El orden y la seguridad están en el ADN del Partido Popular. Quizá por eso han
diseñado una pareja de súperpolicías a su medida, en la línea del cine
de acción más comercial y exitoso.
Un dúo de maderos propio, con algunas
pequeñas variaciones con respecto a los clásicos, quién sabe si tuneado
bajo la dirección del mismísimo Jorge Fernández Díaz.
Un proyecto que, sin duda, habla maravillas de las intenciones del
partido político calificado por la Guardia Civil valenciana
como “organización criminal” y “asociación para delinquir”.
Inspirándose
en el dúo poli bueno-poli malo, ese inteligente juego de equilibrios
para someter en el interrogatorio a los más curtidos criminales, los de
Génova han dado forma a una yunta de bueyes formada por Mariano Rajoy y Rafael Hernando.
Poli tonto y poli malo. Imaginen el papel que protagoniza cada uno.
“El PP apuesta por un portavoz duro que replique a Iglesias y a Rufián”, escribe mi amigo Javier Casqueiro en El País.
Un texto en el que califica a Hernando como “el epítome de la línea dura del PP”. Después de escuchar cómo contestó a Pablo Iglesias en el Congreso y de volver a ver la histórica fotografía en que se lanza sobre Rubalcaba con intenciones no demasiado cariñosas, ante la mirada horrorizada de una Carme Chacón
que intenta sujetar a la bestia, sólo puedo decir que el término
“epítome” me resulta no ya correcto, sino simplemente brillante.
En Hernando está, mezclado, agitado y
condensado con la sabiduría y precisión del mejor especialista en
fragancias de lujo, el franquismo de Fraga, la nariz de peso medio del sonado Álvarez Cascos, la soberbia de Federico Trillo, los ademanes de patán de Xavier García Albiol, la maldad intrínseca de Esperanza Aguirre, la maldad maquiavélica de María Dolores de Cospedal, la ignorancia pollina de Vicente Martínez Pujalte…
La lista es larga. El epítome popular,
presentado en un elegante frasco de cristal antibalas, concentra las
esencias de un partido político que apesta. No trate de abrirlo girando
el tapón o presionado el difusor. Tiene que ser a hostias. En el momento
mágico en que rompa el precinto de seguridad el olor a sudor de pelea
de burdel, a puro mal apagado, a insultos y mentiras, a dinero negro y
cuenta en Suiza, inundará su habitación. Es el tufo del poli malo.
El poli tonto ni huele, ni siente, ni padece. Sólo quiere que le dejen llevar la placa otra temporadita.
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