Niñas prostitutas en las afueras del estadio de Fortaleza (Página en Facebook de Meninadança.org)
Poco importa el nombre porque la
historia se repite en São Paulo, Fortaleza, Belo Horizonte, Río de
Janeiro y otras ciudades de Brasil. Miles de niñas se ofrecen en el
mercado de la prostitución infantil, aunque esa práctica sea legal solo a
partir de los 18 años. La celebración de la Copa Mundial de Fútbol
engrosará las filas de esas jóvenes trabajadoras del sexo, que
entregarán su cuerpo como premio a la fanaticada venida de todo el
planeta.
El mayor evento deportivo internacional
–después de las Olimpíadas—mostrará la pujanza económica del gigante
suramericano, en un fabuloso acto publicitario. Pero ese circo donde los
límites entre propaganda y deporte se difuminan, también revelará a los
visitantes las regiones más sórdidas de la sociedad brasileña y su
gobierno.
Fanáticos al sexo
Los organizadores de la Copa esperan el
arribo de 600.000 turistas extranjeros desde antes del 12 de junio y
hasta pasado el pitazo final. Ese alud de fanáticos, periodistas,
empresarios en busca de oportunidades, políticos y simples turistas
gastará unos 11.000 millones de dólares, según las predicciones de la
agencia oficial de turismo, Embratur. El torneo podría representar un
ingreso de más de 50.000 millones de dólares para la economía brasileña.
Seductoras cifras para un gobierno necesitado de buenas noticias económicas que apaguen el descontento social.
Además, ese torrente de dólares caídos como el maná promete también
tiempos de bonanza para la industria del sexo, que atrae ya a miles de
turistas cada año. De hecho, en las sedes de la Copa la prostitución ha
aumentado en torno a las instalaciones por la demanda de los
trabajadores de la construcción.
Hoy el precio por una relación sexual en
los alrededores de la Arena Corinthians, en São Paulo, ronda los cinco
dólares. La clientela puede disfrutar de los servicios de niñas y
adolescentes instaladas en la Favela de Paz, un barrio miserable de la
megalópolis brasileña. Según testimonios reunidos por el periodista
británico Matt Roper, fundador del proyecto Meninadança, organizaciones criminales han comenzado a traer chicas no solo de Brasil, sino también de África.
El negocio florece en las regiones
pobres del nordeste brasileño. Un reportaje publicado por la revista
Time en diciembre de 2013 aseguraba que en Recife las familias venden a
sus hijas por un precio entre 5.000 y 10.000 dólares. Algunos hoteles de
la ciudad ofrecen a sus huéspedes un menú de niñas, en una red que
implica también a proxenetas y taxistas, bajo la inacción cómplice de la
policía local.
La prostitución gana por goleada
A pesar de las promesas de los sucesivos
gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), la prostitución
infantil no ha cesado de crecer en los últimos años. En 2001 la Unicef
estimaba en 100.000 los niños prostituidos en Brasil. El Foro Nacional
de Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil (FNPETI) calculó en
2012 que medio millón de menores eran explotados sexualmente, una cifra
similar a la manejada por Matt Roper.
Sin embargo, las autoridades apenas
destinarán ocho millones de reales (3,5 millones de dólares) a financiar
proyectos para prevenir la prostitución en las sedes de la Copa del
Mundo. Ese monto parece irrisorio frente a los más de 11.000 millones de
dólares invertidos en toda la logística del evento, desde los estadios
hasta la seguridad de los visitantes. Una cantidad insuficiente, en fin,
para revertir la pobreza, la exclusión social y el machismo que se
perpetúan en la raíz de la explotación sexual infantil.
Pero cuando el 13 de julio el capitán
del equipo ganador levante el trofeo y la euforia alcance su cénit en el
estadio Maracaná de Río de Janeiro, ¿quién se acordará de las pequeñas
que ofrecieron su cuerpo como ofrenda en esta orgía del fútbol? Y
después, ¿qué político dedicará una línea a recordarlas en los discursos
de alabanza a la grandeza de Brasil?
NIÑAS PROSTITUIDAS EN BRASIL
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