En Madrid hay 15.700 taxis oficiales,
uno por cada 200 madrileños, lo que la convierte en una de las ciudades
del mundo con más taxis por habitante. Pero hay dos días del año
―Nochebuena y Nochevieja― en que a partir de las 9 de la noche encontrar
un taxi en la capital española no solo es complicado, sino
excepcionalmente caro, con un suplemento de 6,70 euros que duplica al
del resto de España.
Las cenas navideñas del 24 de diciembre y del 31 de
diciembre las celebran infaliblemente no solo los madrileños, sino una
inmensa mayoría de españoles de todas las edades, clases sociales e
ideologías. Pese al runrún anti-navideño que intenta politizar esta
festividad ancestral, la Nochebuena familiar se celebra del mismo modo
en toda España: una cena preparada con varios días de antelación y que
reúne a todas las generaciones en torno a una mesa donde se ha hecho un
esfuerzo especial en cuanto al menú.
Dada la aparatosidad del evento ―fuentes
rebosantes y platos limpios/sucios que van y vienen de la cocina
mientras la parentela entretiene los minutos de espera con una charla
más o menos ocurrente―, es una ocasión singular para analizar el
mecanismo interno de la familia española.
Recordemos que la familia
patria es una célula social tan resistente que ha impedido a España
venirse abajo tras la crisis de 2007, con abuelos y abuelas tirando de
sus pensiones y cuidando a los nietos mientras los hijos simultanean
empleos fijos o coleccionan trabajos temporales.
La imagen habitual en
una cena de Nochebuena española ―parecida a la de Acción de Gracias
(Thanksgiving) estadounidense― es la de la matriarca de la familia o la
anfitriona de la cena dando órdenes a la concurrencia. Esto sucede
también en las casas con servicio doméstico, donde la mujer que ha
organizado la cena navideña dirige la concurrida operación, siendo
frecuente que la ayuda doméstica de nacionalidad española asista a su
cena correspondiente.
En resumen, es en esa inmensa mayoría de cenas
navideñas desprovistas de ayuda externa donde puede observarse
―destilado, puro y sin aditamentos― el espíritu español y la gestión del
poder dentro de la resiliente familia.
En esta España modernizada
meteóricamente en apenas cuarenta años, las Nochebuenas son, como se
suele decir, la prueba del algodón. Con esa intención pregunté en mi
cuenta de Twitter si las madres españolas podían ser ―todavía, en el
siglo XXI― “profesoras de machismo” que exigen a sus hijas el doble de
colaboración doméstica que a sus hijos, cosa comprobable en estos
zafarranchos familiares que son las fiestas navideñas.
Respondieron
numerosas mujeres de mi generación, entre ellas las periodistas María Blanco y Mara Colás, admitiendo que sus madres han mimado a sus hermanos por el hecho de ser hombres. Inma Hernández,
Coordinadora de Prácticas en la Universidad de Salamanca, define así lo
que llama la ‘post-comida’ en casa de sus padres: “Recogiendo y
fregando: una servidora, mi hermana, mi cuñada, mi madre y mi padre.
El
resto de caballeros disfrutando del sofá”. Aurora Pimentel Igea,
gerente de Alianza Aire, tuitea: “Solo hay que fijarse cuántas veces y
quiénes se levantan de la mesa a por lo que sea en Nochebuena. O sirven.
O traen platos. O los llevan”. Pero es el madrileño Vicente Martín ―forofo
del Atleti con cuenta de Twitter dedicada al fútbol― quien mejor
describe una escena prototípica de las celebraciones navideñas
españolas: “Cena familiar de Nochebuena en casa de mi familia política.
La madre de mi mujer me ‘manda’ quedarme sentado y que sus hijas (tres
hermanas) le ayuden a recoger la mesa. Todos nos levantamos a ayudar. No
es machismo. Es otra cosa”.
Y ahí nos surge la duda a quienes hemos
vivido situaciones idénticas a la que describe Vicente Martín. ¿No es
machismo? ¿Es otra cosa? ¿Qué es? ¿Cómo podemos llamar al hecho de que
en el siglo XXI en un hogar español donde se celebra una fiesta navideña
familiar y entrañable, los hombres se queden sentados en la mesa
esperando a que las mujeres les traigan el siguiente plato?
¿Cómo se
puede llamar a lo que ven en Navidad cientos de miles de niños nacidos
en el siglo XXI, es decir, mujeres serviciales que atienden
complacientes a hombres que permanecen sentados? Esto no sucede solo en
España. Sucede en Occidente entero. La todopoderosa publicidad, el cine y
las series de televisión occidentales retratan todavía la cocina como
un lugar femenino.
Dos series estadounidenses recientes ―Little Big Lies y Madam Secretary―,
conscientes del tema, reducen las escenas domésticas a una cocina
familiar donde todos se mueven en torno a una enorme mesa central,
resaltando que las tareas de una casa son cosa de todos.
Mientras en
España las redes han emprendido la enésima campaña binaria y
reduccionista de ‘hombres malos’ contra ‘mujeres buenas’, cabría
preguntarse si los problemas no empiezan en casa, con una bondadosa
madre que quiere deslumbrar gastronómicamente a los hombres de su
familia, demostrando su autoridad al comandar a un eficaz ejército de
hijas, nueras y nietas.
Todo lo perverso tiene un trasfondo de
ingenuidad, decía el viejo Hemingway.


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