Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


martes, 6 de octubre de 2015

“Pones la televisión y lo que ves es un mundo que sólo existe en el medio urbano”




 Un planeta donde se tiran 1.300 millones de toneladas diarias de comida, en el que se produce para 12.000 millones de personas cuando sólo lo habitan 7.000 y en el que mueren 19.000 niños al día de hambre, según UNICEF. Un mundo en el que la ciudadanía cada vez se siente menos representada por sus políticos, pero donde el cultura del consumismo no sólo crece sino que es defendido incluso por partidos como el PSOE como la vía para salir de la crisis económica.


 Mientras, el grupo de expertos de las Naciones Unidas para el cambio climático sigue gritando en el desierto las catástroficas consecuencias que el desarrollismo industrial está teniendo para la vida en el planeta. La respuesta a tamaño despropósito ya ha sido diagnosticado por los expertos: decrecimiento, soberanía alimentaria, producción ecológica. La clave: que la ciudadanía que reclama mayor participación política entienda que su poder es inmenso, depende de cómo y cuánto consuma.


En grandes superficies, condenando a los campesinos y ganaderos a vender por debajo del coste sus producciones, alimentando a la agroindustria –la principal emisora de gases contaminantes–, o directamente a los productores de su entorno, a través de grupos de consumo o de pequeños comercios locales.






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 María José Garre Aparicio es licenciada en turismo y educación especial. Se dedica a su huerta y panadería ecológicas, a gestionar un albergue  así como a dinamizar la Universidad Rural Paulo Freire de Amayuelas, el municipio ecológico del que ya hablamos en el anterior reportaje. María José es alegre, sociable y vive en un pueblo con una media de 20 habitantes, una población que fluctúa enormemente dependiendo de la estación. María José es hospitalidad, energía y cuidados.


 El cuidado que pone al amasar su pan, elaborado con harinas ecológicas de las plantaciones vecinas y levadura madre. La dedicación que pone en su plantación, cuyos frutos teme perder el día que la acompañamos por el súbito cambio de tiempo y la llegada de las lluvias. Para eso están sus compañeros Cristina Sancho, ganadera de pollos ecológicos, y Melitón López, profesor jubilado y uno de los promotores de este proyecto comunitario, que inmediatamente se ponen a recoger tomates, calabazas y pimientos, antes de que se estropeen.


 
María José Garre recogiendo tomates en su huerta en Amayuelas (P.S.)


María José Garre recogiendo tomates en su huerta en Amayuelas (P.S.)




Criada en un pueblo zaragozano, su madre aún le pregunta para qué estudió dos carreras “para quedarse en otro pueblo”.  Sin embargo, están deseando que vaya a visitarla y le lleve su delicioso pan. María José llegó a Amayuelas como tantos otros voluntarios hace más de quince años. Un grupo de gente había decidido dinamizar el medio rural a través de la ecología. Proveían de comida y techo a las personas que durante seis meses trabajaran cuatro hora en el albergue, la huerta, la rehabilitación de edificios. 


Durante ese período decidirían si querían quedarse y qué proyecto productivo pondrían en marcha para autofinanciarse. María José decidió coger la panadería que había puesto en marcha uno de los promotores, así como cultivar un huerto ecológico. Vende sus productos a través de grupos de consumo de Palencia, a restaurantes, así como en algunas herboristerías.


“Pones la televisión y lo que ves es un mundo que sólo existe en el medio urbano (…) La gente se piensa que los que vivimos en los pueblos lo pasamos muy mal, que somos muy sacrificados y que el medio rural vale sólo para vacaciones”, reflexiona en el patio del albergue que gestiona con otros dos socios. Por si fuera poco, también coordina un banco de semillas con el fin de preservar especies autóctonas y que pronto serán expuestas en un museo que están construyendo en un palomar centenario que han reformado con la ayuda de voluntarios llegados de distintos países.



Como contamos en el anterior reportaje, los promotores de este pueblo ecológico viven en unas casas que construyeron como cooperativa y que cuentan con un espacio común, el comedor. “Ahorra tiempo porque cada día hace la comida una persona, es más barato, comemos muy bien porque todo es ecológico, sirve de tienda, no te queda más remedio que verte todos los días y si hay algún problema con el vecino lo vas a tener que solucionar… Compartimos las dos lavadoras que tenemos allí porque para qué narices queremos cada uno una lavadora si no lavamos todos los días. Y el que lave todos los días debería manchar menos”, explica con humor María José.


Amayuelas se ha convertido en un lugar de aprendizaje para personas que quieren poner en marcha proyectos de este tipo, no exentos de problemas. Cuando llegaron sólo había una familia en el pueblo que no vieron con agrado la llegada de los extraños. “Aunque intentas hacer bien las cosas, no se te deja de ver como alguien que viene a imponer una forma de vida diferente (…) Es un tema que habría que trabajarlo cuando va gente nueva al medio rural”.



María José sigue percibiendo que el “trabajo en el campo está infravalorado” pese a que es “la base de todo, la alimentación”.


 En cualquier caso, los grupos de consumo de productos ecológicos y de proximidad se han multiplicado en los ú ltimos años. Se estima que ya son más de 200 en el Estado español.








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