La política española se ha llenado de
guaperas: Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Toni Cantó, Alberto Garzón.
¿Sería posible que hoy triunfara un político como Manuel Azaña, feo,
calvo, miope y con sobrepeso? Creo que no. El culto a la imagen no es
nuevo en la política de este desdichado país. Adolfo Suárez y Felipe
González ya sembraron pasiones en los años de la Transición, revelando
que la política en muchas ocasiones se reduce a una cuestión de
instintos primordiales y no de ideas. No siento especial simpatía por
ninguno de los dos, pero al menos no eran tan rematadamente idiotas como
Toni Cantó y Pedro Sánchez. Por esta vez, seré benévolo con Pablo
Iglesias, pues su percha no es tan deslumbrante como la del nuevo
secretario general del PSOE, que ha despertado el furor uterino de
Esperanza Aguirre, lideresa a veces humana, demasiado humana. Si
afeitaran a Pablo Iglesias y le cortaran la coleta, tal vez parecería
una gallina desplumada, pero no está en mi mano realizar ese
experimento.
Lo digo porque el chico está demasiado flaco y no le
vendría mal pasar por el gimnasio, tal vez acompañado por Arnold
Schwarzenegger, que a base de músculos y una sonrisa promocional de
dentífrico ultra-blanqueador logró convertirse en gobernador de
California. Sus conversaciones quedarían para la historia. Pablo
Iglesias hablando de la casta y Schwarzenegger de las excelencias de la
inyección letal o, por utilizar la expresión del inefable Gustavo Bueno,
“la eutanasia procesal”. Gustavo Bueno no podría ser político, pues ya
es un hombre mayor y no muy atractivo, pero sus estupideces nos
recuerdan el peligro de la filosofía, cuando no está atemperada por el
sentido común. Desgraciadamente, España siempre ha sido prolífica en
energúmenos con verborrea filosófica y en plagiarios con sillón de
académico, como mi querido Pérez-Reverte, que reduce todos los problemas
a una “cuestión de huevos”.
No quiero desviarme del tema. Estaba
hablando de los guaperas de la política española contemporánea. Toni
Cantó, diputado de UPyD, ya nos ha enseñado el trasero en el cine y
hemos descubierto que piensa con el culo, lo cual explica muchas de sus
inestimables declaraciones sobre las mujeres, los derechos de los
animales y la inmersión lingüística. No me gusta citar sin nombre y
apellidos, pero en 2009 un tal “jjrosty” deslizó un comentario en el
diario digital Público, que merece rescatarse: “Pues este Toni
Cantó (el que da el cante), tiene 139.279 seguidores. En este país hemos
llegado a un nivel de estupidez máximo”.
Pues el perspicaz “jjrosty” se
equivocaba. Ahora –agosto de 2014- disfruta de 155.000 seguidores, lo
cual revela que la estupidez de los españoles no tiene fondo. ¿Podría
ser de otra manera en un país que eligió en dos ocasiones a José María
Aznar como Presidente del Gobierno? Ni Zapatero ni Rajoy serán
recordados como la versión hispánica de Marco Aurelio, el emperador
filósofo, pero ninguno ha logrado subir como un cohete hasta el cenit de
la idiotez absoluta, con solo dos palabras: “Cero patatero”. Solo el
cerebro de un joseantoniano reciclado por el neoliberalismo podía ser
tan majadero.
No quiero dejar de mencionar a Alberto
Garzón. Es guapo, pero blando y soso. Tal vez le vendría bien tomar un
café con Pérez-Reverte, que le enseñaría a ser un verdadero macho, sin
miedo a eructar en público, esculpir por el colmillo o rascarse los
genitales en plena Gran Vía. Pérez-Reverte no es Clint Eastwood en su
etapa macarra, pero le sobran narices para afirmar que “todos los
españoles son unos hijos de puta”. La literatura ya no es una cuestión
de talento, sino de chulería, plagios y exabruptos. Ahora toca hablar de
Pedro Sánchez y no sé qué decir, salvo que no es tan guapo si le miras
de cerca. El acné juvenil le ha dejado una huella imborrable, que evoca a
los malos del cine negro. Con un sombrero, podría ser un gánster
aceptable en una película de Johnny Depp, pues me temo que no sería
creíble compartiendo reparto con Humphrey Bogart, Edward G. Robinson o
James Cagney.
De todas formas, creo que Esperanza Aguirre no sueña con
deleitarse con su rostro levemente ensombrecido por un sombrero estilo
Chicago años 30. En realidad, la condesa -aficionada a pisar el
acelerador cuando la policía se pone tonta- fantasea con algo más
sencillo. Se conformaría con ver a Pedro Sánchez en calzoncillos. De
marca, por supuesto. Por ejemplo, Hugo Boss, que sientan tan bien a los
hombres minuciosamente depilados y con mirada felina. La marca España
debería olvidarse del lince ibérico y explotar un nuevo icono: Pedro
Sánchez en calzoncillos. Aznar era Aznar, pero ni su torso esculpido con
dos mil abdominales diarios podría competir con Pedro Sánchez, con su
sobredosis de testosterona.
Si Esperanza Aguirre pudiera decidir,
“Míster PSOE 2014” sería “Míster Mundo 2015”. La mujer que conquistó a
España con unos calcetines blancos y una lengua castiza y desinhibida
posee un criterio infalible y no se equivoca cuando prodiga adjetivos. A
Alberto Ruiz-Gallardón le llamó “hijoputa”, con ese desparpajo
quevedesco que suscita la admiración de sus palafreneros (incluido el
feísimo Jiménez Losantos), y a Pedro Sánchez le ha colgado el cartel de
“guapo”, con el fervor adolescente de una lectora incansable de Harry
Potter y Superpop. ¿Puede competir Pablo Iglesias -1’78- con el
guapo Pedro Sánchez -1’90? Su desventaja de doce centímetros se
reflejará en las urnas, pues España ya es un país moderno y estas cosas
no pasan por alto (nunca mejor dicho).
De momento, Pablo Iglesias ha
invitado a Esperanza Aguirre a La Tuerka. Podremos disfrutar de
“la madre de todas las batallas”: la Juana de Arco Liberal contra el
Perro Flauta Chavista. No pierdo la esperanza de que Vargas Llosa ejerza
de moderador, con su ecuanimidad habitual. De joven, el escritor
peruano también era guapo, pero malogró su capital erótico, retrasando
demasiado su fallido asalto a la Presidencia del Perú.
Por cierto, he reparado en el título de
esta nota y desprende cierto machismo. ¿Qué sucede con las guapas?
¿Acaso no son una fuerza pujante en la política española? Pues claro que
sí. Ahí está María Dolores Cospedal, Miss Feria Albacete, que se añadió
el “de” por delirios de grandeza. ¿Guapa? Sí. ¿Maligna? Sin duda, tanto
como la madrastra de Blancanieves. Sinceramente, prefiero a los feos y
las feas. A veces se cuela algún feo malvado -como Aznar-, pero en
general suelen ser más auténticos y están mejor dotados, pues han
luchado contra el mundo desde pequeños, cuando sus compañeros de colegio
se burlaban de su escaso atractivo.
Yo considero que la política no
debe ser cosa de guapos y guapas, pero creo que nado contra corriente.
Si la política es cosa de guapos, España seguirá el mismo rumbo que
otras democracias, donde se ganan las elecciones cantando karaoke,
cambiando pañales ante las cámaras, contando chistes de sacristía o
presumiendo de forma física, con largos planos de footing dominical por
un parque público o una playa. ¿No hay ningún feo que quiera salvarnos
de ese lúgubre destino?
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