La presencia de animales en el núcleo
familiar se remonta a la prehistoria.
La evidencia arqueológica revela
que, hace más de 14 000 años, los lobos domésticos, ancestros del perro,
vivían en asentamientos con los seres humanos.
Podríamos pensar que era
por una cuestión puramente práctica. Que a nuestros antepasados los
canes les resultaban útiles para la caza o la defensa. Y que eso era
todo.
Pero también se debía a un vínculo emocional,
como sugieren los restos hallados en una tumba descubierta hace décadas
en Alemania.
Además de los esqueletos de un hombre mayor y de una mujer
más joven, la tumba contenía restos incompletos de dos perros.
Uno de
ellos tan mayor que, sin duda, sobrevivió gracias al cuidado humano
cuando ya “no era útil”.
¿Protector frente a la esquizofrenia?
Según el censo de la Asociación Madrileña de Veterinarios de Animales
de Compañía (AMVAC), en la actualidad cuatro de cada diez familias
españolas tienen al menos una mascota. La calidad de la relación que
establecen ambas especies parece influir en los beneficios en la salud
en ambas direcciones.
Esa calidad de relación (vínculo) curiosamente fue estudiada por primera vez, por un veterinario llamado Leo K. Bustad. “En
gran parte debido a la figura del Doctor Bustad como líder visionario,
nuestra sociedad y el mundo ahora entienden y abrazan el poder de
curación de los animales”, dice Larry Norvell, presidente de la Pet Parners.
¿Poder curativo? ¿Podemos decir, entonces, que la convivencia con
mascotas influye positivamente en nuestra salud? Más aún, ¿se puede
considerar una herramienta terapéutica preventiva a nivel cerebral? ¿Los
beneficios son bidireccionales?
Hace poco se publicaba en PLOS One
un estudio sobre el efecto preventivo que la convivencia con mascotas
tendría sobre el desarrollo de una enfermedad mental grave como es la
esquizofrenia.
¿Cómo se le ocurrió a los autores, del centro Johns
Hopkins Medicine (EE UU), indagar sobre semejante relación? Muy
sencillo.
Resulta que los trastornos psiquiátricos graves se asocian con
alteraciones del sistema inmunológico relacionados con exposiciones
ambientales en los primeros años de vida de las personas.
Por lo tanto,
si las mascotas son uno de los primeros elementos con los que los niños
tienen contacto, es lógico preguntarse cómo les afectan.
Esta investigación me resulta fascinante por varios motivos.
El
primero es su objetivo: averiguar si existe alguna relación entre la
convivencia temprana con un perro o un gato y el desarrollo posterior de
una enfermedad mental grave.
El segundo es el volumen de participantes
en el estudio: nada más y nada menos que 396 individuos con
esquizofrenia, 381 con trastorno bipolar y 594 controles (personas sin
patología mental).
Aunque la investigación ofrece prometedores resultados que apuntan a
la convivencia temprana con perros como factor de protección, también
predica la prudencia.
Dicen los autores que aún son necesarios más
estudios. Que no parece que haya relación con el trastorno bipolar.
Y
que todo apunta a que convivir con perros sí tiene efecto protector,
pero no relacionarse con gatos.
Si bien los mininos influyen en el
sistema inmunológico humano, parece que a priori a nivel mental su
efecto es neutro.
La oxitocina, hormona del amor interespecie
La terapia con perros ha demostrado ser eficaz en el tratamiento de la depresión.
En personas institucionalizadas (internadas) los resultados no dejan
duda. Y en las visitas domiciliarias, donde la interacción puede ser más
personal, los resultados apuntan en la misma dirección.
¿Por qué la convivencia con animales domésticos tiene efectos sobre
la atención, el comportamiento social, las interacciones interpersonales
y el estado de ánimo? En una revisión del año 2012,
los autores ofrecían un interesante y novedoso punto de vista.
Argumentaban que, en la mayoría de los efectos psicológicos y
psicofisiológicos de los estudios analizados, la oxitocina había
ejercido un papel activador. No solo en los humanos, ojo, sino también
en los canes. Mayor cuanto más estrecho era el contacto físico y la
relación.
Una vez más, las hormonas explicarían por qué nos hacen sentir bien estos peludos compañeros.
Estrés contagioso
Otro de los hallazgos más destacables en esta línea, menos
antropocéntrico, se lo debemos a Lina S.V. Roth, que en 2019 demostró
que el estrés a largo plazo en los dueños de perros tiene un efecto
directo sobre sus mascotas.
A ambos se les sincronizan los niveles de
cortisol, la hormona del estrés, tal como publicaba la revista Nature.
Por otra parte, un estudio sobre los efectos los efectos de la
relación perro-propietario en la percepción del estrés y la felicidad,
publicado por la revista Human-Animal interaction Bulletin,
concluyó que los beneficios del vínculo humano-animal están mediados
por la calidad de las relaciones entre ambos.
Y que esta relación
depende de las actividades compartidas.
Todo apunta a que no se trataría de lanzar el mensaje: “ponga un
perro en su vida” o “ponga un gato en su vida”, como si de un juguete se
tratara.
La proclama debería ser más bien: “comparta y relaciónese con
ese ser vivo que forma parte de su vida de una forma única, especial y
honesta, tal y como él lo haría”. Por el bien de ambos.
Nuria Máximo Bocanegra,
Terapeuta Ocupacional, profesora del Departamento de Fisioterapia,
Terapia Ocupacional, Rehabilitación y Medicina Física.
Directora Cátedra
Investigación Animales y Sociedad., Universidad Rey Juan Carlos
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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