Un cachorro de león, con comida en una caja con adornos navideños
"A veces soy el Grinch, Don Cicuta y Thomas Bernhard en uno, pero quizá
sería más productivo e inteligente examinar de qué necesidades y deseos,
de qué debilidades y fracturas, surgen muchas de nuestras acciones,
descabelladas o no", reflexiona el autor en su columna semanal.
Estos días he visto fotos de leones comiendo el contenido de una caja
de dulces, osos polares devorando tartas, monos encaramados a un árbol
de navidad adornado con chucherías, Papá Noel en el zoológico acompañado
de un camello –curiosa mezcla de tradiciones–.
El misántropo que llevo
dentro ha estado a punto de sumarse a aquellos que, de boquilla, claman
por que un meteorito aniquile a la raza humana, pues “no cabe un tonto
más en este país”, bla, bla, bla.
Pero la misantropía, como el cinismo, es una mezcla de pereza mental y arrogancia.
La arrogancia de quien desprecia las debilidades ajenas, la pereza de
quien no se molesta en examinar sus razones. La admirable ferocidad de
un Bernhard o de un Celine tiene un reverso desagradable: la eliminación
de la empatía y de la compasión (que son cosas distintas, obviamente).
Quienes se ríen de esos ancianos y ancianas que viven rodeados de gatos no se preguntan qué biografía hay detrás, por qué esa persona necesita no solo recibir afecto de los animales,
sino, sobre todo, dárselo.
Y yo ahora me pregunto por qué hay quien
quiere regalar dulces a una leona o pone un gorrito festivo al perro.
Además de la parte de negocio que tienen las navidades –todo tiene una
parte de negocio, también la literatura–, parece esconderse ahí una
necesidad de compartir alegría, aunque sea en fechas impuestas, de
integrar a quienes nos rodean, animales o humanos, de liberación de la
necesidad de dar.
Quien pone un gorrito navideño a un bebé hace
exactamente lo mismo, que es lo que se lleva haciendo desde hace muchos
siglos: aproximarse al otro mediante el regalo, reforzar los vínculos
emocionales, querer, por un momento, saltar una barrera, sea de la
especie, la de la edad, o la de la costumbre. Estar, en definitiva,
menos solos.
No me gustan las navidades, pero siempre he
sospechado que también en este desagrado hay una cierta arrogancia, la de quien
cree no necesitar los ritos colectivos y las alegrías marcadas por el
calendario, y el desprecio por quien los necesita.
Seguirán sin gustarme las navidades, por muchos motivos que no voy a
contar ahora. Me produce incomodidad que se humanice a los animales y
que se proyecten sobre ellos fantasías de una comunicación imposible.
No me gusta que el Oso Yogui lleve corbata ni que los perros hablen en las películas.
Me irrita la gente que dice que los animales son mejores que las
personas.
Sí, todo ese enfurruñamiento mío con el mundo y sus
peculiaridades sigue ahí, a veces soy el Grinch, Don Cicuta y Thomas Bernhard en uno,
pero quizá sería más productivo e inteligente examinar de qué
necesidades y deseos, de qué debilidades y fracturas, surgen muchas de
nuestras acciones, descabelladas o no. También las mías.
Así que, por una vez, y sin que sirva de
precedente, feliz navidad.
‘La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas
autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de
vista a partir de una fotografía. Puedes leer todas las de José
Ovejero aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS POR TU OPINION-THANKS FOR YOUR OPINION