Nuevo zarpazo de pesimismo para la economía española a través de un organismo internacional, en este caso, la OCDE.
Sus previsiones
hacen crujir por todos los lados los números del Gobierno y desbaratan
cualquier atisbo de optimismo mientras España está a la espera de que el ejecutivo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias le
explique la verdad a la ciudadanía sobre lo que está por venir.
Solo
apuntaré algunas cifras de la simulaciones que ha efectuado la OCDE
respecto a cómo puede acabar el año: caída del PIB hasta el 14%,
situando a España a la cabeza del desplome económico y como el país más
golpeado del G-20 si hay un rebrote de Covid-19 en otoño; líder
destacado en desempleo, sin contar los ERTE, que puede elevarse hasta el
25%; incremento del déficit público desde el 2,8% con que cerró sus
cuentas el pasado año hasta un 12,5% en el escenario más pesimista; y la
deuda pública saltaría del 95,5% de 2019 hasta un alarmante 129,5%.
España sufrirá la mayor recesión del mundo industrializado y el PIB ya se ha hundido un 23,3% desde el inicio de la crisis.
Con estos datos, que no son otra cosa que una simulación de lo que
puede llegar a pasar, hay fundamentalmente tres cosas que se pueden
hacer.
La primera, evitar a toda costa un rebrote del coronavirus.
Es necesario ser muy diligentes en la localización de los focos de
contagio que puedan producirse y no bajar la guardia pese al evidente
agotamiento que producen las restricciones sanitarias.
Sobre todo porque
en un país tan dependiente del turismo —y aquí está al segunda clave—
hay que abrir las puertas a la llegada de visitantes, pero es innegable
que el riesgo, inevitablemente, aumentará.
Lo mismo
sucede en el sector servicios, el tercer vector de la ecuación. Turismo y
servicios tienen en común que el contacto físico es más directo, pero
como en un pez que se muerde la cola, sin ellos el desplome de la
economía sería realmente inasumible, y no en años sino, quien sabe, si
en una o dos décadas.
No es España el único Estado que tiene por delante un auténtico vía crucis ya que Francia e Italia no le andan muy a la zaga y también el Reino Unido.
Aunque, en este último caso, al estar fuera del paraguas de la Unión
Europea, deberá tomar sus propias decisiones.
España, Francia e Italia
van en un mismo barco y son pasajeros de segunda a la espera de
qué deciden hacer los que van en sus lujosos camarotes con todos
aquellos a los que la camisa no les llega al cuello.
Tendremos que ver
en qué se acaba traduciendo la voluntad de Bruselas del gran fondo de rescate presentado
y, sobre todo, la letra pequeña del contrato que, al final, siempre
acaba siendo la importante.
El hecho de que Europa siempre sea muy lenta
en todas las decisiones y los resultados no se empiecen a notar hasta
el próximo año puede ser el preludio de un otoño bastante más que
caliente, con empresas que desaparecen y otras que no vuelven a abrir,
convirtiendo directamente a los trabajadores en situación de ERTO
en desempleados.
Dice la OCDE que el comercio sufrió la mayor caída de entre todos los
países durante el confinamiento y eso debería hacernos pensar.
Porque
una cosa es la propaganda y los millones gastados en esta estúpida campaña de Salimos más fuertes y
otra la realidad de las interminables colas de gente buscando
simplemente comida que ya desbordan ampliamente los momentos más
críticos de situaciones anteriores.
El editorial de José Antich
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