Pensar acerca de las relaciones de pareja
y su correcto funcionamiento no es una tarea fácil, dada la alta
complejidad del tejido emocional de nuestra especie. Es fundamental
luchar contra las relaciones tóxicas; no solo las nuestras a nivel
personal, sino a nivel social, como comunidad global. Pero para ello
debemos establecer unos presupuestos básicos que, si están confusos, no
serán de utilidad; y lejos de acercarnos a las relaciones sanas, nos
atormentarán.
Mucho me temo que el discurso
recientemente extendido sobre el amor está equivocado en cuanto al
factor apego. Sistemáticamente, demoniza el apego incluyéndolo como
factor clave en una relación tóxica, como elemento que esclaviza, que
anula, equiparándolo a dependencia insana, hablando incluso de cáncer.
Este error está basado, además de en el desconocimiento ante la amplia investigación al respecto, en el análisis del apego únicamente desde el prisma de la relación erótico-afectiva.
Sin embargo, a la luz de la etología podemos evidenciar que el apego está presente en los vínculos a largo plazo de las especies monógamas que viven en comunidad (entre ellas, la nuestra); es más, se trata de un vínculo afectivo vital para relacionarnos con nuestro entorno social y no social.
En el campo social, por supuesto que el apego representa una dependencia, pero necesaria y funcional
desde el punto de vista del desarrollo evolutivo. Este apego se genera
evidentemente entre los miembros de una pareja, pero también en las
relaciones madre-hijo, o entre miembros de un mismo grupo social. La
psicología social, junto con la criminología, han destacado la
relevancia que el apego ha demostrado para inhibir la conducta antisocial.
En otras palabras: el apego no es disfuncional, y además puede evitar
que te conviertas en un criminal, o que tu hijo sea un criminal.
Por supuesto que el apego hacia una
persona tóxica es nocivo; que esta elección errónea de pareja puede ser
consecuencia de la inmadurez emocional adulta; o que puede encontrar su
base en el miedo a, por ejemplo, ‘no encontrar algo mejor’. Pero el
apego en sí no es negativo.
En primera instancia, es un mecanismo evolutivo
que busca aproximar al niño a la madre en sus primeros momentos de
vida, compensando la gran dependencia a la que está sujeto en todos los
aspectos, dada la lenta ontogénesis del bebé. El apego permite al niño interactuar con el medio de forma cada vez más autónoma:
primeramente, a través de una figura principal, y después, va
debilitándose progresivamente durante la adolescencia, pero sin llegar a
extinguirse en la edad adulta.
Más adelante, cuando estamos preparados
para formar pareja, el apego es decisivo para que la relación sea satisfactoria, porque es un elemento de cohesión social fundamental.
La necesidad de vencer el apego
es una creencia extendida viralmente de forma alarmante a la que asisto
con gran asombro, perplejidad e indignación. Solamente el profundo desconocimiento de la dinámica de la interacción o un imperdonable desdén pueden negar su importancia o incluso condenarlo cual demonio.
El apego en las relaciones no representa
un monstruo al que vencer, porque no juega un papel negativo, por eso no
necesitamos autocontrol como herramienta para superarlo. El autocontrol es necesario para internalizar controles de conducta frente al hedonismo que nos permitan lograr el apego, la implicación, participación y los valores necesarios para propiciar la conducta prosocial apta para vivir en comunidad.
Claro que dependemos de nuestro entorno
social, o si no, observa el desamparo que experimentan los padres cuyos
hijos mueren o personas cuya pareja (amada) muere. Nos han enseñado que
somos libres, que podemos elegir, que podemos “liberarnos”, “soltar”, y
es una falacia intolerable. Claro que podemos trabajar en mantener relaciones sanas, pero no somos tan libres ni podemos elegir tanto como nos enseñan;
nuestra biología y psicología se imponen en nuestro funcionamiento como
animales sociales que somos, y estamos sujetos a mecanismos emocionales
que nada entienden de modas “todolopuedo”.
Si estás interesado en psicología social y apego puedes leer El apego, J. Bowlby (1998), El amor desde la psicología social,
C. Yela (2000), o en lo que respecta a la conducta antisocial, las
teorías del desarrollo o del ciclo vital basadas en la continuidad de
Gottfredson y Hirschi (1990), Moffitt (2003) o Sampson y Laub (1993).
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