Queridos españoles:
Me llena de orgullo comprobar que la recuperación de la memoria es, a día de hoy, una realidad.
Con gran esfuerzo estamos consiguiendo rescatar la figura del caudillo, nuestro prócer.
Atrás van quedando los días en los que vagos, maleantes, barbudos, paseaban tranquilos sin que nadie se atreviera a llevarlos a la cárcel.
Al fin, nuestros defensores, armados hasta los dientes, tienen carta blanca para protegernos de los niños, de los viejos, de los enfermos, de los cabreados, de los estudiantes o de los parados, de los hambreados o de los emputecidos que día a día desafían este limpio sistema que manchan con su sangre.
Todos los españoles, vascos y no vascos, debemos agradecer la consolidación definitiva de la patria a los austeros empresarios, a las banqueros decentes, a los jueces justos, a los políticos prístinos, de la gran labor que están realizando para que este país no envidie a otros imperios ni sus felonías.
Aceptemos el látigo, la tortura, la miseria, la genuflexión, los vientres inflamados de hambre y de rabia, como un mal menor, un pellizco, un guiño, un orgasmo pequeñísimo.
A todos os quiero como quiere un rey a sus súbditos; arrodillados, callados, mansos.
A todos os quiero como os quiso mi caudillo; amordazados, en harapos, iletrados.
A todos os deseo que dios y la bandera os protejan de vosotros mismos, de vuestras quejas, de esas malas conciencias que podrían hacer temblar a la reina de todos los españoles, vascos y no vascos.
Mis vasallos, mis sirvientes, mis esclavos, dios salve al caudillo, dios salve al rey y a los hijos de sus hijos.
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