ISABEL II DE BORBÓN
Esta Reina era ninfómana y se tiraba todo lo que se movía la genética no falla nunca.Y tuvo 27 hijos, ninguno de su marido!!
El mismo papa Pio
IX – y no es coña – cuando iba a imponerle la condecoración de La Rosa
de Oro se refirió a ella literalmente con esta frase: “Es puta, pero
pía”.
No destacaba el Pontífice, es obvio, que ejerciera de ramera y
cantara como los pájaros, sino que
combinaba con maestría el arte de ser zorra y la devoción al Altísimo.
Isabel II fue una Borbón que vivió más tiempo en el exilio, orgasmo va,
orgasmo viene, que sentada en el trono de España.
Al parecer, la
Prefectura de Policía de París contaba con una interminable lista de
caballeros, y no tanto, que la gozaron carnalmente con su total
complacencia y dedicación.
Tenía
Isabel 16 años solamente cuando la casan con Francisco de Asís, su
primo carnal y del que no he podido confirmar que le gustaran los
animales, como al santo.
Los que sí le gustaban eran los poseedores de
verga, como dijera Apollinaire.
Que Francisco, al fin, era un sarasa
quien, para mayor desgracia, arrastraba un gravísimo problema de
impotencia y una malformación en el glande.
Ella le llamaba
Paquita y luego le colocaron el apellido de Natillas, seguramente por
presiones de la multinacional Danone...
Insatisfecha Isabel, no tuvo otro
remedio que buscar fuera lo que no tenía dentro y, así, tropezó con
Francisco Serrano y Domínguez, el general bonito
. Y fue de tal calibre
la cosa que la apodada frescachona afirmó: “Montarlo a él fue mi
manantial. Mi balneario”. Cuando este caballero la traicionó, ella
decidió dedicar su vida al fornicio.
Al volver a España tras el exilio,
no mucho tiempo antes de morir, se quejó de que la habían echado de la
patria por tener amantes.
Los hermanos Bécquer escribieron un libro
titulado Los borbones en pelotas pleno de dibujos satíricos, algunos
incluso mostrando coitos de la reina con caballos.
Al rey consorte lo
llamaban “el pajillero de la Corte”. Curiosamente, sabiéndose gran
pecadora, Isabel II acudía regularmente a confesarse con el padre
Claret.
Lógicamente, esas confesiones, que serían un tormento para el
sacerdote, no han trascendido.
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