
El
gesto de Washington de enviar bombarderos a sobrevolar la ‘zona de
defensa aérea’ establecida por China fue totalmente contraproducente,
según el analista político Nile Bowie. A continuación les ofrecemos un
resumen de su artículo de análisis.
La disputa territorial por
este archipiélago del mar de la China Oriental formado por islas
deshabitadas (conocidas como Senkaku en japonés y Diaoyu en chino) ha
sido un foco de polémica en las relaciones entre China y Japón durante
décadas y se ha intensificado hasta alcanzar el apogeo en los últimos
meses, tras la compra de las islas por parte del Gobierno japonés.
La sociedad china y la coreana creen que el Gobierno de derechas del
primer ministro japonés, Shinzo Abe, intenta ocultar el papel de cruel
ocupante que ha tenido Japón en la historia, y han protestado
airadamente contra los llamamientos del Gobierno de Abe a revisar la
Enmienda N.º9 de la Constitución japonesa, que prohíbe a este país tener
un Ejército.
Según la opinión de Bowie, las recientes medidas
de China para introducir una zona de defensa aérea sobre las islas en
disputa han llegado como una respuesta a meses de agresivas maniobras
militares japonesas en la zona, rica en recursos biológicos e
hidrocarburos.
Dejemos que juzgue la historia
Los
primeros datos históricos que indican que el archipiélago pertenece a
China se remontan al año 1403 y aparecen en textos redactados por los
enviados imperiales de la dinastía Ming. Durante la dinastía Qing las
islas fueron puestas bajo la jurisdicción del gobierno local de la
provincia de Taiwán. Los mapas publicados durante la década de 1800 en
Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos reconocen todas las islas
Diaoyu como parte del territorio chino.
Japón derrotó a la
dinastía Qing a finales del siglo XIX durante sus campañas
expansionistas en la región y en 1895 obligó a China a firmar el
humillante Tratado de Shimonoseki, que oficialmente cedió al País del
Sol Naciente Taiwán y las islas circundantes, incluyendo las Diaoyu, que
los japoneses rebautizaron como ‘islas Senkaku’ en el año 1900.
Después de la derrota y la rendición de Japón en la Segunda Guerra
Mundial, tratados internacionales como la Declaración de El Cairo y la
Conferencia de Potsdam exigieron legalmente a Japón devolver los
territorios ocupados a la China prerrevolucionaria.
Poco
después de la revolución china en la década de 1950 y de la llegada al
poder de los comunistas, Japón, con el respaldo de EE.UU., expandió su
jurisdicción sobre el archipiélago, acto que se oficializó en el llamado
Acuerdo de Reversión de Okinawa del 1970, una medida condenada por
China y Taiwán.
La diplomacia de los B-52 de Washington
El anuncio del establecimiento de una zona de defensa aérea sobre las
islas Diaoyu por parte de Pekín ha sido descrito por EE.UU. como una
acción totalmente hostil y beligerante.
Por su parte, China ha
esgrimido que su ‘declaración de defensa aérea’ forma parte de su
derecho a defender su soberanía nacional y la integridad territorial.
Pekín también ha señalado que EE.UU. y Japón establecieron sus propias
zonas hace décadas y que estas zonas en algunos casos se extienden hasta
las fronteras de otros países.
En esencia, la declaración de
defensa aérea de Pekín reivindica el derecho de identificar, monitorear y
posiblemente emprender una acción militar contra cualquier avión de
combate que entre en la zona, y a pesar de que EE.UU. respalda el
derecho de Japón de mantener una zona similar, la Casa Blanca ha tildado
la medida de China de “innecesariamente inflamatoria”.
Apenas
unos días después de que el Gobierno chino publicara su declaración, los
militares de EE.UU. desplegaron desde su base en Guam dos bombarderos
estratégicos B-52, capaces de portar armas nucleares, que realizaron una
travesía de 2.400 kilómetros para penetrar en el paraguas de la defensa
aérea de China y volvieron a su base. El gesto, simbólico pero
contundente, de Washington puede interpretarse como un corte de mangas
del Pentágono al Gobierno chino.
Tanto EE.UU. como Japón han
establecido unilateralmente vastas zonas de defensa aérea propias, y sin
embargo Washington tiene la desfachatez de rechazar infantilmente las
legítimas reivindicaciones defensivas de otros países.
El
columnista chino Wu Liming describió la política de EE.UU. y Japón de la
siguiente manera: “Su lógica es simple: ellos pueden hacerlo pero China
no puede. Se puede ilustrar con un proverbio chino: ‘Los magistrados
tienen derecho a incendiar casas, pero la gente corriente no tiene
derecho a encender ni una lámpara’”.
El mensaje de las acciones
de Washington ejemplifica a la perfección la naturaleza del llamado
‘pivote asiático’ de Obama, que se traduce en que, si bien no se puede
confiar en que los políticos estadounidenses cumplan con sus antiguas
promesas de visitar la región, el Pentágono siempre va a mandar
recordatorios de que EE.UU. busca la hegemonía en Asia.
Pero la
verdad es que China y Japón, como segunda y tercera economías mundiales
respectivamente, tienen demasiado que perder como para permitir que
este conflicto se convierta en una confrontación militar, y cabezas más
frías probablemente evitarán este escenario.
Sin embargo, para ello EE.UU. debe permanecer neutral y promover un compromiso pacífico y una solución a este problema.
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