De mujer burguesa a mujer burguesa
Querida María: Te fuiste
hace unos días rápido, inesperadamente, en silencio. Lo hiciste en
Sevilla, llena de recuerdos hermosos, con tu sonrisa franca, y ese
parche en el ojo que tanto te favorecía, y tus otras cicatrices, las del
cuerpo y tu voluntad decidida y alegre. Una vida plena, hecha a golpe
de volante, corazón de mujer familiar y deportista inigualable.
Tenías el listón muy
alto, tu padre Emilio fue sin duda el ídolo de tu niñez, y tomaste nota
de ello, vaya si lo hiciste. Calzando tus primeras ruedas, apretando los
dientes, escribiste en libro de oro tus victorias. La pista, tu amiga;
el acelerador, tu fiel compañero; la férrea voluntad, tu aliada perenne.
Nunca renegaste de tu condición de mujer, ni del amor a tu familia.
Hablabas con sencillez a los mecánicos y mantenedores cuando
supervisabas “los fórmulas” al comenzar las carreras. Quitaste todo
hierro posible al terrible accidente que casi te costó la vida, cogiendo
el volante de nuevo, con dolores en el cuerpo, y la mitad de tu visión
dañada, demostrando sin alharacas que lo que se quiere, se puede.
Entonces, la Providencia
te puso por delante el amor y la felicidad que viviste merecidamente
unos meses. Y Dios que te creó así, tendió una escala de seda en el
albero azul del cielo, que tú subiste veloz y delicadamente. Fue tu
mejor carrera, triunfal, que algunos no entendieron con ojos de
sencillos mortales. Hay que llevar puestas las antiparras de la fe, y
ver de otro color la vida, enjugando la lágrima fácil y las penas.
Estás entre nubes, en
altas gradas, disfrutando de la paz que sembraste en vida, del ejemplo
de tesón firme, sin resquicios ni presunción innecesaria. Gracias María
por tu ejemplo positivo, tus victorias y alegrías. Creo que en el Cielo
hay santos de muchas clases, filósofos, mártires, sabios, niños
inocentes, y tú, María, que estás en primer puesto, calzando tus ruedas,
afanada al volante, y en la primera curva, sonríes al Creador que te
esperaba, con corona de laurel, desde toda la Eternidad. Gracias María.
Rosa Ciriquián Costi
Querida limpiadora anónima
Gracias, mujer por ser
tan solidaria con tus compañeros, por ser tan combatiente reclamando tus
derechos arrebatados, por soportar madrugones terroríficos para llevar
un plato de comida caliente a los tuyos. Tú no estás entre nubes, sino
en la cruda realidad de la supervivencia, en la cruda realidad de la
mujer proletaria que desempeña unas de las funciones más duras por 700, o
menos, euros al mes si es que estás dada de alta.
Gracias proletaria
anónima por tu ejemplo, tus victorias, a veces tus derrotas, pero
siempre peleando contra la explotación inhumana. A ti te admiro
realmente. No tienes apenas tiempo de divertirte y mucho menos ponerte
un parche en el ojo a juego, o apropiado, con un vestido de alta costura
porque lo prioritario es comer. Tú sí que tienes alto el listón.
J. M. Álvarez
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