Desde que se instituyó el voto como forma de elegir a los
gobernantes, comenzando por el sufragio censitario, las oligarquías que
forman los partidos de la derecha se han presentado ante los ciudadanos
como los mejores gobernantes. Para eso son ricos y están preparados en
las más famosas universidades.
Empresarios y profesionales que copan los estratos más altos de la administración del Estado: notarios, abogados del Estado, Registradores de la Propiedad, diplomáticos, catedráticos, jueces, magistrados.
Detentan todos los puestos desde los que se dirige la economía de la nación: Presidentes, directores y gerentes, de las compañías nacionales o multinacionales de la energía, el transporte, el petróleo, la banca, la agricultura, la minería, los altos hornos, los servicios, etc.
Por estos conocimientos que poseen, además de por su cuna, esos señores están destinados a gobernarnos para toda la eternidad. Ya no es Dios, un poco desprestigiado, quien decide los que se sientan en la presidencia, el ejecutivo y la legislatura de un país, sino los méritos y la compleja preparación que requiere un político del siglo XXI.
Por ello, los dirigentes de la derecha se han complacido, desde la Revolución Francesa, en denostar a la izquierda considerándola incapaz de regir los destinos de la patria, que solo puede estar en sus manos.
Ya se sabe que la izquierda proviene de las bases más incultas y feroces del pueblo: aquel que cortó la sagrada cabeza de los reyes y obispos, que quemó las iglesias, ocupó las fincas de los ricos, se apropió de empresas y las colectivizó, y pretendió implantar la igualdad y el reparto de la riqueza llevado de su insania e ignorancia.
Por ello, calmados ya los ardores destructivos de las superadas épocas revolucionarias, ese pueblo sólo puede aspirar a ser mandado por los que “saben” y a obedecer los acertados dictados de sus gobernantes.
Mariano Rajoy, como sus portavoces y edecanes, se cansa repitiendo que los populismos son destructores porque sus líderes no saben lo que hacen: ni elaborar unos presupuestos estatales ni pagar las deudas ni distribuir los recursos ni enfrentarse a las exigencias de los mercados internacionales.
Para realizar todas estas tareas, complejísimas, que requieren una profunda preparación, están él y sus ministros.
Busquen ustedes la sesión del Parlamento en la que Mariano Rajoy, con su pomposidad habitual, escupiendo saliva y arrastrando las eses -que su participación exitosa en las diversas oposiciones que ha superado no le ha enseñado una buena dicción- expone la arquitectura fundamental de la economía del Estado.
Dice el Presidente del Gobierno, desde la tribuna del Congreso, consultando papeles como le es habitual y leyendo literalmente: “Para evitar algunos equívocos conviene recordar como se gasta el dinero público en España. De cada 100 euros que se gasta el Estado, 63 se dedican a gasto social –y repite- 63. 26 a pensiones, 14 a sanidad, 9 a educación, 8 a otros gastos sociales y 6 a prestaciones por desempleo”.
Y no solo se quedó tan satisfecho sino que su bancada le aplaudió enfervorizadamente, como suele.
Sólo que la suma de esas partidas da el resultado de 126. Suma esta que cualquier párvulo podría realizar.
Contando que a mi me faltan las partidas correspondientes a infraestructuras, obras públicas, mantenimiento de estas, salarios de funcionarios y gastos generales, y no digamos lo que entregamos de intereses por las deudas que tenemos. Y eso que yo nunca he elaborado unos presupuestos del Estado.
Pues señoras y señores, este es el flamante Presidente del Gobierno que tenemos. Universitario, Registrador de la Propiedad por oposición, ministro de varias cosas en diversas legislaturas, y un presuntuoso que nos da lecciones diariamente. Incluso nos explica que “se hace camino al andar” es una frase de Rosa Luxemburgo.
Pero veamos algunos de los otros representantes de esa derecha burguesa y aristocrática que nos han gobernado durante varios años, decidiendo con su profunda sabiduría y preparación los destinos de España.
Rodrigo Rato, universitario, experto en Economía, Vicepresidente económico, candidato a la presidencia de gobierno, Director del Fondo Monetario Internacional y presidente de Bankia, –seguramente me olvido de algunos otros títulos y méritos- que dirigió la fusión de varias cajas de ahorros y bancos y organizó la salida a bolsa de la entidad para salvar las pérdidas y el esquilmo que habían llevado a cabo otros tantos como él, concluyó su mandato dejando en quiebra la entidad y con una deuda de 23.000 millones de euros que el Estado tuvo que pagar.
Federico Trillo, chulesco ministro de Defensa con el exitoso gobierno de José María Aznar, organizó el viaje de los militares destacados en Afganistán, en una aeronave YAK42, infaustamente famosa por el accidente que costó la vida a todos los que en él se encontraban.
Porque aunque el ministro había recibido ya anteriormente denuncias del lamentable estado de aquellos aviones, ni pensó en comprobar la veracidad de los problemas que se detectaban ni se sentía responsable de la seguridad de los hombres de los que él era la máxima autoridad.
Esperanza Aguirre, aristócrata, igualmente ilustrada, Ministra de Educación, de Cultura, Presidenta de la Comunidad de Madrid y alcaldesa de la misma ciudad, durante decenas de años, se embarcó en la construcción de la Ciudad de la Justicia en esa región, gastó cientos de millones de euros y dejó un erial de construcciones sin terminar, grúas y trebejos que se cuecen al sol en la estepa castellana. Los gastos de mantenimiento de los maltrechos edificios ascienden a muchos miles de euros anuales, sin rendimiento alguno.
Alberto Ruiz Gallardón, ilustre jurisconsulto, Alcalde de Madrid, Presidente de la Comunidad, Ministro de Justicia, hizo construir varias autopistas de pago de entrada en la capital que han dejado una deuda de 5.000 millones de euros, porque no las utiliza nadie, y que el Estado tendrá que pagar.
Y no estoy relatando aquí la corrupción generalizada de los
dirigentes, tesoreros, diputados y senadores, alcaldes y concejales del
PP, que les ha hecho millonarios a ellos y a los bancos suizos.
De eso tratan ya numerosos periodistas, tertulianos y expertos politólogos, en casi todos los medios de comunicación. Aquí quiero llamar la atención sobre la preparación profesional y los conocimientos de la economía, las finanzas y la política de que presumen los dirigentes del PP, como buenos hijos que son de la burguesía, formados en las mejores escuelas y universidades españolas y extranjeras.
Las pérdidas por operaciones financieras disparatadas, bancos y cajas de ahorro en quiebra -que siempre la ciudadanía tiene que rescatar para que los depositantes no se queden sin su dinero- construcciones inútiles y mal realizadas, autopistas que nadie utiliza, aeropuertos para pasear, trenes de alta velocidad innecesarios, túneles en altísimas montañas en los que se filtra el agua a chorros, puentes donde se cae la gente cuando llueve, compra de vacunas que se almacenan porque no hacen falta, monumentos sin concluir, ciudades de la justicia y de la cultura sin terminar porque lo presupuestado nunca alcanza y jamás tendrán uso, y etc.etc., han arruinado al país.
Por supuesto no a los políticos ni diseñadores ni ejecutores ni
presupuestadores de tales dislates. La mayoría han salido indemnes de su
incompetencia.
Y repito que no me refiero a los que con estas y otras operaciones se han llenado los bolsillos, sino a los herederos de muchas generaciones de profesionales, políticos y empresarios, poseyendo varios títulos universitarios, doctorados, másters, cursos en Harvard y Yale, que son incapaces de saber que la suma de 62 + 26 + 14+ 9+8+6 da 126 y que por tanto no pueden ser los porcentajes de los gastos del Estado.
Claro que acerca de la competencia y preparación del Presidente del Gobierno teníamos muestras anteriores en sus discursos: cuando nos enteramos de que el chapapote del Prestige eran unos hilillos, que somos mucho españoles y que el alcalde quiere que los vecinos sean el alcalde.
A forjarnos esta imagen de inepcia e incapacidad de los dirigentes del PP ayudó también la balbuceante explicación de María Dolores de Cospedal sobre la indemnización en diferido que se pagó al tesorero del partido, Bárcenas.
Creo que ha llegado la hora de recordar a los ilustres políticos del PP que, ya que no son de izquierdas, deben saber sumar. Principalmente el Presidente del Gobierno.
Lidia Falcón O'Neill
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