Mi padre,
Fermín Arenas, era conducido junto con otros soldados republicanos en
dirección de Villarobledo, donde se producían asesinatos masivos por
parte de las fuerzas golpistas de genocida Francisco Franco. Las
victimas de los terroristas franquistas eran colocadas unas al lado de
otras y fusiladas o simplemente empujados a unos pozos, conocidos como
los Barreros, cayendo muchos con vida, los cuales poco a poco se iban
desangrando o eran asfixiados por nuevos cuerpos de muertos o heridos
que caían sobre ellos, eran pozos de unos 40 metros de profundidad,
eran muchos los que caían con vida y sus gritos agonía se podía escuchar
varios kilómetros a la redonda, se calcula que fueron asesinadas más de
300 personas de ese modo tan cruel.
Debo decir que
mi padre y un paisano de Pinarejo, que no consigo recordar su nombre,
saltaron del camión que les conducía a Villarrobledo poco antes de
llegar. Ambos estuvieron durante varios días escondidos por los campos
y montes, hasta que consiguieron a cambio de sus mejores tierras ser
avalados, por el alcalde franquista de Pinarejo. Por otra parte mi
abuelo materno Felipe López, sufrió la cárcel en Albacete y Chinchilla,
de donde salió en un estado lamentable física y mentalmente.
Durante mucho tiempo he intentado buscar información sobre esto que
llegó a mí a través de mi madre, sin conseguirlo, hoy he encontrado este
valioso testimonio Ezequiel San José López, en que habla sobre la
represión y condiciones de penuria de las cárceles franquistas y la
especial saña con las gentes procedentes de Villarobledo y su comarca.
Es un relato muy duro, con una pregunta final muy importante.
Paco Arenas
Sobre las cárceles franquistas(testimonio de Ezequiel San José López)
La documentación y las referencias sobre los campos de concentración
nazis son abundantísimas. Particularmente cuando tratan del genocidio
sufrido por los judíos, lo cual es positivo por-que el olvido de tales
salvajadas iría contra la más elemental decencia. Otra cosa es que tras
buena parte de esta campaña antinazi estén ciertos grupos judíos que se
mueven por intereses económicos políticos muy actuales. Algunos
colectivos asimismo víctimas del nazismo no han tenido parecidos
vale-dores y a estas alturas mucha gente ignora que en el infierno
concentración ario se asesinó a gitanos, homosexuales y sobre todo
comunistas. Desde 1936 el fascismo español, al que Alemania e Italia
ayudaron, cometió aquí también crímenes espantosos. Sin embargo existe
una diferencia abismal entre la publicidad de unos y otros casos. Son
raros y poco divulgados, particularmente en España, los trabajos sobre
las torturas y la muerte de dece-nas de miles de hombres y mujeres en
los centros policíacos, cuarteles, campos de concentración, cárceles y
paredones de nuestro país. El distinto tratamiento dado a ambas
represiones quizás se debe al distinto final de las dos dictaduras. El
nazismo alemán fue derrotado militarmente y el franquismo, muerto
Franco, acabó aquí en una transición pactada entre fuerzas franquistas
todavía poderosas y una oposición variopinta dividida y manipulada,
algunos de cuyos componentes aceptaron aquella especie de borrón y
cuenta nueva que beneficiaba a los represores silenciando sus
atrocidades y otra parte, la más represa-liada, carente de medios y fiel
defensora de la Reconciliación Nacional abanderada desde años antes que
no creyó políticamente oportuno sacar a relucir el sangriento pasado.
Ahora, decenios después, a muchos nos parece que con tal actitud las
fuerzas de izquierda cometieron un tremendo error histórico. Es
conveniente, por tanto, divulgar cuanto sea posible los horrores del
ayer franquista y contar sus aspectos represivos, algunas de cuyas
facetas peores se vieron en las cárceles. Hay que decir que aquí, en
España, los presos que no recibían ayuda de sus familiares del exterior
estuvieron condenados al hambre más espantosa.
Luego de meses de bazofia
aguada compuesta de algunos trozos de nabo y restos podridos de un
pescado salado (Corbina), se les hinchaban cara, manos y pies y
frecuentemente morían de inanición. Quienes padecimos aquello no
encontramos mucha diferencia entre las fotos de los supervivientes
esqueléticos de los campos nazis y el aspecto nuestro de entonces. ¿Se
ha publicado lo suficiente que los chinches y los piojos nos devoraban?
No conozco ninguna información que mencione la proliferación del ántrax y
la sarna entre los reclusos. Ni de las epidemias de tifus y viruela en
la Prisión Provincial de Albacete.
Ni de la tuberculosis que sufrimos
tantísimos. Yo he padecido dos largos períodos carcelarios. El primero
desde julio de 1939 hasta finales de 1943 y el segundo desde abril de
1947 hasta noviembre de 1951, más varios años de libertad vigilada
controlado por la policía. Las dos veces por actividades políticas
contra la seguridad del Estado (de aquel Estado). En las dos ocasiones
condenado por Consejos de Guerra que pidieron penas de muerte a algunos
compañeros. Los dos períodos fueron terribles, aunque sin duda el peor
el primero. Hay que señalar que, acabada la guerra, las cárceles
proliferaron. Los establecimientos penitenciarios existentes eran
insuficientes para recluir en ellos a los miles y miles de personas que
los fascistas vencedores consideraban enemigos. Plazas de toros,
estadios y conventos e iglesias todavía no habilitados para el culto se
llenaron, tanto de soldados del ejército republicano derrotado como de
cualquiera considerado sospechoso por las nuevas autoridades.
En cada pueblo, tras las matanzas vengativas de los primeros días, los
izquierdistas fueron recluidos en los sitios más diversos y poco a poco
trasladados a lugares que ofrecieran mayor seguridad como los pueblos
cabeza de partido o capitales de provincia. Para regentar tanta cárcel
se promocionó como funcionarios de prisiones a falangistas, alféreces
provisionales licenciados y "adictos a la causa nacional". Cabe imaginar
el comportamiento de tales guardianes.
Cárceles en Albacete
En Albacete, la vieja prisión provincial quedó abarrotada al instante.
El hacinamiento era tal que con las celdas y galerías (las llamaban
esparteras) repletas, muchos presos pasaban la noche sentados en la
escalera que conducía a la planta superior. De los dos patios existentes
a uno lo convirtieron en enorme celda donde por las noches los
detenidos dormían en el suelo, bajo las estrellas. Nada comparado con lo
reservado a los condenados a muerte. En celdas concebidas para dos
personas eran encerrados de dieciséis en dieciséis, "chapadas" las
puertas y con dos zambullo para sus necesidades. Los zambullos eran unos
recipientes cilíndricos de barro cocido de cincuenta centímetros de
altura por veinte o veinticinco de diámetro que se les retiraba por la
mañana tras el recuento y les volvían a colocar después de vaciados. No
salían de sus celdas, excepto para la comunicación semanal en un
locutorio horripilante los que recibían visita de familiares, hasta que
se les conmutaba la pena o eran conducidos al paredón. Cuando dejaban
aquel antro ya parecían cadáveres. Escribir esto ahora hasta nos parece
inconcebible a quienes lo vivimos. Pero había otras cosas. Los retretes y
escasos lavabos no funcionaban y excrementos, orines y agua sucia
anegaban la planta baja de la cárcel ensuciando a quienes tenían que
dormir allí.
He señalado que el trato de los carceleros hacia nosotros era indecente.
Violencias físicas aparte, siguiendo directrices superiores, buscaban
humillarnos. Era obligatorio cantar diariamente, en formación, los
himnos Oriamendi y Cara al Sol y escuchar la marcha real tras la cual el
funcionario de turno aullaba los consabidos España, una; España,
grande; España, libre, que debíamos corear. Dirigirse a cualquier
carcelero llevaba consigo saludos a la romana y comenzar: "a sus órdenes
don fulano", para después decirle lo que fuera. Y las misas dominicales
ineludibles. No tengo noticias de que la Iglesia haya pedido perdón por
su colaboración con aquello. Lo que acabo de relatar se prolongó
durante años. Y aunque las condenas y malos tratos se prolongaron ron
prácticamente hasta el final del franquismo, luego de la derrota de
Alemania algunas cosas se modificaron: se suprimieron los cantos
fascistas y el obligado saludo brazo en alto. El régimen ya no era una
hechura nazi, era simplemente nacionalsindicalista.
Leído lo anterior es posible que, hoy, alguien se interese por el
comportamiento de los prisioneros ante el hambre, las humillaciones, la
promiscuidad, la amenaza de largas condenas o la muerte. Como en todo
colectivo humano en grave coyuntura las reacciones eran varias. A un
sector relativamente numeroso que de buena fe creyó aquello de la "Paz
Honrosa" propalado por los acólitos del coronel Casado en los últimos
días de la guerra, le sorprendió algo tan distinto a lo esperado. Otros
se extrañaban de que "a ellos" les ocurriera esto admitiendo que los
demás lo merecieran; eran los menos. Grupos reducidos embrutecidos por
el hambre y la miseria hurgaban entre la basura buscando residuos que
comer o colillas. Pero generalmente la moral era alta. La guerra había
concienciado a los más y quienes se creen posesores de la razón, de la
verdad, se enfrentan a la tragedia y a la muerte con valor. Las noches
de "saca" cuando los condenados a morir eran conducidos a "capilla" nos
saludaban a los todavía vivos con vivas a la República, a la Revolución,
a la Libertad.. . y desde su último encierro muchos cantaban "La
Internacional".
Al amanecer, con la cárcel silenciosa, llegaba desde el cementerio no
lejano, el eco apagado de los disparos. La solidaridad era frecuente
aunque no general. Quien poseía comida aportada desde la calle por la
familia solía compartirla con parientes y compañeros más necesitados
creando comunas. Años después en una población penal más politizada,
surgió todo un complejo de Comisiones: Comisión de Ayuda, Comisión
Jurídica, Comisión Cultural y de Enseñanza ..., que repartían entre
todos los recursos existentes, preparaban a los procesados para
enfrentarse a los Consejos de Guerra rechazando a los "defensores de
oficio" que no defendían nada, creaban colectivos culturales; todo,
claro está, clandestinamente frente a las autoridades carcelarias.
Poco más o menos, salvadas las concretas diferencias de lugar, algo
similar ocurrió en los campos de concentración alemanes donde igual que
aquí tales acciones las dirigían los más combativos. Hay que señalar que
las afinidades ideológicas aglutinaban a bastantes. También la
procedencia. Era normal la mayor relación entre paisanos. Algo especial
marcaba a los de Villarrobledo. Después de las matanzas de los barreros
trajeron a Albacete a muchos desde allí. Proceder de Villarrobledo en
aquella época significaba un agravante. Los juicios sumarísimos los
condenaban a muerte en mayor proporción que a otros. Un militar, no
recuerdo su graduación, venía con frecuencia a tomarles declaración o a
ultimar los trámites procesales. Pude verlo, casualmente. Era un
individuo enfermizo, macilento, con cara de mala persona. Los presos le
temían. Su gestión acrecentó el número de víctimas de este pueblo
manchego. Más tarde oí que estaba casado con una ricachona de allí.
Aunque la represión de Villarrobledo es destacable, otros pueblos,
Almansa, Hellín, Yeste, La Gineta, Tarazona.. ., y la capital, Albacete,
no escaparon mucho mejor a las torturas y piquetes. Pero como al
principio de este trabajo comenté parece cual si una pesada losa de
silencio hubiera caído sobre aquel pasado. Conviene, lo escribí en otra
ocasión, que las nuevas generaciones lo conozcan. Conocer el pasado
ayudará a evitar tragedias similares. Es necesario que historiadores e
investigadores de nuestra provincia indaguen, busquen documentos y
datos, recaben el testimonio de los supervivientes y los expongan para
general conocimiento. ¿O es que todavía hay miedo?
Autor: Ezequiel San José López
RESUMEN: El autor fue un miembro de las Juventudes Socialistas
Unificadas durante la guerra. Ocupó puestos de dirección en la
Organización de Albacete. Marcha al frente a los dieciséis años de edad
luchando en la 5.9 Brigada Mixta de Carabineros en los frentes del
Jarama: Arganda, Morata de Tajuña, Pingarrón, etc. Combate en Madrid
contra los golpistas dirigidos por el coronel Casado y al terminar la
guerra es detenido for-mando parte de un grupo clandestino del Partido
Comunista. Tras salir en libertad vigilada a finales de 1943 se
reincorpora a la Resistencia y es apresado nuevamente en Madrid en abril
de 1947.


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