Recientemente
hemos podido ver cómo Urkullu acudía al Hospital de Cruces en Barakaldo
para hacer el tradicional posado estival. Esta vez, sin embargo, los
trabajadores del centro le respondieron con sonoros abucheos.
No
sorprende la reacción, teniendo en cuenta que durante la crisis
provocada por el Covid-19, el porcentaje de infectados entre el personal
sanitario en Euskadi ha sido alarmante.
En el sistema sanitario vasco,
Osakidetza, ya había marejada porque esta es una de las comunidades que
más ha privatizado la sanidad y el abandono de los trabajadores
sanitarios durante la crisis no ha hecho más que agravar un malestar que
ya existía.
La actuación política del PNV se podría resumir en que
algunos partidos no cambian, solo demuestran lo que antes ocultaban.
Para el PNV la máxima es ser en cualquier momento fiel a sí mismo, el
representante de la patronal.
La realidad
es que, según la OMS, son necesarias al menos 8 camas por cada mil
habitantes para desarrollar una labor sanitaria mínimamente eficaz. Ese
ratio se encuentra en España en aproximadamente 3 camas/mil habitantes.
El que Osakidetza se encuentre ligeramente por encima de la media de 3
camas es lo que permite que en ciertos momentos el PNV saque pecho por
estar entre los mas limpios del estercolero, evitando el debate de que
es lo que necesita la clase obrera y ubicándolo, como siempre, en el
antagonismo identitario de “nosotros contra ellos”, donde “nosotros”
representa los intereses de la patronal, a la que se le ha puesto en
bandeja hacer negocio con nuestra salud.
A la vista está que los países
que más se acercan a esas 8 camas/mil habitantes, con una atención
primaria potente y que han invertido en test masivos, son los “países
milagro” en los que la mortalidad por el Covid-19 se ha situado en
límites muy reducidos. No es el caso de Euskadi.
Osakidetza no
difiere en gran medida del resto del servicios sanitarios del país.
Todos ellos tienen una tendencia, como ocurre en todos los países
Capitalistas, a reducir el número de camas para ampliar el mercado de la
sanidad privada. En Euskadi, multitud de servicios han sido
externalizados para permitir hacer negocio con ellos. Dentro del sistema
sanitario vasco, cada vez es más frecuente encontrar uniformes de
contratas que realizan el trabajo que antes hacían trabajadores
públicos.
Por otra parte, los acuerdos con entidades privadas abarcan
desde servicios que se han privatizado en mayor o menor grado, hasta
multitud de consultas, tratamientos e intervenciones que son derivados
de manera complementaria a centros privados. Los centros privados,
empresas a fin de cuentas, realizan los tratamientos más rentables y
desprecian los que tienen un margen de beneficio menor, dejando en manos
de la sanidad pública las complicaciones sanitarias.
Este es el
motivo por el que se pueden permitir el lujo de “infrautilizar” recursos
que en ciertos momentos, como ha sucedido durante esta pandemia, pueden
ser capitales. Como todas las empresas, su objetivo no es el bien
común, sino el beneficio económico, como hemos podido comprobar con las
quejas de la patronal vasca de la sanidad privada porque las camas que
han “cedido” para atender a pacientes infectados con Covid-19 han sido
“poco rentables”.
El PNV, solícito como siempre, ha prometido mediar
entre Osakidetza y esos chupopteros para llegar a un acuerdo más
beneficioso para las empresas.
Paralelamente,
la inversión pública en la sanidad se ha centrado en actuaciones que
aportan imagen de modernización, pero que no ponen en entredicho el
negocio expuesto más arriba. Robotizar ciertos quirófanos o abrir años
después de lo necesario un centro hospitalario no modifica la
arquitectura del sistema sanitario en Euskadi en el que además de
fomentar un negocio con la salud, no se han dado las inversiones
necesarias para pasar de esas 3 a 8 camas/mil habitantes.
Tampoco para
la modernización de la atención primaria, como hemos podido comprobar a
raíz de las denuncias sindicales, la última a finales de noviembre del
2019, denunciando el cierre del PAC de San Martín en Vitoria-Gasteiz, y
que han tenido como consecuencia directa un aumento en la atención
hospitalaria durante la crisis del Covid-19, poniendo en serio riesgo a
pacientes y trabajadores por la masificación de unas estructuras que no
están preparadas para atender a la clase obrera en estas circunstancias.
La educación
no se encuentra en mejores condiciones. Somos la región de Europa con el
mayor porcentaje de educación privada, que además posee la
particularidad de estar concertada en su totalidad. Multitud de
servicios de la escuela pública han sido privatizados. La educación
privada, que representa un 49% de los alumnos matriculados, recibe
subvenciones jugosas mediante esos conciertos.
A pesar de que los
conciertos lo prohíben expresamente, los centros privados cobran por
otros conceptos con los que aumentan sus beneficios. De esta manera,
tenemos a la mitad del alumnado en centros públicos, un 20% Ikastolas y
un 30% escuelas cristianas.
Que el PNV
impulse la matriculación con la patronal cristiana (su verdadera apuesta
educativa) no es de extrañar, dado que es el único partido en el
Congreso que mantiene en su sigla una referencia al catolicismo. El
partido se denomina Jeltzale (Eusko Alderdi Jeltzalea-PNV) y toma el
acrónimo JEL de las siglas Jaungoikua Eta Lege zaharra, que significa
Dios y Tradiciones y es la síntesis del aranismo, pensamiento de Sabino
Arana, personaje reaccionario y racista que es el “alma mater” del
nacionalismo vasco.
Como la
Iglesia Católica, el actuar de este partido es para el “Pueblo de Dios”,
que en este caso es el “Pueblo vasco”, impregnado de una acción
política pastoral con la que pretenden difuminar la lucha de clases en
un falso humanismo de defensa de un pueblo y su cultura. Este interés
por negar que la sociedad capitalista está dividida en clases sociales
con intereses antagónicos sirve para esconder que la ideología
nacionalista es una ideología burguesa, y que cuando habla de defender
al pueblo vasco, en realidad está defendiendo los intereses de la
patronal.
Así, para
poder desarrollar la cruzada a favor de la clase burguesa, no les queda
más remedio que reclamarse como victimas de un maltrato histórico en el
que se borra toda referencia a los señoritos y se subordina todo interés
de clase por un interés interclasista de “Pueblo”, intentando conectar
la memoria colectiva con sucesos remotos, donde es fácil alejarse del
discurso de la lucha de clases.
El PNV
esconde su interés de clase en la actividad política hablando del pueblo
en abstracto y los logros para la burguesía los intenta camuflar como
logros para toda la sociedad. Identifican los avances sociales con la
promoción de la cultura y el idioma, ocultando el negocio jugoso que han
creado tras esa promoción. Para defender los privilegios de la
burguesía, equiparan oponerse a esa red de empresas que se financian
principalmente del erario público con ser contrario a la cultura vasca.
El PNV oculta
hábilmente que es el partido con más donaciones anónimas. También
oculta que posee multitud de fundaciones y asociaciones opacas en las
que trabaja una gran red clientelar que ha creado un enorme negocio
legal e ilegal, como se ha visto recientemente con el suceso en el
vertedero de Zaldibar o las condenas del caso “De Miguel”.
La estrategia
del nacionalismo, además de intentar anular la lucha de clases con la
defensa de la cultura y el idioma, es poner en valor su “mejor gestión”
del capitalismo para atraer a capas de la clase obrera a la defensa de
su proyecto político. Esta práctica es habitual en el nacionalismo
vasco, que repite constantemente el mantra de que “aquí se vive mejor”.
Este
razonamiento, no obstante, es similar al que desarrolla el PP, que
afirma “gestionar mejor” que los partidos socialdemócratas. Este
razonamiento es un falso dilema en el que intentan atrapar a la clase
obrera entre lo malo y lo peor. No existe una gestión buena o humana del
capitalismo, la labor de la clase obrera es acabar con el capitalismo y
construir el Socialismo-Comunismo.
Lo contrario es entrar a gestionar
la miseria y para muestra, el dato expuesto más arriba sobre el ratio de
camas por cada mil habitantes. Tampoco existe una cara amable del
capitalismo por pertenecer a un lugar determinado, la burguesía ha
demostrado en sobradas ocasiones que la lógica que les guía es la
búsqueda de beneficios, y en eso, en explotar a la clase obrera, nunca
existe disputa entre burgueses, más que para un “quitate tú que me pongo
yo”.
Que no existe
una gestión amable del capitalismo lo hemos podido comprobar
recientemente de una manera dolorosa cuando, en plena pandemia, tras
mandar a los sanitarios a trabajar con mascarillas defectuosas, bolsas
de basura y gafas de piscina, el PNV se vanagloriaba de la fortaleza del
sistema sanitario en Euskadi y de su gestión ejemplar.
El paso a la
fase 1 en la desescalada de la pandemia es paradigmático.
En Euskadi se
ha realizado una fase 0 para la clase obrera y una fase 1 para las
empresas, mientras no se cesaba de repetir que “se cumplen todos los
criterios sanitarios”, como si la desescalada fuese algo aséptico en el
que los criterios son únicamente sanitarios y no económicos, apuntalando
la idea de que el Estado está por encima de las clases sociales, y de
esta manera evitar que la clase obrera se dé cuenta que su realidad es
precisamente la de ser un instrumento de explotación de una clase sobre
otra.
De esta manera, se ha primado la apertura de negocios y la agenda
electoral del nacionalismo frente a las necesidades de la clase
trabajadora, que se ha quedado en Fase 0 salvo para ir a trabajar.
Sutilmente, el nacionalismo somete a una criminalización desde los
medios de comunicación a la clase obrera por ciertos comportamientos
insolidarios minoritarios, para intentar culpabilizar de los posibles
rebrotes no a un sistema sanitario ineficaz o a una estrategia de
contención de la crisis sanitaria favorable a las empresas, sino a la
propia clase obrera.
Lo mismo ha
ocurrido con la vuelta a las aulas. El afán por aparentar normalidad en
esa competición interburguesa, con el objetivo de poder decir que “aquí
se vive mejor”, ha provocado un intento de regreso cuanto antes, para,
de paso, aliviar la situación domestica de muchos hogares de
trabajadores y que no se detenga la producción.
También fué
precisamente el PNV, junto con Confebask, la patronal vasca, el que puso
el grito en el cielo para que sus empresas no cerraran, mandando a la
clase obrera a trabajar en condiciones higiénicas lamentables para que
los señoritos mantuviesen sus beneficios.
Dos semanas después, Ortuzar
hablaba del PNV como un Partido “de currelas”, sin importarle que la
ausencia de stock de EPIs a nivel mundial pudiese convertir esa vuelta
al trabajo en una tragedia. Se le olvidó mencionar que el Presidente de
Confebask, Eduardo Zubiaurre, fué presidente del PNV en Eibar antes de
acceder al cargo.
Hoy, esos repuntes en los contagios que nadie se
explica de donde vienen nos confirman que el objetivo nunca fué acabar
con el virus. El PNV ha representado su papel perfectamente. Ha dado una
imagen de constricción católica mientras seguía mandando a los
trabajadores al matadero.
Por otro lado, ha ignorando la autentica
carnicería que ha sucedido en las residencias de ancianos, en esa
estrategia muy común en los partidos burgueses de negar la evidencia
hasta el final.
Sin embargo,
Confebask y el PNV no han criticado ni una sola de las medidas que el
Gobierno ha puesto a disposición de las empresas y que han provocado más
de 26.000 ERTEs en Euskadi, con 187.000 trabajadores afectados solo en
abril. Se han acogido a las bonificaciones que permiten flexibilidad
laboral y pago estatal a la empresa de las cotizaciones, trasladando,
una vez más, el peso de la crisis a los trabajadores.
Tampoco se
han posicionado sobre los 140.000 parados, algunos de los cuales en el
momento de escribir este artículo aún no han cobrado. Al igual que otros
partidos burgueses, sus criticas se han centrado en quien gestiona la
crisis del Covid-19, no para quien se gestiona en esta crisis, en donde
todos están de acuerdo en gestionar para la burguesía.
No debemos
olvidar cuál es la manera de neutralizar esa ideología atrasada y
reaccionaria que anula la capacidad de lucha de la clase obrera. Lo que
no puede soportar el PNV, lo vimos el año pasado en la huelga del Metal
en Bizkaia, es la unidad de los trabajadores.
El constante esfuerzo del
nacionalismo vasco por dividir a los trabajadores para debilitar nuestra
capacidad de lucha tiene que ser respondido por la clase trabajadora
con un primer paso aumentando la afiliación en los sindicatos, para unir
cuantos más trabajadores mejor, porque ya hemos visto que esa unidad es
lo único que pone nerviosos a los gestores de la patronal.
Ese será el
primer paso para construir el país para la clase obrera que queremos,
donde estos chupasangres no tienen cabida.
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