A veinte días de la cita electoral
presuntamente menos trascendente de aquellas pocas a las que somos
convocados, aún hay quien se pregunta qué se puede esperar de un
resultado casi cantado, y también hay quien no se pregunta nada porque
espera nada, y hasta quien espera demasiado. Y quizá ni lo uno ni lo
otro, ni todo lo contrario.
Es verdad que la simple construcción
europea y la estructura de la UE en general y del Parlamento europeo en
particular; sus antagonismos, la contraposición de intereses locales, y
su dimensión y sus competencias, no invitan a esperar nada especial.
Pese a ello, no podemos menospreciar el valor simbólico que, dependiendo
del resultado, nos pueda ofrecer la convocatoria como punto de
inflexión y foto fija de un momento de transformación social.
Así, habría que decir que sería una
equivocación esperar cambios inmediatos sea cual sea el resultado. No
veríamos cambios ni aun con la obtención del total de los 54 diputados
en liza en el Estado español por parte del más revolucionario de los
nuevos partidos. Y en realidad, obviamente no hablamos de 54. Siendo muy
optimistas, estamos hablando de que la más secundada entre las nuevas
formaciones pudiera lograr de 3 a 5 escaños. Y sin ser optimistas,
hablamos de 1 o 2. Y ya sería motivo de celebración. Esperemos que nadie
se sienta defraudado (por haber esperado lo imposible) si no se alcanza
mayor representación .
Decía hace poco Beatriz Talegón, la
exsecretaria general de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas
(IUSY), en su intervención en el marco de un coloquio organizado por
diario Público, que el PSOE ponía a la gallina caponata al frente y
tenía 7 millones de votos. Y seguro que hubo quien no lo entendió, o lo
tomó por aquello que no era. Tenía razón, como la hubiera tenido quien
dijera que con el PP ocurre exactamente lo mismo.
El clientelismo, que
es aquello que siempre relacionamos con favores y dependencias entre los
de arriba, va mucho más allá de eso, e implica también al kiosquero de
la esquina de la sede del PP o del PSOE de un pueblo: ese que les lleva
los periódicos todas las mañanas; y al fontanero que hace alguna chapuza
allí o en la casa de algún concejal; y a aquel parado que contrataron 6
meses en el ayuntamiento para el mantenimiento de los parques; y al que
hace pancartas; y al del bar que lleva los cafés. Y también a sus
familias. Son más de 30 años en el poder tejiendo esas redes de
dependencia, por falsa que sea en muchos casos, y aunque solo sea la
percepción lo que cuente.
Para que esos partidos pierdan poder, es
necesario ir arrebatándoselo poco a poco, escaño a escaño, pueblo a
pueblo, barrio a barrio. Y cada paso que se dé en ese sentido es un
triunfo. Y estas Europeas son una nueva oportunidad para seguir
profundizando en ello.
Por tanto, esto es lo que deberíamos
esperar de estas elecciones. Deberíamos esperar poder socavar la imagen
de la partidocracia. Esa imagen que al deteriorarse incidirá en la
desafección y en la percepción de inseguridad de los ‘votantes del
miedo’ (a perder lo poco que tienen).
Y no lo tenemos fácil, porque además de a
lo comentado y a la costumbre, nos enfrentamos a los medios de
comunicación y económicos del establisment. Y por si fuera poco, también
a las tretas organizativas de los que controlan los cauces de
participación, como esa de eliminar el 30% de las mesas electorales para
esta cita. Reducción que casualmente se ha centrado en los barrios
obreros.
No lo van a poner fácil: han hecho de la
política una profesión muy rentable y defenderán los privilegios que se
han dado, y que pretenden perpetuos y endogámicamente transmisibles.
Pero habrá que armarse de convencimiento y perseverancia, porque una vez
crucen una línea de no retorno que está muy próxima, el proceso se
acelerará exponencialmente.
Puede que nunca nos hayamos visto ante
una cita electoral más importante que la del próximo 25 de mayo. Y no
porque, como ya se ha dicho, vaya a significar algún resultado tangible;
sino porque estamos sembrando un cambio, y porque puede que si lo
hacemos bien, la cosecha la recojamos ya en las próximas municipales y
legislativas.
Aunque seas abstencionista: vota esta
vez, ahora sí hay donde elegir fuera del póquer tradicional. Plantéate
cuál es el motivo para no votar, y qué quieres conseguir. Si lo que te
molesta es legitimar un sistema amañado, piensa en cómo pretendes
cambiarlo desde fuera, y qué posibilidades reales tienes de lograrlo, y
después decide. Si solo se trata de que no te convence ninguna
propuesta, piensa en si algún día alguien colmará tus exigentes
expectativas, o si vas a tener que hacer un partido para ti solo (que es
una opción).
Con la gallina caponata podrán sumar 14
millones. Esperemos sumar algún día entre tod@s l@s demás los 22
millones restantes hasta completar los 36 con derecho a voto.
Paco Bello
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