El hijo secreto del Gran Muftí
Santiago Alba no deja de cagar
Lo juro por San Carlos Marx: lo que
menos hubiera deseado yo a principios de año habría sido dirigir un
blog contra un presunto "compañero de lucha". Pero es que ya es
diarrea, y no pensamiento, lo que produce el intestinal cerebro de
Santiago Alba Rico. Y alguien debe decírselo a este niñito mimado. Que
ya lo suyo es una cagadera incontrolable.
Baste leer lo que hoy mismo, lunes 7 de noviembre, publica SAR en Rebelión.
No me crean a mí y juzguen ustedes por su cuenta. Ya desmenuzaremos el
zurullo cuando haya tiempo. ¡No seré yo el único capaz de detectar por
lo menos 10 errores fácticos, profesionales y éticos en sólo 4 párrafos!
Le cedo la cagona palabra al filósofo de la insurgencia otánica Santiago Alba Rico:
"Gadafi cayó en su propio cuerpo" (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138886).
Santiago: No eres un ciudadano
Santiago:
No eres un ciudadano, eres un súbdito. Obedeces, te guste o no, a un rey. Eres vasallo de una enmohecida corona. Tu país no abandona la Edad Media...
¿Y así te atreves a pronunciar una sola palabra sobre la rebelión de un mundo que nunca será el tuyo, mientras que en el suelo donde naciste no te atreves a hacer detonar la apetecida revuelta? Acaricias lo ajeno, pero no tienes los cojones para plantarle cara a tu rey y decirle alto en su oído: «¡Márchese!» «¡Queremos libertad, no el remedo de libertad que usted nos ofrece como espejismo! ¡Queremos para la península ibérica lo que Castro le dio a la isla cubana! ¡Lo que Gaddafi les dio a todos los libios! ¡Queremos vivienda, salud, educación, empleo, igualdad, dignidad, justicia..., SOCIALISMO! ¡Márchense usted y sus hijos parásitos! ¡Independencia para las repúblicas ibéricas! ¡Disolución de España! ¡Muerte a la monarquía! ¡Quiero ser ciudadano!»
Qué fácil es festejar la caída de la sangre cuando no la derrama alguien a quien tú conoces. Qué fácil es festejar la caída de una nación cuando no has colocado una pieza de sus cimientos. Mandas aplastar una casa, como si se tratara de un hormiguero, porque no eres capaz de imaginar los dolores, las alegrías y las esperanzas de la familia que soñó con esa casa antes de que fuera edificada. Una casa es diez sueños de una mujer, diez angustias de un hombre, diez tranquilidades de un niño. Has aplastado diez angustias, diez sueños y diez tranquilidades, multiplicados por diez, y una vez más por diez, y una vez más por diez, y una vez más por diez.
Esa es la dimensión de lo que hiciste.
Me llenas de asco y de horror. Si algún día confié en ti, maldigo ese día, maldigo mi confianza y te maldigo a ti: ¡maldito seas! Mientras me quede vida, pisotearé tu nombre. Estúpido cobarde. Morirás siendo un súbdito.



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