Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


domingo, 1 de junio de 2014

Efectos colaterales del fenómeno Podemos, y de otros



Antes de las elecciones al Parlamento europeo el resultado de Podemos era una incógnita. Visto el espectacular resultado, el devenir de esa nueva formación sigue siendo una incógnita, pero de muy distinto signo. En clave particular, la que afecta a la propia formación, está por ver si aciertan en la gestión de esos resultados, si su eclecticismo ideológico y su estructuración espontánea les impulsa o les frena, si no padecen lo que en economía se conoce como una crisis de crecimiento. De momento no han perdido el pulso, no han desvariado, ni mucho menos, embriagados por este primer éxito. La furibunda reacción del establishment, que ha ido desde el ridículo desprecio del oráculo del PP, Pedro Arriola, hasta la chulería grotesca del guardián de las esencias del «socialismo del siglo pasado» en España, Felipe González, ha reforzado la posición de Podemos.




La noche electoral Pablo Iglesias dijo que aspiraban a lograr un resultado aún mejor, que su objetivo era vencer a los partidos sistémicos, a lo que ellos denominan la «casta política». Lo cierto es que, más allá de la fortuna que tenga la nueva formación en ese cometido, de momento ha logrado varias cosas que trascienden sus intereses particulares y legítimos. Por el momento Podemos, en apenas un solo golpe, ha acelerado contradicciones en sus adversarios, ha potenciado debates y ha alterado los estándares de lo considerado normal en el sistema político español. Resulta significativo, por ejemplo, el desarrollo del debate dentro del PSOE, que comenzó la semana con su clásica propuesta de Congreso controlado por la estructura y, en un debate mucho más público de lo habitual, ha tenido que asumir la postura defendida entre otros por Eduardo Madina, a favor del voto directo frente al tradicional voto delegado.



 Se puede pensar que Madina apoya este modelo porque le beneficia, pero también responde al sentido común, al principio básico de «una persona un voto» y a la idea de que, casi salga lo que salga de un proceso así, será mejor para el partido que una decisión que venga desde arriba. Una vez abierta esa puerta, será difícil que se cierre, o cuando menos será imposible cerrarla sin pagar un precio político por ello. La estructura maniobrará para defender sus intereses, no hay duda, pero es un salto cualitativo acelerado en parte por la irrupción de una fuerza que ha recogido mucho voto descontento con el PSOE y que ha hecho de la participación bandera. Existen riesgos, sin duda, sobre todo si no se tiene una estructura fuerte, por ser víctima propicia para movimientos organizados y perversos, pero como principio resulta inapelable.

 

Pablo Iglesias apela precisamente a valores comunes, recurre a moralejas cotidianas para desnudar realidades obvias pero ocultas a los ojos de una mayoría social adormecida que no ha conocido otra cultura política que la de la Transición española. Rompe esquemas y sitúa el debate en torno a valores básicos, a lo que está bien y lo que está mal. Esa fórmula ha funcionado y tiene recorrido. Responde además a una tendencia más global, lo que el columnista de “The Guardian” Seumas Milne ha denominado «populismo de izquierda», la necesidad de nuevos liderazgos y de un programa político para revertir las políticas neoliberales y realizar un cambio social profundo. Lógicamente, en cada lugar eso se traduce de una manera distinta, asociada a tradiciones políticas y contextos particulares. En ese sentido, Podemos tampoco ha inventado nada nuevo. Fuerzas tan diversas como Syriza y Sinn Féin lo están haciendo. En Euskal Herria EH Bildu es esa fuerza, y los resultados obtenidos son un revulsivo para ahondar en ese camino.




Una sociedad distinta que aspira a ser mejor



Muchos de los elementos sociales que han propiciado el fenómeno Podemos no se dan en Euskal Herria. Por ejemplo, aquí no existe el bipartidismo que hay en el Estado. Si existe, cómo no, una casta política. Pero, a su vez, vivimos en un país en el que el líder de una de las fuerzas mayoritarias está en la cárcel por hacer política. Nadie aquí puede defender que todos son iguales. Asimismo, la cultura política de la Transición española no cuajó nunca del todo en nuestra tierra, lo que explica en gran medida eso que denominamos «conflicto vasco». Siempre ha existido en esta sociedad una propuesta de confrontación democrática, de ruptura con el franquismo, una alternativa social y política a la manera de hacer las cosas en el Estado español. Y ello ha conllevado un nivel de represión que solo recientemente, y en un grado mucho menor y menos sistemático, han conocido en el resto del Estado. Por el contrario, en términos de clientelismo, falta de transparencia y participación, escasez de talento y liderazgo… nuestro sistema político solo tiene el consuelo de estar un poco mejor que el del resto del Estado, poco más.  



Sin embargo, pese a tratarse de una sociedad diferente, Podemos ha encontrado un hueco importante en Euskal Herria, alterando incluso las posibles aritméticas para realizar cambios políticos, como ha ocurrido en Nafarroa. En clave electoral e institucional, Podemos ha irrumpido también en la ecuación vasca. Además de valorar que sea la fuerza estatal que más claramente ha defendido el derecho de este pueblo a decidir su futuro, más allá de posibles alianzas en la búsqueda de otro modelo sociopolítico, algunos de los debates que ha planteado tendrán su traslación a nuestro contexto. Tal y como se ha mencionado, Podemos es solo una de las expresiones de esos debates que se están dando en la izquierda europea y mundial. Anticiparse y saber leer esas tendencias será clave para afinar una propuesta política de cambio adaptada a nuestra sociedad.


 Editoriala



 

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