Tantos
errores, tanta gente en el camino que ni siquiera podemos olvidar nuestras
penas, rostros que se borran en este breve espacio de vida en la Tierra,
algunos que se quedan para siempre, momentos de felicidad cuando vemos nacer a
seres que amamos, tristeza cuando parten o se alejan, no somos más que un
compuesto químico de polvo estelar que reacciona ante tal o cual emoción, un
conjunto de momentos, risas y lágrimas que se archivan sin que nos demos cuenta
en el disco duro de nuestra mente.
Hay
miradas que se quedan para siempre grabadas, como la del indígena Wichí en la
frontera argentina del río Pilcomayo, al otro lado Paraguay. Unos ojos que
hablaban más que el ritmo lento de sus palabras, allí asomado a la ventanilla
trasera del todo terreno.
-Señor
dígale al mundo que estamos aquí, que nos están devastando la floresta, que ya
casi no quedan animalitos ni peces.
El
auto partió, nunca se irá de mi ese recuerdo, miré hacia atrás y allí se
quedó quieto entre el polvo de la pista de tierra que atraviesa ese trozo de
selva, estoy seguro que allí estuvo hasta que nos perdimos en el horizonte.
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