Cuando reflexionamos sobre la mujer, su rol histórico en la sociedad y
la forma en la que se ha entendido su libertad, nos encontramos con un
sinfín de realidades crueles, de mucha violencia y autoritarismo sobre
el género femenino, su cuerpo, su mente y su identidad. Esta vez,
hablamos de las “brujas” de Salem.
En sociedades tradicionalmente
patriarcales y dominadas por hombres, las mujeres han sufrido
históricamente todo tipo de violaciones a sus derechos. Los métodos de
control que fueron utilizados a modo de legitimar un poder y una
supuesta superioridad masculina no tenía (tienen) razón de ser.
En el
día de hoy nos reunimos en torno a esa palabra dura y difícil de
comprender tan opuesta a la libertad: CONTROL.
Me interesa en estos renglones analizar
la idea de control masculino sobre las identidades, sobre los cuerpos y
las mentes de las mujeres desde un punto de vista social, entendiendo
que siempre que fue necesario las sociedades establecieron maneras de
justificar ciertas desigualdades y desequilibrios culturales, económicos
o políticos. En el caso de las mujeres es significativo, pues mientras
muchas minorías han logrado hacer valer sus derechos, hoy en día todavía
se sigue manteniendo la creencia de que la mujer es el sexo débil, que
se debe controlar su sexualidad y que se deben limitar las decisiones
que cada una puede tomar sobre su propio cuerpo.
Uno de los fenómenos históricos
que más me llaman la atención y que demuestran este irrefrenable deseo
del hombre por ejercer el control sobre la mujer es el de
aquellos tantisimos juicios que se llevaron a cabo en la ciudad de Salem,
Massachussetts (así como también en otras ciudades de ese mismo estado)
a fines del siglo XVII.
Acusadas de brujería y de prácticas paganas que
no coincidían con las religiones puritanas traídas desde Europa, muchas
mujeres fueron expuestas a violentos juicios en los cuales hombres y
mujeres supuestamente decorosos juzgaban la vestimenta de las jóvenes y
decidían sobre su destino: la mayoría terminó siendo condenada a muerte
por actos inmorales y de brujería.
Solían ser arrestadas y condenadas
el mismo día, claro está, sin posibilidad de defenderse o recurrir a
ningún tipo de alegato. Varias de ellas antes de ser ejecutadas
debieron pasar por histerectomías, operaciones en las cuales se les
retiraba brutalmente el útero por considerárselo la fuente de todos los
males.
Este caso particular nos habla de una
situación excepcional que sin embargo fue la exacerbación de muchos
valores que existían en menor medida en otras sociedades y que han
dejado sin duda resabios hasta en las comunidades más avanzadas y
modernas. Algunos de ellos son las ideas sobre los poderes mágicos y
oscuros que las mujeres pueden desarrollar en perjuicio de otros, sobre
lo inmoral de su conducta, sobre lo inadecuado del comportamiento que
cae por fuera de los parámetros considerados normales. La verdad es que
para las comunidades puritanas como la de Salem estas mujeres
representaban el descontrol, el miedo a perder capacidad de gobernarse
bajo los valores éticos y religiosos, las licencias sexuales y
libidinosas que llevarían a cualquier sociedad al caos absoluto. Ese
miedo, esa falta de comprensión, esa necesidad de dirigir los cuerpos y
las mentes femeninas justificaron semejante aberración y matanza.
Si bien hoy en día no podemos seguir
hablando de una “caza de brujas” propiamente dicha, pongámonos a pensar
por un momento, cuántas veces se hacen juicios sobre el comportamiento
de las mujeres, sobre su forma de llevar la vestimenta o incluso su
forma de relacionarse con otros. Es común creer que una mujer decidida,
que una mujer que no tiene miedo de decir lo que siente, o de disfrutar
de los placeres de su cuerpo, es una mujer loca, desequilibrada, que
busca llamar la atención y que debe recatarse para vivir en sociedad.
Todavía muchas sociedades occidentales creen que la mujer debe guardarse
al ámbito privado, por lo tanto aquella que se atreve a romper con ese
mandato es una desfasada. Estudiar una carrera, tener una profesión,
elegir no tener familia, seleccionar la vestimenta que más resalte su
cuerpo, son todas acciones que no cualquier sociedad acepta para una
mujer.
Esas son también formas ocultas e invisibles de ejercer
control sobre la libertad femenina, sobre las decisiones que podamos
tomar sobre nuestra propia vida y destino.
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