En aquella Edad de Oro, cuando la vida material no era incierta
porque las necesidades básicas estaban aseguradas y la infancia, la
juventud, la madurez y la vejez transcurrían de acuerdo a lo esperado;
cuando todo el mundo podía labrarse el “porvenir”; cuando todo eso así
era en aquella dorada Edad, la obediencia era una virtud en la infancia,
la rebeldía era una obligación de la juventud, la sobriedad era
apreciada por la madurez, y la adaptación un consejo para la vejez
…
Pero
estamos en la Segunda Edad de Hierro.
En estos tiempos, en España,
las generaciones actuales viven en precario. Pero también son
inestables cualquiera de esas fases; cuando niño, recibe una
educación irregular y desigual en muchos casos acompañada de la
ruptura de sus padres; cuando joven, su futuro es tan inseguro que
muchos desearían seguir en la niñez; cuando maduro, tiembla
ante la vejez, y cuando ha llegado a viejo se empeña en no querer
serlo.
No se acostumbra, pues no tarda en sentir aguijón de lo
absurdo de la vida y la soledad que a todo trance quiere evitar, pues
en la soledad sólo hay tedio y a menudo desesperación. En
todo caso, qué diferentes somos. Yo, como Cicerón, nunca me
encuentro menos solo que cuando estoy solo, pues en la necesidad
permanente de “el otro” hay menos libertad que en el presidio…
No
es el Dios de los cristianos, ni tampoco el dios de los mahometanos,
ni los dioses del Olimpo ni el Destino los causantes del fracaso
de nuestra juventud fracasada. Es la estupidez, unas veces y la mala
fe siempre de los gobernantes españoles y europeos, los
ingentes intereses de los bancos, la rapiña de mafias y
especuladores lo que con la inesperada complicidad del cambio
climático, en cadena a los países y a la humanidad, les está
precipitando en el abismo.
A
la juventud incumbe aggiornamento:
reciclarse,
actualizarse. Su esperanza, que hacemos nuestra, está en
mantener su vigor y en asumir la austeridad forzosa de la que puede
sacar mucho provecho. Pues esa austeridad, pese a ser consecuencia de
la violentación del poder instituido, si es aceptada y aprovechada
además de salud es también poder. Lo dice la sabiduría de
todos los tiempos y de todas las culturas.
Hágase fuerte,
pues, la juventud frustrada. Ejercítese en la austeridad espartana
sin atribuirse a sí misma su frustración, pues la culpa absoluta es
del sistema. Cultive esa austeridad , aprovéchese de esa fuerza,
como en las artes marciales se aprovecha la fuerza del contrario,
expulse a los mercaderes españoles y europeos del templo del
abuso y, por Dios, apodérese cuanto antes del Poder verdadero que no
es el poder político, su siervo.
Jaime Richart
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