Su voto contrario a la retirada de las condecoraciones del torturador
Billy El Niño, rompiendo la disciplina de partido del PP (que se
abstuvo) es una falta de respeto a la dignidad de las víctimas del
franquismo
Cuando Adolfo Suárez Illana decidió romper la disciplina de partido para votar en contra de la retirada de las condecoraciones a Billy el Niño, ayer en el Congreso de los Diputados,
se saltó algo mucho más sagrado que un simple protocolo parlamentario:
quebrantó el respeto a los derechos humanos, la dignidad de los
represaliados por el franquismo y la memoria de un padre que siempre se
significó como un hombre de paz, tolerancia y concordia.
Minutos antes, Íñigo Errejón había lanzado una agónica pregunta a cierto diputado de Ciudadanos
que había tenido el cuajo de bromear con la memoria de las víctimas:
“¿Mi padre no es español? ¿Es menos español que usted? Es tan español
que luchó por la libertad de España y la sangró”, sentenció Errejón poniendo las cosas en su sitio desde la tribuna de oradores.
El ambiente que se respiraba en el hemiciclo era el de las grandes
jornadas para la historia y para políticos valientes comprometidos sin
ambages con la verdad y la justicia. Por lo visto no era el caso de
Suárez Illana. Desde aquel día que le dio la espalda a la portavoz de Bildu,
como un niño enfurruñado, se vio que no estábamos ante un estadista de
talla como fue su padre.
Produce asombro constatar cómo el hijo del gran
arquitecto de la Transición ha salido rana. Se puede
votar en contra del aborto por convicción, de la eutanasia por religión y
hasta del ingreso mínimo vital por devoción neoliberal. Pero oponerse a
que se pueda despojar a un torturador de sus medallas es caer demasiado
bajo.
Lo que se debatía ayer no era una moción más sobre la gestión del
Gobierno en la crisis del coronavirus, ni una sesión de control a los
pactos de Pedro Sánchez con Esquerra o los batasunos, ni siquiera una fiscalización a las purgas en la Guardia Civil de Pérez de los Cobos.
Se trataba simple y llanamente de una cuestión ética, moral, como es
hacer justicia con toda esa gente que tuvo el infortunio de dar con sus
huesos en los sórdidos calabozos de la Dirección General de Seguridad, la cámara de tortura del franquismo ubicada en Puerta del Sol que funcionó a pleno rendimiento durante 40 años.
Puede que Illana (quizá haya que empezar a dejar de llamarlo por el
primer apellido para diferenciarlo de Suárez El Bueno) aún no sea
consciente de lo que ha hecho y dicho, pero no cabe duda de que ha
escrito una de las páginas más infames de la historia de la democracia
española.
Su voto contrario a la degradación de honores a Billy el Niño
es en realidad una palada de tierra sobre los crímenes del policía que
espantaría y abochornaría a su progenitor, al genio de la política, al
demócrata que fue capaz de mantenerse en pie, valiente y firme frente a Tejero, cuando este le apuntaba con una pistola.
Con este hombre obtuso y sectario habría que hacer lo mismo que se hace en Alemania, donde llevan a los escolares a Auschwitz,
una vez cada curso por lo menos, para que vean con sus propios ojos la
terrible pesadilla del fascismo nazi.
Qué lástima que ya no quede casi
nada de aquellas mazmorras de la Real Casa de Correos,
más bien Casa de los Horrores, para que Illana pudiera tocar el vil
electrodo paralizante, las cadenas y esposas colgando de los techos, el
suero de la verdad, el cigarro abrasador de la piel y la bolsa de basura
para las cabezas, métodos de represión tantas veces empleados por los
lacayos de Franco de la Brigada Político Social.
Por aquellos muros pasaron cientos de detenidos, todos ellos defensores de la democracia y la libertad como el comunista Julián Grimau, el mismo presidente Companys o el dirigente socialista Tomás Centeno, este último muerto en extrañas circunstancias en las dependencias de la tenebrosa Dirección General.
Ya en la etapa de Carlos Arias Navarro,
la represión alcanzó cotas de crueldad infinita, como relataba hoy en
una emisora de radio, y entre sollozos y lágrimas, el propio padre de
Errejón.
Tras pulsar el botón rojo y dar su voto negativo contra la justicia y
los derechos humanos, Illana trató de justificar su puñalada trapera a
la Constitución Española (que prohíbe la tortura), a la Declaración Universal de los Derechos Humanos
y a los convenios internacionales firmados por España: “Hoy se votaba
una PNL tramposa, engañosa, en la que tras el parapeto de hechos
lamentables, manipulando los sentimientos de los españoles, se pretende
hacer saltar la Constitución”, dijo Illana tratando de explicar lo
inexplicable.
El siguiente párrafo fue todavía más absurdo que el
anterior al considerar que la propuesta de PSOE y Podemos
para degradar a Billy el Niño “pretende iniciar un camino de
destrucción de la convivencia entre españoles”. En realidad, lo único
que pretendía la iniciativa parlamentaria era hacer justicia moral y
poética con un policía criminal y con sus víctimas (la justicia penal es
ya imposible, puesto que el verdugo murió recientemente a causa del
coronavirus, librándose del Código Penal).
“Comprenderán que personalmente no puedo avalar un atropello semejante,
una trampa de estas características y con una capacidad destructiva de
la escasa concordia que lamentablemente nos queda ya en España”,
argumentó en otra pirueta dialéctica circense.
Probablemente Illana está convencido de que su padre habría actuado
de la misma forma que él, votando en contra de la moción más justa,
noble y digna en cuarenta años de democracia. Si es así es que nunca
llegó a conocer al hombre que lo amó y lo educó o lo que es aún peor: ni
siquiera ha leído sus brillantes discursos.
Suárez es un mito; Illana
ni siquiera es una mala copia de su progenitor. Lo mejor que podría
hacer es dejar la política antes de que termine de arruinar el gran
legado que dejó su padre.
Cuando Adolfo Suárez Illana decidió romper la disciplina de partido para votar en contra de la
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