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lunes, 4 de marzo de 2019

La ultraderecha mundial pasa al ataque




El pasado martes 5 de febrero, el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, afirmó que “la amenaza más grande que en este momento tiene la humanidad” es la ley de género, la enseñanza de género y la “ideología de género”, que calificó de “imposición dictatorial”, “liberticida” y “de corte estalinista”


 Una vez más, la expresión “ideología de género” servía para cargar contra el movimiento feminista, como viene haciendo Vox desde su irrupción en la política española.


Pero no se trata de un fenómeno español: en Colombia, las iglesias evangélicas llamaron desde los púlpitos a votar “no” en el plebiscito sobre los Acuerdos de Paz entre el Estado y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), en octubre de 2016, argumentando que tales acuerdos estaban teñidos de “ideología de género”. Y Jair Bolsonaro, en su discurso de toma de posesión de la presidencia de Brasil el 1 de enero, fue tajante: “Prometo combatir la ideología de género conservando nuestros valores”.


No es una novedad que la derecha y la Iglesia unan sus fuerzas para sabotear los avances de las mujeres en la conquista de sus derechos; la dictadura franquista es buena muestra de ello. Más reciente, pero tampoco novedosa, es la expresión “ideología de género” que el Papa Benedicto XVI definió como “el objetivo de liberar al ser humano de su biología”.


Hace veinte años, Monseñor Óscar Alzamora Revoredo, obispo auxiliar en Lima, escribía que detrás del uso de la palabra género “se esconde también una ideología que busca hacer salir el pensamiento de los seres humanos de esta estructura bipolar” que los divide en hombres y mujeres, y calificaba de “revolucionario” este planteamiento.


Pero es en los últimos años, al calor de la fuerza de un movimiento feminista que se ha mostrado imparable a escala internacional, cuando ha cobrado relevancia la expresión “ideología de género”. 


Así explica este fenómeno la politóloga argentina Verónica Gago, una de las impulsoras del movimiento ‘Ni Una Menos‘ en Argentina: “Ideología de género es un concepto impulsado por la Iglesia católica que pretende organizar una contrainsurgencia sobre la fuerza y la potencia del feminismo”.




Hablar de contrainsurgencia implica la invención y demonización de un enemigo interno: en este caso, las feministas, supuestamente enemigas de los hombres, la familia y la religión Con Donald Trump al frente de Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Vox avanzando en España y partidos neofascistas –si asumimos que nos sirve esa categoría; el historiador Federico Finchelstein preferiría hablar de “populismo de derechas”–, ya existen pocas dudas de que la ultraderecha avanza en todo el mundo, y parece evidente también de que las feministas, junto a los y las migrantes, están en el centro de su diana. 


Esa estrategia global convive con variantes locales: en Francia, Marie Le Pen arremete contra la migración al tiempo que se autoproclama feminista y agita el miedo a que “la crisis migratoria acabe con los derechos de la mujer”.


En cualquier caso, lo habitual es que el antifeminismo conviva con la xenofobia y la defensa de los “valores tradicionales”. Vox pide la expulsión de los migrantes con la misma visceralidad que la supresión de la ley de violencia de género, al tiempo que dice apostar “por los valores, la familia y la vida”; Trump exhibe su misoginia junto a un ardiente discurso antimigratorio; en el Congreso brasileño, los diputados evangélicos se aliaron con los ruralistas –vinculados a los intereses de los terratenientes– y con quienes apoyan las armas, en la llamada “bancada BBB”: Buey, Biblia y Bala.


Y, en Ecuador, el presidente Lenin Moreno aprovechó el femicidio de una mujer embarazada cometido por un migrante venezolano para agitar la xenofobia: “Les hemos abierto las puertas, pero no vamos a sacrificar la seguridad de nadie”, afirmó. En la misma operación, criminalizaba a la comunidad venezolana al tiempo que negaba la violencia machista entre sus congéneres.
 

Mujeres en defensa de los territorios




“La derecha está leyendo la potencia del feminismo en temas estratégicos, mientras las izquierdas tradicionales siguen infantilizando nuestra capacidad política. Incluso a nosotras nos cuesta dimensionar la potencia de ese internacionalismo de nuevo cuño que está surgiendo”, sostiene Verónica Gago.


Pero, ¿por qué el feminismo se ha convertido en el principal enemigo a combatir de las derechas de todo el mundo? La politóloga lo resume en dos palabras: masividad y radicalidad.


“El movimiento feminista ha logrado ser masivo y radical al mismo tiempo, y eso lo convierte en una amenaza para los poderosos, porque pone en jaque las relaciones de obediencia en todos los ámbitos de la vida colectiva y el sistema político no está a salvo”.


 El feminismo ha logrado desbordar la temática de género: se ha incardinado, y esto es muy visible en América Latina, en el núcleo mismo de las luchas indigenistas y anticapitalistas, y “en la capacidad de modificar relaciones concretas en los sindicatos, las escuelas, la familia, la pareja o la fábrica”.


Así, “el feminismo fue saliendo del ‘gueto’ de la cuestión de género; y lo hizo no desde una posición de exterioridad, sino que se convierte en una dimensión interna de cada una de las luchas para radicalizarlas desde adentro, a la vez que produce planos de coordinación entre una conflictividad social en aumento”, añade Gago.


Esta capacidad para radicalizar las luchas se percibe en la efervescencia de los feminismos comunitarios e indígenas, y se encarna en el protagonismo femenino en las luchas contra proyectos extractivos como la megaminería, las grandes hidroeléctricas o los monocultivos.


Como ha señalado la antropóloga Rita Segato, el asesinato de la hondureña Berta Cáceres, como el de tantas mujeres latinoamericanas en defensa de sus territorios, fue un femicidio, pues aunque a los hombres se los mata también por resistir al avance de la frontera extractiva, en el caso de las mujeres se pretende eliminar “un estilo de hacer política, una politicidad propia de las mujeres” que, entre otras, es capaz de conectar la conquista de los territorios que habitan estas comunidades con la violencia contra los cuerpos de las mujeres.


Así lo expresó la añorada Berta Cáceres: “Si las mujeres no hablan de sus cuerpos entre sí, si no reconocen sus derechos al placer y a no sufrir violencia, no podrán entender que la militarización es una práctica de invasión territorial que se vincula con la violencia contra las mujeres, al utilizar las violaciones sexuales como arma de guerra”.


Esto sucede en los territorios que defienden las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas, pero también en las ciudades: el pasado septiembre, en Buenos Aires secuestraron y torturaron a una maestra en cuyo vientre escribieron con un punzón: “Ollas no”. Su crimen había sido organizar ollas [asambleas] populares en los barrios y, con ello, sacar el trabajo reproductivo de su confinamiento doméstico y “visibilizar que son las mujeres las que se están haciendo cargo de la crisis de reproducción social que genera el neoliberalismo”, argumenta Gago.


La violencia machista se combina así con su dimensión clasista, racista y colonial, a semejanza de lo que ocurre en Europa, donde, en las elecciones andaluzas, un vídeo promocional de Vox, con Santiago Abascal y sus hombres a caballo, agitaba el símbolo de la Reconquista que finalizó en Granada el mismo año que los conquistadores españoles llegaron a América. 


“Lo que antes se negaba hoy aparece con exhibicionismo”, apunta Gago, y abre así el feminismo a “preguntas que van al núcleo de la crítica anticapitalista y descolonial, que deja de ser meramente ideológica para ser concreta”, como concretas son las escenas de violencia patriarcal, racista y colonial que se viven en los territorios rurales y urbanos.


En un momento de ascenso de la ultraderecha, esa nueva hegemonía se traduce en los discursos de los políticos y diarios de derechas. A primeros de febrero, Pablo Casado utilizó el pago de las pensiones para justificar su intención de derogar la ley que facilita el aborto en España: “Hay que tener más niños, no abortarlos”, afirmó, con un argumento propio de El cuento de la criada.




El 1 de febrero, el diario argentino La Nación publicó un polémico editorial titulado Niñas madres con mayúsculas, en el que ensalza el supuesto espíritu maternal de niñas embarazadas con 12 o 13 años. Pocos días antes, en la provincia de Jujuy, moría el bebé de una niña de 12 años que fue violada y a la que se le impidió abortar. 


Antes de la muerte del bebé, el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, había anunciado que una familia “importante” tenía intención de adoptar al bebé; llevaba así a la memoria de muchos argentinos las reminiscencias del robo de bebés que fue masivo durante la dictadura militar de 1976-83.


Pero, ¿por qué esta deriva neofascista? “Creo que el neoliberalismo no logra estabilizar unos modos de obediencia, no logra que se toleren los niveles de violencia que requiere la actual fase de acumulación del capital; y las derechas han leído la capacidad de desestabilización del mundo que tiene el movimiento feminista; por eso el fascismo, en los gobiernos y como micropolítica, promete una forma de estabilización para el neoliberalismo”, sostiene Gago.


 La italiana Silvia Federici, que en Calibán y la bruja explicó la relación entre la caza de brujas y la acumulación originaria en los orígenes del capitalismo, lleva tiempo alertando de que hoy vivimos una nueva caza de brujas, más aguda allá donde la lucha de clases es más acentuada.


Fue siempre así: las mujeres desobedientes, antes llamadas brujas, hoy feminazis, tuvieron y tienen la capacidad de desestabilizar el sistema. En este contexto, concluye Gago, “la pregunta que debemos hacernos es qué significa cuidar esa fuerza del movimiento”.


Y es ahí que se abre todo un campo de experimentación, que abarca desde las alianzas estratégicas hasta las tácticas de autodefensa, pasando por la alerta ante las distintas formas de cooptación del movimiento, como las que despliega el mercado en su propuesta de un feminismo compatible con el capitalismo.



Nazaret Castro




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