Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


lunes, 10 de agosto de 2020

Un cuento del revés

cuento

 

 Érase que se era un cuento del revés en el que el rey se convertía en sapo tras robar el beso de una princesa. Y parece que no eran besos lo único que robaba. 


 El robo y el rabo fueron determinantes en el devenir de su estirpe, que contó siempre con el beneplácito de los “genuflexos”, apelativo cariñoso que recibían allí los gacetilleros, cortesanos y demás mamporreros del régimen que, lejos de advertir a la plebe de las fechorías del coronado, reían y encubrían sus chanzas al tiempo que deslizaban sus manos y sus manguitos en las reales escupideras para recoger las monedas que les arrojaba a su paso.


 Un día el soberano descolgó las cabezas de elefante que adornaban sus palaciegas estancias, acomodó delicadamente su colección de braguitas en el baúl forrado de terciopelo azul —regalo de un emir saudí— y se echó a la mar en busca de un paraíso donde disfrutar de las últimas representaciones de la mascarada en la que había convertido su vida y su legado.


Siempre he pensado que peor que te tomen el pelo es que te lo dejes tomar. Y en esas andan algunos en pleno siglo XXI, en tomarnos el pelo mientras esperan que Su Vacuidad se acabe las perdices.


 A menudo los cuentos del revés atraviesan los muros de palacio y se acomodan sigilosos, mentirosos, tramposos, en nuestro cuartito de estar.


 Hace meses que escucho en la radio un anuncio de Legalitas animando a los paisanos a apuntarse a su chiringuito judicial.


 Su cartera de servicios incluye la defensa de los asalariados en situaciones de abuso empresarial.


 De traca. La historia, la experiencia y el sentido común nos dicen que los derechos de los trabajadores o se defienden colectivamente o no se defienden


La negociación colectiva que se cargaron los de la gaviota con su miserable reforma laboral era el único instrumento del que disponían los currelas para plantar cara a la arrogancia patronal.


 Por eso resulta imprescindible enterrarla —la arrogancia y la reforma, las dos cosas—. Los de Legalitas también se saben estas mierdas, pero les da igual. ¿Y si la empresa denunciada contratara los servicios de ese despacho a quién defenderían sus letrados? ¿Al trabajador, al empresario, al que paga la cuota mayor, al que lleva razón, al que la tenga más grande, a los dos?


Para culminar la cabriola de nuestro disparatado cuento va y nos desayunamos con el sapo de que los muchachos de Vox han formalizado la constitución de su brazo obrero, el Sindicato para la Defensa de la Solidaridad con los Trabajadores de España (SPDSTE), con sede en el pintoresco barrio madrileño de Salamanca y cuyo acrónimo me provoca sudores y me retrotrae a la Viena de El tercer hombre, a la Guerra Fría, a las peripecias de un bibliotecario díscolo del este berlinés en el punto de mira de la Stasi.


 Lobos defendiendo a corderos, esbirros de los fondos buitre disfrazados de Peter Pan, arietes del pueblo contra los inmigrantes, contra los diferentes, contra los menesterosos… O sea, lo de siempre. Quien quiera creer esa mierda se tendrá bien ganado —como el rey del cuento— su destino. 


En el mundo del revés que nos ha tocado vivir cualquier día Trump se corta el flequillo, se calza en la testa un pañuelo pirata y se pone a cantar canciones de James Taylor, guitarra en mano, en una boca del metro de Nueva York… 


Y entonces a ver qué cojones hacemos…



 




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