EL CORTO VERANO DE LA ANARQUÍA DE BARCELONA
Javier Nix Calderón
Javier Nix Calderón
Un hermoso y emotivo texto de mi gran amigo Javier Nix Calderón, que participará en mi próximo libro como coautor. Hemos depositado muchas ilusiones en este proyecto.
Barcelona, julio de 1936. Treinta mil milicianos, anarcosindicalistas
de la CNT, armados con fusiles viejos y algunas ametralladoras, se echan
a la calle para frenar al ejército golpista. Treinta mil locos, treinta
mil cuerdos, treinta mil hombres y mujeres soñando despiertos, derrotan
a las tropas del general Goded. Durruti, García Oliver y Ascaso lideran
la lucha. Durruti cae herido: una bala le roza el pecho y otra la
frente.
Protegido tras una barricada, ve caer a Ascaso, su compañero de tantos años de lucha, quien, con una actitud quijotesca, suicida, se ha arrodillado en mitad de la calle, desprotegido, afinando la puntería para acertar al francotirador que desde el cuartel de Atarazanas diezma las líneas de los anarquistas.
Una lluvia de balas le destroza el pecho. Los anarquistas, presos de un furor incontenible, se lanzan en estampida sobre los muros del cuartel. Abren un boquete en ellos y se introducen a través de él, acabando con la resistencia.
Los anarquistas alzan el cuerpo de Ascaso en brazos. Tiene la frente atravesada por un balazo y un reguero de sangre le baja por las mejillas. Aún tiene los ojos abiertos. Durruti y Garcia Oliver lo ven pasar, mientras la muchedumbre estalla en gritos “¡Han matado a Ascaso!”. Observan su cuerpo alejándose, sacudiéndose sobre los hombros de los compañeros de la CNT. Se miran incrédulos.
Durante unos segundos el estupor se apodera de ellos. Pero no hay tiempo para el duelo. Enseguida se recobran. Se levantan de nuevo. Se dirigen al edificio de la comandancia militar, que se rinde tras unos minutos de lucha. La rebelión ha fracasado en Barcelona.
El pueblo en armas ha derrotado a la reacción, al fascismo, y un viento como nunca antes sopló en España recorre las calles de Barcelona.
“¡Viva la FAI! ¡Viva la anarquía! ¡Viva la CNT! ¡Compañeros! ¡Hemos derrotado a los fascistas! ¡Los combatientes obreros de Barcelona han vencido al ejército!” gritan. El mundo nuevo que traen los anarquistas en sus corazones comienza a edificarse en Barcelona. Empieza el corto verano de la anarquía. Es el verano de la esperanza, el verano de la emancipación del proletariado. Nunca antes hubo tanta ilusión en los ojos de ningún español. La clase obrera española, sufridora de incontables agravios, que había soportado el hambre, la miseria, la represión y la muerte a manos de los patronos, dirige por primera vez en la historia su propio destino. La ciudad afila sus calles con los puños en alto de sus habitantes. Barcelona es, durante dos meses, la ciudad de la clase obrera.
Lo que ocurrió después está en los libros: comunismo libertario, esperanza, desunión más tarde; Durruti muerto en Madrid; lucha entre comunistas y anarquistas, con el posterior triunfo de los primeros; desarticulación de las asociaciones anarcosindicalistas; llegada de las tropas del general Yagüe y victoria de los nacionales; cuarenta años de oscuridad.
Pero yo aún puedo sentir aquel viento de libertad, aquellas voces emocionadas, el coraje de aquellos obreros dispuestos a morir para frenar al fascismo. Una energía tan poderosa como aquella no puede destruirse con una derrota. El carácter de aquel pueblo fue derrotado, pero nunca podrá ser destruido.
Se transformó. Se convirtió en una fuerza inmaterial que hoy vive en los corazones de muchos.
Siempre pensé que los españoles tienen algo de anarquistas, que no puede ser casualidad que este país, anomalía histórica y política, fuera el único de Europa con más anarquistas que comunistas.
Hay una parte de aquella Barcelona en cada pueblo, en cada barrio, en cada ciudad. Hay una parte de aquella Barcelona en cada hombre y cada mujer que levanta su voz contra la opresión.
El corto verano de la anarquía de Barcelona puede convertirse en la larga primavera de la justicia social.
Por eso se teme tanto a la izquierda en España: porque aquel sol del verano de Barcelona, aquella luz, puede disipar, en cualquier instante, la oscuridad que atravesamos.
Protegido tras una barricada, ve caer a Ascaso, su compañero de tantos años de lucha, quien, con una actitud quijotesca, suicida, se ha arrodillado en mitad de la calle, desprotegido, afinando la puntería para acertar al francotirador que desde el cuartel de Atarazanas diezma las líneas de los anarquistas.
Una lluvia de balas le destroza el pecho. Los anarquistas, presos de un furor incontenible, se lanzan en estampida sobre los muros del cuartel. Abren un boquete en ellos y se introducen a través de él, acabando con la resistencia.
Los anarquistas alzan el cuerpo de Ascaso en brazos. Tiene la frente atravesada por un balazo y un reguero de sangre le baja por las mejillas. Aún tiene los ojos abiertos. Durruti y Garcia Oliver lo ven pasar, mientras la muchedumbre estalla en gritos “¡Han matado a Ascaso!”. Observan su cuerpo alejándose, sacudiéndose sobre los hombros de los compañeros de la CNT. Se miran incrédulos.
Durante unos segundos el estupor se apodera de ellos. Pero no hay tiempo para el duelo. Enseguida se recobran. Se levantan de nuevo. Se dirigen al edificio de la comandancia militar, que se rinde tras unos minutos de lucha. La rebelión ha fracasado en Barcelona.
El pueblo en armas ha derrotado a la reacción, al fascismo, y un viento como nunca antes sopló en España recorre las calles de Barcelona.
“¡Viva la FAI! ¡Viva la anarquía! ¡Viva la CNT! ¡Compañeros! ¡Hemos derrotado a los fascistas! ¡Los combatientes obreros de Barcelona han vencido al ejército!” gritan. El mundo nuevo que traen los anarquistas en sus corazones comienza a edificarse en Barcelona. Empieza el corto verano de la anarquía. Es el verano de la esperanza, el verano de la emancipación del proletariado. Nunca antes hubo tanta ilusión en los ojos de ningún español. La clase obrera española, sufridora de incontables agravios, que había soportado el hambre, la miseria, la represión y la muerte a manos de los patronos, dirige por primera vez en la historia su propio destino. La ciudad afila sus calles con los puños en alto de sus habitantes. Barcelona es, durante dos meses, la ciudad de la clase obrera.
Lo que ocurrió después está en los libros: comunismo libertario, esperanza, desunión más tarde; Durruti muerto en Madrid; lucha entre comunistas y anarquistas, con el posterior triunfo de los primeros; desarticulación de las asociaciones anarcosindicalistas; llegada de las tropas del general Yagüe y victoria de los nacionales; cuarenta años de oscuridad.
Pero yo aún puedo sentir aquel viento de libertad, aquellas voces emocionadas, el coraje de aquellos obreros dispuestos a morir para frenar al fascismo. Una energía tan poderosa como aquella no puede destruirse con una derrota. El carácter de aquel pueblo fue derrotado, pero nunca podrá ser destruido.
Se transformó. Se convirtió en una fuerza inmaterial que hoy vive en los corazones de muchos.
Siempre pensé que los españoles tienen algo de anarquistas, que no puede ser casualidad que este país, anomalía histórica y política, fuera el único de Europa con más anarquistas que comunistas.
Hay una parte de aquella Barcelona en cada pueblo, en cada barrio, en cada ciudad. Hay una parte de aquella Barcelona en cada hombre y cada mujer que levanta su voz contra la opresión.
El corto verano de la anarquía de Barcelona puede convertirse en la larga primavera de la justicia social.
Por eso se teme tanto a la izquierda en España: porque aquel sol del verano de Barcelona, aquella luz, puede disipar, en cualquier instante, la oscuridad que atravesamos.
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