El cáncer de esta sociedad es ya la falta de empatía, la apuesta por la crueldad sin el menor escrúpulo. Y que va desde disparar a la perra recién parida, señalar a los emigrantes como peligro, a cuestionar que sea condenable violar a una mujer.
Y siguen siendo entrevistados en los medios y siguen saliendo en las televisiones y hasta se vuelve a discutir la basura que propagan. Estos sujetos han existido siempre, lo que no se daba es la tolerancia o el apoyo explícito.
Días de Navidad, de felicidad, amor y consumo programados. El Portal de Belén volverá a ser en muchos lugares del planeta una caja de cartón sobre el suelo mojado por la lluvia.
Son, dice, «sin raza reconocible, viejos, enfermos, potencialmente peligrosos”. Julio Calvo, veterinario de profesión, concejal del Ayuntamiento de Zaragoza por el partido ultraderechista Vox, propone matarlos porque sale cara su manutención estando vivos. De momento, habla de los perros de la perrera «inadoptables«. De momento. Sacrificio humanitario, añade.
Se propone revertir la normativa que regía en anteriores corporaciones progresistas porque ellos son más de gastar el dinero en banderas, promoción de la tauromaquia –tan humanitaria también- o luces de navidad. Es el sentido utilitarista de la vida que se ha enseñoreado de la sociedad, lo que no sirve se desecha. Pero no solo: indica una personalidad potencialmente peligrosa.
Discúlpenme por la dura escena que voy a describir. Han
pasado ya más de 15 días y no consigo olvidar a Alma, una perra que
acababa de parir seis cachorros. Su dueño le disparó, la apaleó y arrastró anudada con una cuerda por el cuello,
causándole la muerte tras unos días de sufrimiento. Ocurrió en
Chantada, Lugo.
Unos ciudadanos lo vieron, grabaron la escena y
denunciaron al individuo ante la Guardia Civil. Cada poco vemos a otros
indeseables ensañarse de similar forma con sus mascotas o animales a su
cargo. No es ninguna enfermedad, como no sea social, de la sociedad que
lo tolera.
Es puro sadismo, disfrutar causando daño a otros seres vivos.
No hay excusas. Mucho más allá de frustraciones personales que lleven a
la ira irracional, pagarlo con víctimas débiles e indefensas es de una
bajeza sin límites. Y nada lo justifica.
Nada. El tipo contestó a los
vecinos que le vieron: «Yo disparo a quien me sale de los cojones». A su
perra, de momento. En estos casos se añade al sadismo el derecho de
posesión que este tipo de seres creen tener sobre otros. Con lo suyo
hacen lo que les viene en gana.
En la clara involución que sobrecoge al mundo, se están
normalizando características humanas absolutamente detestables, hasta la
crueldad. Matar animales para que no gasten o porque son «suyos» y
hacen con ellos lo que les place es, por supuesto, extensible a los
humanos más pronto o más tarde.
Los renacidos fascismos no están muy
lejos de quitarse de en medio cuanto señala el concejal de Vox en
Zaragoza: sin raza (valorada por ellos), viejos, enfermos,
potencialmente peligrosos (para sus privilegios), y añadan género
«inferior» (según su criterio) o cualquier factor fuera del patrón oro que se atribuyen a sí mismos.
Acaba de suceder en Pozo Alcón, Jaén. Un hombre de 31
años fue depositado en el centro de salud, ya cadáver. Era un inmigrante
marroquí que se desplomó en una finca olivarera mientras recogía
aceituna sin contrato. Supuestamente fue el dueño de la instalación
quién lo dejó en una camilla del centro médico y se fue. El individuo ha sido ya detenido.
De ahí, de la creciente inhumanidad, que se siga viendo
admisible que tres hombres adultos, o cuatro o cinco o los que sean,
actúen en manada para violar a una mujer, a una niña de 15 años incluso.
O que salgan a defender a los condenados, vejando a la víctima, decenas
de personas en su pueblo. O que se difundan vídeos y detalles
personales de la agredida, incluidos un par de ejemplares mediáticos que
denigran el periodismo, como Cristina Seguí y Alfonso Ussía.
O que tantos justifiquen la violación, como hace cualquier talibán de
cualquier fanatismo. O que, como un diputado de Murcia, de Vox también,
menosprecie en el siglo XXI a los hijos de mujeres solteras llamándoles «conejos«.
Lo doblemente preocupante es que dispongan de altavoz
mediático, que estos temas vayan a las tertulias y debates de televisión
por puro espectáculo y búsqueda de audiencia en el morbo. Que se
pretenda debatir con opiniones a favor y en contra la pertinencia de que
sea un derecho violentar a una mujer o degradarla, si «les sale de los
genitales» de su cerebro.
Que «expertos» en derecho vía Google,
creencias y prejuicios, se monten sus juicios paralelos.
Pónganse
siempre en el lugar de otros ¿imaginan que se juzgara popularmente con
igual rasero a todo tipo de delincuentes, asesinos, ladrones, y, en
particular, a hombres agredidos sexualmente? ¿Que fuera analizado si dio
o no la víctima su consentimiento a que le atracaran o si se negó con
la suficiente contundencia?
Estos sujetos han existido siempre, lo que no se daba es
la tolerancia o el apoyo explícito.
Sí en la práctica, no en vano
violentar a mujeres suele ser botín de guerra, y hasta se capturan para
convertirlas en regalos al vencedor. Hablan ahora mismo de reparar ese
atropello con las surcoreanas secuestradas en su día para disfrute del ejército japonés.
Estamos asimilando que un ser como Rocío Monasterio, con su expresión de iluminada en trance, cargue contra los menores emigrantes sembrando
un odio que germina en torvas mentes proclives.
Seres como ella y los
ultraderechistas de su ralea han establecido ya las fronteras humanas
que separan a las personas según procedencia, raza, religión, edad o
sexo. Sin la menor empatía humana, siquiera un mínimo de humanidad del
que carecen al situar en el punto de mira incluso a niños y
adolescentes.
Cuando Aylan quedó varado en una playa mediterránea
pareció el final de la historia, pero fue el principio como he dicho
otras veces. La sociedad hipócrita cumplió con él su cuota de lágrimas
de cocodrilo y miró para otro lado. Desde la muerte de Aylan Kurdi en
2015 han perdido la vida igual centenares de niños y adultos.
Y otros
han sido encerrados tras barrotes por la Europa inhumana que se
desentiende de ellos.
No creímos que llegara a suceder, pero hasta ese
punto han llegado. También son, al parecer, «inadoptables»,
«inatendibles», costosa su manutención.
Las Rocío Monasterio y toda su
cordada de sonrisas huecas y mal de alma tienen esa misión.
Y siguen siendo entrevistados en los medios y siguen
saliendo en las televisiones y hasta se vuelve a discutir la basura que
propagan. Ni esta tierra ni otras son suyas. Seres agujereados como los
quesos de Gruyere por cuyos huecos huyó la empatía, una emoción que se
creía primordialmente humana.
Es la base de la vida social, pero esta
gente solo se entiende entre aquellos con quienes comparte coordenadas
como la supuesta superioridad, la posesión, el egoísmo, el utilitarismo
que desecha cuanto no le sirva.
Hay ya millones de votantes que les han encargado los
asuntos de todos. Porque o son increíblemente ignorantes o participan de
su doctrina y culpa. Y están los allegados, los que pactan con ellos,
los que engañan y roban basados en su cargo, echando al viento el daño
que causan.
Se apuntan a su corte individuos perdidos, sin otra vida
social que las redes virtuales, donde expulsan su malestar desde que
apunta el alba. Hacer daño por hacer daño, repetir campañas sucias
puestas en marcha por quienes más que políticos o medios parecen formar
parte de una delincuencia organizada para que nada cambie en sus
privilegios.
El cáncer de esta sociedad es ya la falta de empatía, de
solidaridad, la apuesta por la crueldad sin el menor escrúpulo.
Y que va
desde disparar a la perra recién parida porque les sale de los cojones, a
señalar a los emigrantes como peligro, a robar de las arcas públicas, a
dejar sin empleo a quienes enferman, a manipular para defender los
intereses de su empresa mediática, a difamar para recoger el pago en un
plato de lentejas, a cuestionar que no sea condenable violar a una mujer
y menos «si se lo ha buscado».
Todo ese universo de excusas para no
mirar a los otros, a todos, como iguales en dignidad y derechos. Salvo a
aquellos que perdieron el alma en la ambición, e incluso a esos.
Días de Navidad, de felicidad, amor y consumo
programados. El Portal de Belén volverá a ser en muchos lugares del
planeta, una caja de cartón sobre el suelo mojado por la lluvia.
Como el
de aquel otro niño refugiado que nos miró a los ojos en 2015 cuando se
abrió por completo la mano a la inhumanidad en la Unión Europea y más
allá. Esta criatura debería haber añadido, por tanto, otros cuatro años a
su vida. Y comer e ir al colegio y tener techo y cerca a su familia.
¿Dónde estará? ¿estará?
Los que matan perros, secan vidas, señalan dianas o dan
altavoz a todos los miserables son quienes ponen trabas en su camino y
en el de muchos otros, en realidad a la especie humana en su conjunto,
trabas a veces insuperables.
Crueldad es también ignorarlo
deliberadamente, ser cómplices sin asumir la responsabilidad, no aislar
la barbarie. La empatía es saberlo, contarlo y hacer cuanto sea posible
por ponerle remedio.
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