«Viajo
sola, no busco sexo.»
La cultura de la violación, representada por el
acoso sexual y las agresiones verbales o físicas entre otras, te
acompañará allá donde vayas. Pero ¿debe esto frenar a las viajeras? Un
texto de June Fernández y Cristina E. Lozano para el 360° «A bordo del género», del que dejamos aquí un adelanto.
¿Demasiado peligroso?, por June Fernández y Cristina E. Lozano
Mar (nombre ficticio) decidió ir a ver a una amiga durante sus vacaciones. Viajaba sola. Durante el trayecto necesitó dejar la maleta unas horas en la estación de autobuses. Preguntó en consigna y el empleado, un hombre de mediana edad, la miró de arriba a abajo y le dijo: «Puedo ser bueno». «¿Cómo?», contestó ella desconcertada. «Si tú eres buena conmigo, yo puedo ser bueno contigo».
Mar advirtió al empleado que denunciaría su insinuación sexual y le sacó una foto que difundió por las redes sociales para que el incidente no quedase impune: la empresa de autobuses se negó a identificarle y a tomar medidas contra él, amenazando a Mar con denunciarla por difamación.
Este episodio no ocurrió en un destino turístico remoto, sino en Granada, España. Las mujeres topan con el marcaje y el acoso machista en viajes nacionales e internacionales, pero también lidian con él en su día a día en el trabajo, en la discoteca, en el transporte público. En cada país toma formas diferentes, se expresa de forma apabullante o sutil, e implica que las mujeres se muevan, por sus ciudades y por el mundo, en un estado de alerta más o menos consciente.
No vayas sola; no viajes sola
Eider Elizegi es escaladora, escritora y «vagamontañas».
Vivió cuatro meses en el refugio de Goûter del Mont Blanc, a 3.817
metros de altura. Lo cuenta en el libro Mi montaña.
Después se perdió por los Andes, y pasó una temporada de montañera
nómada viviendo en una furgoneta. No recuerda haber hecho renuncias
concretas en sus viajes por el hecho de ser mujer, pero tiene «cierta
sensación de vulnerabilidad que luego se va disipando». «No tengo muchos
miedos, pero sí una conciencia racional de que mi cuerpo puede ser
leído como violable», explica.
La periodista feminista Susan Brownmiller fue una de las
primeras autoras en hablar de la cultura de la violación. Ella entiende
las agresiones sexuales no como conductas aisladas de individuos
inadaptados, sino como una amenaza sobre la que se articula un mecanismo
de control de las mujeres: el miedo a ser violadas limita su autonomía y
libertad sexual.
«Desde pequeña te están diciendo “no pases sola por
este parque, no vayas sola, porque te va a pasar algo”», explica Miriam
Lucas Arranz, psicóloga especializada en violencia de género. A veces se
explicitará más, otras no hará falta: todo el mundo sabe que ese «te va
a pasar algo» se refiere a situaciones de abuso o de acoso sexual. No
extraña, por ello, que la red social para compartir vehículos BlaBlaCar
ofrezca a las usuarias la opción de que sus anuncios sólo sean visibles
para las mujeres, alegando que «puede ocurrir que algunas mujeres
todavía no se sientan cómodas si viajan con un hombre desconocido».
No
utiliza palabras como violación o acoso, pero pueden leerse entre
líneas.
El miedo a ser violadas limita la autonomía y libertad sexual de las mujeres, sostiene la periodista feminista Susan Brownmiller
Las familias intentan proteger a sus niñas de esas
amenazas, limitando más sus movimientos que en el caso de sus niños. La
psicóloga explica que confluyen un mayor paternalismo hacia las chicas
con el imaginario de la violación por parte de un delincuente sexual en
un descampado. En realidad, «es más probable que tu novio o tu marido te
fuercen a tener sexo no deseado a que te viole un desconocido», expone.
Aunque los abusos en el contexto de la familia son más habituales,
resulta más sencillo alertar de los riesgos en la calle o en un viaje
que los que puede representar un pariente.
Pero en muchas jóvenes, las ganas de explorar el mundo son
más fuertes que las advertencias fraternas. A los 17 años, Aitziber le
dijo a sus padres que quería irse a Escocia, sola. Tenía toda la pinta
de que no la iban a dejar, porque el año anterior le habían puesto pegas
a irse de fin de semana a Jaca con sus amigas. Efectivamente, no la
dejaron. Ahorró y dijo a su familia que viajaría con o sin su permiso.
«Aquella ruptura me permitió seguir viajando, eso sí, sin el apoyo ni
económico, ni moral de mi familia».
Desde entonces, ha pasado largas
estancias en países como Brasil o Mozambique.
En otros casos, las viajeras no han tenido que ser
rebeldes, mamaron el espíritu aventurero en su propia casa. Es el caso
de Carmen Pérez: «Viajo desde que tengo uso de razón. Mis padres me
metían en la maleta cada vez que salían de casa». A los 24 años inició
un viaje de un año que volcó en el blog Trajinando por el Mundo. Ganó los Premios Bitácoras 2010 en la categoría de Viajes.
La periodista argentina Florencia Goldsman
creció en una familia de emigrantes; de hecho, la llamaron Florencia
porque sus padres se exiliaron de la dictadura argentina en Italia. Sus
tíos marcharon a España, Grecia e Israel, y sus amigas del colegio
también salieron del país a edades tempranas.
Para ella ha sido natural
moverse por el mundo, primero con la excusa de visitar a familiares y
ahora para hacer reporterismo freelance en países como
Guatemala o Brasil.
«Mi entorno me animó bastante, mi mamá y mi papá han
sido socios capitalistas de mis viajes», agradece.
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