La
verdadera transición política consistió en lo siguiente: en que el
Estado no dejó de ser franquista pero la oposición sí dejó de ser
antifranquista.
La muerte de Adolfo Suárez ha devuelto
al primer plano a la transición por enésima vez, como los naufragios
arrojan a la playa los restos de un viejo barco que se ha ido a pique.
Ha sido otra lección de idealismo histórico, un desfile de los famosos
personajes que la hicieron posible, es decir, de los que hicieron lo
imposible porque todo siguiera igual.
Para ello lo cambiaron todo.
Ha
ocurrido como en esos pogramas de la tele en los que te reforman tu casa
de arriba abajo. Cuando vuelves a entrar en ella ya no parece tu casa,
pero en realidad sí es tu casa, sigue siendo tu casa, es la misma casa.
Pues alguno sigue sin enterarse.
Con Suárez ha pasado como con Franco.
Exactamente igual.
Los reportajes no han tratado sobre su muerte -que
sólo interesa a su familia- sino sobre su vida, bien entendido que se
trata sólo de su vida política, de Suárez como “personalidad”, aunque no
tuviera ninguna personalidad, ya que se trataba de una marioneta cuyos
hilos movían los militares fascistas.
La muerte de Franco resultó oportuna
porque el régimen que se inició en 1939 fue “su régimen”, el franquismo,
y los reformistas domesticados de aquella época -como los de hoy- se
pasaron años especulando acerca de lo que podría ocurrir cuando Franco
muriera porque -como bien sabe el idealismo histórico- los asuntos
políticos son consecuencia de la naturaleza humana, de la vida y de la
muerte y, por lo tanto, el franquismo dependía de la vida de Franco, de
su estado salud.
Por eso en 1974 su postrera enfermedad les puso a todos
en vilo.
El futuro de España dependía de una flebitis.
La transición empieza al año siguiente
con la muerte de Franco, igual que el tiempo y la historia se empiezan a
contar con Jesucristo. Hay una época antes de él que viene explicada en
el Antiguo Testamento, y hay otra después, el Nuevo Testamento.
Todo
acaba y empieza con la vida y la muerte de alguien. Nada de modos de
producción ni cosas parecidas. Lo que separa a una época histórica de
otra son grandes personajes históricos, como Jesucisto o Franco. El
franquismo era imposible e impensable con Franco muerto porque se
trataba de una dictadura personalista, lo mismo que el cristianismo es
una religión que ronda en torno a la vida y milagros de Cristo.
¿Es esto una estupidez? En efecto, lo
es. Luego también es otra auténtica estupidez creer que la transición
empezó en 1975 porque Franco se murió por culpa de una flebitis. ¿Cómo
acabar con la estupidez histórica? Podemos empezar por enunciar dos
preguntas. La primera es por qué empezó la transición y la segunda es
cuándo empezó.
La lucha de clases es el motor de la
historia y, por lo tanto, también de los cambios que se producen en los
Estados, cualesquiera que sean. Los Estados cambian porque cambian las
clases y las luchas de clases, interna e internacionalmente, se puede
decir que casi continuamente. Son el antígeno y el anticuerpo del
sistema inmunitario: uno es el espejo del otro. Lo que no es tan
conocido es que los cambios de un Estado no llegan después de la lucha
de clases sino que se preparan para ella, es decir, que son anteriores a
los choques entre ellas.
El Estado franquista no fue una
excepción, sino que también fue cambiando en vida de Franco, hasta el
punto de que adelantó sus propios funerales, todo con el único fin de
subsistir, de mantenerse y de sucederse a sí mismo. Los cambios más
importantes fueron cuatro, que voy a enumerar sucintamente. Todos ellos
tienen en común que fueron acometidos por el Ministerio de la
Presidencia (hoy desaparecido) que dirigía el almirante Carrero Blanco.
El primer cambio fue una profunda
reforma burocrática que acometió el régimen en los años cincuenta,
durante los cuales cambió radicalmente el funcionamiento de todas y cada
uno de las instituciones públicas, que daban síntomas evidentes de
obsolescencia desde hacía mucho tiempo.
Sin este cambio el régimen no
hubiera podido emprender ningún otro.
El segundo fue el Plan de Estabilización
de 1959 que acabó con la autarquía económica, incorporó a España
plenamente a los mercados internacionales e inició los planes de
desarrollo de los años sesenta que transformaron España de arriba abajo
en un país de capitalismo monopolista de Estado.
El tercero fue el típico cambio que anticipaba los acontecimientos antes de que se produjeran: en 1969 Franco nombró a Juan Carlos como su sucesor a título de rey saltándose la línea dinástica. El príncipe heredero no sucedía a su padre sino a Franco. Esta monarquía empieza con Franco y se convierte en una pieza tan importante del franquismo como el propio Franco, hasta el punto de que el rey también sucede a Franco al frente del Ejército fascista, verdadero pilar del régimen. El rey aseguraba la continiuidad del franquismo para cuando Franco muriera. La monarquía es el franquismo sin Franco.
El tercero fue el típico cambio que anticipaba los acontecimientos antes de que se produjeran: en 1969 Franco nombró a Juan Carlos como su sucesor a título de rey saltándose la línea dinástica. El príncipe heredero no sucedía a su padre sino a Franco. Esta monarquía empieza con Franco y se convierte en una pieza tan importante del franquismo como el propio Franco, hasta el punto de que el rey también sucede a Franco al frente del Ejército fascista, verdadero pilar del régimen. El rey aseguraba la continiuidad del franquismo para cuando Franco muriera. La monarquía es el franquismo sin Franco.
El cuarto fue la reforma política, como
se la llamó entonces, o sea, la transición en sentido estricto. Se
acometió como consecuencia de un crecimiento de la lucha de clases, que
aisló y puso al régimen contra las cuerdas. El operativo consistió en
cambiar el decorado, lo cual aún tiene a más de uno despistado: primero
les hicieron creer que el régimen franquista era de partido único y
luego bastó añadir algún partido más para que pareciera otra cosa.
Puro ilusionismo, magia política. La
candidez de algunos era tan pasmante que bastó cambiar de gobierno para
hacerles creer que en realidad lo que había cambiado era el Estado.
La verdadera transición política
consistió en lo siguiente: en que el Estado no dejó de ser franquista
pero la oposición sí dejó de ser antifranquista. Y lo que es peor:
seguimos exactamente igual que entonces. Los que dicen ser la oposición
no son antifascistas -dicen- porque eso ha dejado de ser necesario. Ya
estamos en una democracia burguesa.
Fuente: http://www.lahaine.org/index.php?p=76700

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