Cuanto
más se reflexiona en ello, más se persuade uno de que una doctrina
socialista está tomando cuerpo en amplias fracciones de la opinión
pública. Ayer ya lo indicábamos. Pero el tema merece la pena de que
añadamos algunas precisiones. Pues, en fin de cuentas, nada de todo ello
es original.
Algunos críticos mal predispuestos podrían asombrarse de que los hombres de la Resistencia y muchos franceses con ellos hayan hecho tantos esfuerzos para llegar ahí.
Pero,
en primer lugar, no es absolutamente necesario que las doctrinas
políticas sean nuevas. La política (no decimos la acción) no tiene nada
que hacer con el genio. Los asuntos humanos son complicados en el
detalle, pero sencillos en su principio.
Puede
hacerse muy bien la justicia social sin una filosofía ingeniosa. Exige
algunas verdades de sentido común, y estas cosas sencillas que se llaman
clarividencia, energía y desinterés. En estas materias, querer hacer
cosas nuevas a toda costa es trabajar para el año tres mil. Y es
enseguida, mañana mismo si es posible, cuando los asuntos de nuestra
sociedad deben ser puestos en orden.
En
segundo lugar, las doctrinas no son eficaces por su novedad, sino
únicamente por la energía que arrastran consigo y por el espíritu de
sacrificio de los hombres que las sirven. Es difícil saber si el
socialismo teórico ha representado algo profundo para los socialistas de
la III República. Pero hoy es una quemadura lancinante para muchos
hombres. Es que da forma a la impaciencia y a la fiebre de justicia que
las anima.
Finalmente,
quizá es en nombre de una idea disminuida del socialismo como se llega a
estar casi convencido para creer que el hecho de haber llegado a eso es
poca cosa. Hay cierta forma de esta doctrina que nosotros detestamos
todavía más que las políticas de tiranía. Es la que descansa en el
optimismo, la que se prevale del amor a la humanidad para evitarse tener
que servir a los hombres, la que invoca al progreso inevitable para
esquivar las cuestiones de salarios y apela a la paz universal para
soslayar los sacrificios necesarios. Este socialismo está hecho, sobre
todo, con el sacrifico de los obreros. Nunca ha comprometido al que lo
profesaba. En una palabra, este socialismo tiene miedo de todo y de la
revolución.
Todos
hemos conocido eso. Y es cierto que sería bien poca cosa si volviéramos
a él. Pero existe otro socialismo que está decidido a pagar. Rechaza
por igual la mentira y la debilidad. No se plantea la fútil cuestión del
progreso, pero está persuadido de que la suerte del hombre sigue
estando en las manos del hombre.
No
cree en las doctrinas absolutas e infalibles, sino en la obstinada
mejora, caótica pero incansable, de la condición humana. La justicia,
para él, bien vale una revolución. Y si ésta le es más difícil que a
otros, porque él no profesa el desprecio del hombre, también tiene más
oportunidades de no pedir más que sacrificios que sean útiles. En cuanto
a saber si tal disposición del corazón y del espíritu puede traducirse
en los hechos, es un punto sobre el que volveremos.
Queríamos
hoy disipar algunos equívocos. Es evidente que el socialismo de la III
República no ha respondido a las exigencias que acabamos de formular.
Hoy tiene la oportunidad de reformarse. Nosotros lo deseamos. Deseamos
también que los hombres de la Resistencia y los franceses que se sienten
de acuerdo con ellos conserven intactas estas exigencias fundamentales.
Pues
si el socialismo tradicional quiere reformarse, no lo hará únicamente
llamando a sus filas a estos hombres nuevos que empiezan a tomar
conciencia de esta nueva doctrina. Lo hará viniendo él mismo a esta
doctrina y aceptando incorporarse totalmente a ella. No hay socialismo
sin un compromiso y una fidelidad de todo el ser; esto es lo que sabemos
hoy. Y esto es lo que es nuevo.
“Combat”, 24 de noviembre de 1944.
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