de nervios por parte de padres y abuelos. En mi infancia, era más sencillo.


Todo se reducía a merendar lo que había y, se acabó. Entre los embutidos, la mortadela y el salchichón eran más comunes en cualquier hogar modesto que el jamón, que se daba más en los pudientes, y también en los pueblos, gracias al bien cebado cerdito sacrificado cada año. Por cierto, en muchos lugares de mi tierra, al jamón se le llamaba "magra". Muy popular y socorrido era el pan con aceite y azúcar.


Algo que, en nuestro tiemp...o, está recomendado como uno de los alimentos más sanos, tanto para el desayuno como para la merienda pero que, en los años cincuenta, su uso se asociaba exclusivamente al consumo diario de las familias más humildes. También era habitual el pan con vino. Después, estaba el bocadillo con algo dentro tan sencillo como un par de porciones de chocolate, un plátano, un quesito o sardinas en aceite. Recuerdo una temporada que a mi madre le dio por ponerme dentro del pan, rodajas de berenjena rebozadas en huevo. Me encantaba ese bocadillo.


Lo mismo que el de tortilla a la francesa.

El de tortilla de patata se reservaba para los días de excursión.


 En los sesenta, mantequillas y margarinas empezaron a desplegarse por los panes abiertos de par en par.

 Unas veces, ese untado era el único ingrediente. Otras, acompañaban a un segundo, como el chocolate.


 La abuela de un vecino decía que, con eso, lo único que hacíamos era encarecer la merienda, pues con una "cosa" bastaba. En verano y, sobre todo, antes de que la televisión llegara a un buen número de hogares españoles, era común el salir corriendo con el bocadillo a la calle, donde uno se juntaba con otros chavales que hacían lo propio, convirtiéndose por unos momentos aquello en una especie de exhibición o competición de trozos de pan presumiendo de lo que llevaban dentro.


Yo, no lo hice nunca pero, había chavales que cambiaban sus meriendas. Más de una vez presencié algún chico de familia acomodada que, harto de jamón serrano, prefería probar el sencillo pan con aceite y azúcar o la más económica mortadela. Eran intercambios que dejaban a las dos partes satisfechas, salvo que se enterase la familia pudiente.


 Rafael Castillejo, a 5 de junio de 2013.




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