El exceso de dignidad de un melenudo abochornó al propio Rajoy
El ministro de Defensa, cuyos impecables
trajes de raya diplomática a juego con sus empresas de bombas de
racimo suelen ser la admiración del hemiciclo, tuvo que administrarse
ayer hasta siete gintonics de 3,50 euros cada uno en el bar de Congreso
para no perder los nervios ante los pantalones mal cosidos, las camisas
sin caída, las rastas, las coletas y los pechos turgentes que desfilaron
descaradamente delante de su escaño ante la pasividad de los ujieres.
“Ni una sola de esas nuevas señorías tenía puta idea de prevaricar, y no
digamos ya de traficar con influencias o de apropiarse indebidamente de
algo”, se lamentó Morenés.
“Es como si toda esa gente hubiese llegado
al Congreso para ponerse a discutir por los derechos básicos de las
personas”, denunciaba el portavoz del Gobierno, Rafael Hernando. “Esto
se va a poner muy feo”, añadió el propio ministro De Guindos.
Mujeres jóvenes masticando chicle y
hablando de David Bowie y de leyes antidesahucios, treintañeros
sentándose espatarrados en el escaño mientras reflexionaban acerca de
los abusos de la Banca, y otras escenas similares, pudieron ayer
contemplarse en la sesión de comienzo de legislatura.
Los primeros grafitis en las puertas y
en las paredes de los lavabos del Congreso han causado gran inquietud en
los diputados más veteranos, sobre todo la que dice “Mariano, cógemela
con la mano”.
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