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Isabel Serra sobre la violacion de derechos de infancia y adolescencia en centros de protección
Piensa por un momento que eres un
político. Imagina que has decidido implicarte en la administración de lo
público porque tienes vocación de servicio. Imagina que tienes que
ocuparte de una problemática como la de los niños en adopción o acogida;
niños y niñas que por diferentes circunstancias, ya sea por orfandad,
por ser refugiados, por los problemas económicos o de desestructuración
de sus familias, por malos tratos o perversión en sus círculos cercanos,
etc., y ya sea de forma permanente o temporal, necesitan ser atendidos y
protegidos por unas instituciones y mecanismos de los que ahora eres
responsable.
Seguro que establecerías medidas para
que se estudiase cada caso individualmente de forma pormenorizada y
sensible, y que a la hora de decidir harías que siempre primara el
bienestar del menor. En unos casos quizá bastara con el apoyo económico
suficiente a las familias que por la coyuntura que otros políticos han
generado hoy carecen de recursos; en otros casos no sería tan sencillo,
aunque siempre que fuera posible y pertinente se intentara mediar para
que no se rompieran los lazos familiares.
También llegarías a la
conclusión de que cuando la realidad dicta que no hay más salida que la
protección, tampoco el problema se simplifica en exceso; nunca bastará
con elaborar los mejores procesos posibles de selección de familias
adoptivas o de acogida o con mejorar todo lo posible una red de centros
públicos en los que procurar afecto, sustento y educación a esos lienzos
en blanco que son los niños, porque hablamos de algo de incalculable
valor: existencias humanas. Pero está claro que lo harías lo mejor que
supieras.
Ahora imagina otra vez que eres un
político, pero de otro estilo y en un escenario que fomenta otro tipo de
prácticas. Imagina que has llegado a la política gracias a tus
relaciones y tu propensión al egoísmo patológico y que los que te han
hecho ascender son grandes empresarios, banqueros y la alta jerarquía
católica (que son ambas cosas: banqueros y grandes empresarios). Imagina
que te ha tocado en suerte ocuparte de estos menores.
La cartera de servicios sociales, o
particularmente la del menor, no parece la posición ideal para medrar y
hacer buenos, lucrativos y corruptos negocios, pero eso siempre depende
del grado de mezquindad de su responsable y de sus partenaires.
Si ese grado es superlativo, en el sector de los cuidados, incluyendo al
de la sanidad, quizá se encuentren los mejores filones de todo el
sector público. Hay que ser muy hijo de puta para percibirlos, es
verdad, pero tú lo eres y lo llevas con mucho orgullo.
Siendo así, hay todo un mundo de
posibilidades. Primero necesitas materia prima que poder rentabilizar,
en este caso menores: niños y niñas de cualquier edad. De cero a
dieciocho años. Lo siguiente sería ‘externalizar’ (privatizar) los
centros de acogida y suavizar los controles. Estos centros de acogida
serían creados por accionistas sin ninguna relación preexistente con el
‘negocio’. Un arzobispo por aquí, un fabricante de coches por allá,
bancos, y hasta políticos influyentes pero poco mediáticos.
Si ya hemos creado la red de centros
‘externalizados’, para nutrirlos de ‘necesitados’ solo hace falta
establecer que la única solución para proteger el bienestar de los
menores sea su ingreso en estos centros. Si con los huérfanos y los
casos más urgentes no tenemos suficientes, basta con ampliar las causas y
circunstancias que permitan al Estado hacerse con la tutela de más
menores.
Una vez los tengamos llenos lo demás es
menos perturbador. Se trata de establecer financiación con ingentes
cantidades de dinero público. Por ejemplo entre los 2000 y los 4000
euros al mes por niño. Pero para que no se nos vea demasiado el plumero,
también permitiremos que algunas familias solidarias acojan una pequeña
cantidad de menores, pero en este caso se les ayudará con una media de
300 euros por niño.
En cualquier caso, si no consideramos
suficientemente próspero el nuevo negocio, no todo acaba ahí, porque el
maná se puede extender a los centros de internamiento de menores
‘concertados’, donde hay más para repartir y simplemente aplicando
el mismo modus operandi y los mismos repugnantes preceptos que en el
caso de los centros de acogida.
Y ahora dejemos de imaginar, porque esto
es exactamente lo que denunciaba Isabel Serra, una diputada por Podemos
en la Asamblea de Madrid.
En este caso de los reformatorios
incluso uno de los redactores de la Ley que ha permitido estas
‘externalizaciones’ (privatizaciones), el fiscal Félix Pantoja,
expresaba con una ingenuidad impropia lo siguiente:
“La idea inicial no era permitir que se privatizaran los
reformatorios. Incluimos una disposición para que algunas asociaciones
de barrio colaboraran en medidas como los trabajos en beneficio de la
comunidad o la libertad vigilada, pero no imaginamos que se iba a
utilizar para delegar la ejecución de la privación de libertad”.
La cuestión, al margen de quiénes sean
los inductores o los primeros responsables de estas aberraciones, es que
ya no queda nada que no pueda ser un negocio. Un negocio sucio,
inhumano, despreciable… y legal. Lo deprimente es que ha calado la idea
de que todo era privatizable, incluso educación, sanidad y protección,
junto con esa otra idea liberal de que el Estado es una rémora y lo
público una ruina.
Y más deprimente si cabe es que los que han puesto
todo su empeño en convencer y han acabado convenciendo a una buena parte
del resto de la población, hayan sido precisamente los mismos
mercenarios, mercaderes y ladrones que han sido una rémora y una ruina
para el país. Los mismos sinvergüenzas que han ‘rescatado’ con dinero
público a bancos y empresas privadas empeñándonos a todos hasta las
cejas.
Volvamos a imaginar. Hazlo ahora
pensando que vives en el peor de los mundos posibles. Cierra los ojos e
imagina que sufres un país en el que la gente elige a este tipo de
políticos para que administren lo común y promuevan leyes. Imagina que
los elegidos no han conseguido engañar a sus votantes porque sean
grandes actores o personas que arrastren a la irracionalidad colectiva
con su arrollador carisma.
Y no los abras más, porque es mucho más
llevadero pensar que todo es fruto de tu imaginación que abrirlos y
tener que admitir que todo esto no es una pesadilla.
Paco Bello @idpbello | Iniciativa Debate | 20/09/2016
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