Cuando te atraviesa el tiempo, con una
vida no basta; por eso es necesario que se alce la Muerte, para
prolongar el instinto de vida… en otras vidas. ¡Tic-tac!, ¡tic-tac!…
No te despistes y recuerda: la Muerte
nunca resta, más bien intensifica, pues da sentido a la vida. Y, ahora,
elige: ¿amor al destino o lenta autodestrucción?
Reloj de pared (quieto parado): el péndulo, que va y viene; badajo hipnótico entre Oriente y Occidente.
Reloj de esfera (corre como un galgo): el segundero: espina sin rosa que se clava en el alma desnuda.
Reloj digital (cinco cerditos tiene mi mano): cifras que extraen la sangre en perenne competición diaria.
Reloj de pulsera: o bien de cadena (para
esclavos del tiempo) o bien de correa (para mascotas dóciles). ¿Tiempo
libre? Ni hablar del peluquín: ¡producción o consumo: esto es lo que hay
en caja! Alabados sean, pues, los tiempos de la justicia.
¡Tic-tac!, ¡tic-tac!… Pero el tic-tac
del reloj no es igual que el dum-dum del corazón. Ni el cuerpo es una
máquina ni el corazón, una bomba de relojería. ¿Y qué era el cuerpo
antes del maquinismo? ¡Cárcel de beatos!
Para conocer el cuerpo como
organismo, nadie mejor que la mujer: ella habla desde el cuerpo y con el
cuerpo. Y para conocer las cualidades del tiempo, nada mejor que la
música (la astrología, también) y la cronobiología (periodos y ritmos:
momentos favorables; organización temporal de la vida, que convendría
respetar).
La memoria, el mejor testigo del tiempo.
¿Y el tiempo? Conciencia del recuerdo. Y poco a poco, aprendes a jugar
con el tiempo, a dilatar la percepción del mismo, para que se pierda en
círculos, alrededor de otros tiempos, alrededor de otros círculos, hasta
que aparezca la eternidad en un instante gozoso que no acaba nunca,
hasta que acabes disuelto en tu etérea plenitud, que ni es tuya ni es de
nadie, y ahí es donde se condensa toda la fuerza y poder de la vida,
que es esta y no otra, que es única, entre el ser y la nada.
¡Tic-tac!, ¡tic-tac!…, cuenta horas extraordinarias con pico y pala el obrero aviar (un ave de paso, expulsada del paraíso).
Tiempo lineal: aumentativo: carril de
producción; tiempo circular: otro ciclo: posibilidad de corrección. El
primero acumula; el segundo renueva.
San Efímero: patrón de un tiempo que ya
no discurre, sino que circula a una velocidad temeraria. Accidente
cognitivo: la realidad, hecha añicos, superpone una noticia a otra, para
aturdir el pensamiento y anular la memoria. Y a ello, añadimos la
atomización de la vida social (ínfima participación ciudadana) y el
individualismo egocéntrico de las redes sociales (menos selfis y más
fotosíntesis).
El planeta, convertido en una jugosa
sandía: ¡es la globalización, estúpido!: la codicia, abriendo nuevos
mercados; el negocio, moviéndose en cualquier sentido; la especulación
financiera, como bandera universal. ¡Santa burocracia y pía filantropía!
Rotación, traslación, eclipse del tesoro y si te he visto, no me acuerdo. Causa más estragos una crisis
económica que una catástrofe natural. Vuela el tiempo (pura
estridencia) y vuela el dinero (ave carroñera) mientras el rebaño espera
al Buen Pastor y la oveja negra exclama, ahíta: ¡Harán con nosotras lo que permitamos que nos hagan!
No en balde, la trashumancia corre riesgo de extinción.
Y hasta que te llegue la hora final, ¿quién marca?
El tiempo, antes de ser urbano,
mecánico, industrial, cuantitativo, de horarios fijos y calendario
laboral, antes de convertirse en oro, era un tiempo natural, un tiempo
meteorológico, cualitativo, un tiempo que unía el cielo y la tierra, y
el planeta, a su vez, con el sistema solar.
Cuando el tiempo aún era tiempo,
había cabida para ese devenir cíclico que traía, con cada estación del
año, los cambios correspondientes de luz, temperatura, humedad, agua,
aire, fauna, flora…
Hasta los alimentos eran de temporada (iban con el
tiempo) y eran más sanos; ahora, en cambio, van con la prisa y están
congelados (o procesados).
¡Tic-tac!, ¡tic-tac!… A todo esto, ¿y tú, qué haces, matar el tiempo leyendo sandeces?
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