¡Extra, extra! Ya está en la calle el diario con las noticias más trágicas de ayer, de antes de ayer, las que son antesala de los infiernos de hoy y mañana. Redactadas como usted prefiere, repletas de dedos acusatorios, culpables que están tomando el sol, y todo ello bajo el prisma de un infante que no entiende de diplomacia analítica. Cómprelo ahora, antes de que se enfrie y las letras se endurezcan. Su digestión se lo agradecerá.
- Con esta garra que todo lo abarca, el nuevo Consejo de Administración de Bankia ha succionado, en cuestión de 48 horas, más de 23.000 millones a la Hacienda Pública. No es un empréstito, dicen, sino cesión de nueva deuda pública emitida que se entrega a una entidad de crédito nacionalizada para su venta y saneamiento. El BCE parece que no opina lo mismo, que ya se ha cansado de terminologías adulteradas para que el cerramiento del fraude continúe sellando sus rendijas de trampa miserable. Toda la clase política tradicional, cobarde y entregada al capital, calla o miente, dulcifica las grietas kilométricas de la estafa por si tropieza, resbala, y acaba perdiéndose dentro de alguna por el fin de los tiempos.
Joan Tardà, de ERC, advierte que los ex directivos del conglomerado de Cajas de ahorros liderado por CajaMadrid no deberían estar tranquilos. Los que desde luego se encuentran aterrorizados son los más de 17 millones de clientes que ya no se fían ni del Fondo de Garantía de Depósitos, ni de las soluciones nada preferentes de los nuevos directivos, mucho menos del panorama en el que sus escasos ahorros parecen más rentables entre las plumas de un colchón que al cobijo de una cueva de ladrones con la calculadora atascada.
Cuando el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, correteaba torpemente por aldeas compostelanas, tal vez nunca imaginó que la ambición hueca sería parte de su paisaje en la madurez. Por fin, esta semana ha decidido, tal y como ha afirmado, coger el toro por los cuernos, pero no con el ánimo de arrastrar a su particular fiera hacia el corral, sino más bien parecía que hacía referencia al atrevimiento de mostrarse solo y en público, expuesto a los medios de comunicación y sus cuestiones como una excepción de su rajoynado.
El presidente del Ejecutivo contestó a todo con un léxico catatónico, herido de muerte por todos los flancos, sin contenido. Papeles va, documentos viene, mucho leer y mucha muletilla reafirmante, pero imposible sacar nada en claro de aquel al que su obsesión por alcanzar el poder le ha llevado a asegurar soluciones donde sólo se vislumbran nuevos enredos. Aturdido por una experiencia tan insólita como responder preguntas y tener que dar respuestas, sólo dijo que el banco de sus amores (y cada día el de más populares) no iba a caer porque él y su gente son tipos responsables. Añadamos: y si no lo son y sigo despistado, ya me escribirán otro tomo de respuestas tipo, que este test lo supero, mire usted, como dios manda.
A todas éstas, el Gobernador del Banco de España, tras obsesionarse con hacer paquetes de Cajas cual especulador, poniéndole lazos a activos tóxicos para su venta en el mercado de los embusteros, y destruir a las entidades de ahorro que hacían sus deberes y su responsable reinversión social, ahora tiene su corazoncito dañado y ha solicitado explicar su labor frente a los representantes de la soberanía popular. Pero, pobre diablo, a estas alturas del cuento, tras hacer la cobertura y romper el fuera de juego a propios y extraños, parece que no se ha dado cuenta que tras el latrocinio los rateros toman vías de huida divergentes, y uno no puede quedarse a las puertas del establecimiento saqueado para contar que pasaba por allí.
El ministro de la cosa económica, Luis de Guindos, y se supone que sus adláteres de ábaco estropeado, le han dicho que no hay tiempo para protagonismos sin fundamento, que lo hecho, hecho está, y que calladito más bonito. Como Fernández Ordóñez, fundador de la España bancarizada, debe creer que posee algo llamado principios, ha tomado las de VillaRato. Sólo queda por cuantificar a cuanto se paga el kilo de desguace cajero en el mercado de las indemnizaciones.
Y aprovechando que el jefe ha salido a comprar tabaco, el gremio de inspectores y analistas varios del Banco de España se ha atrevido a levantar la voz de la dignidad corporativa, asegurando que ya están hasta el gorro de la duda que les han colocado sobre sus intachables informes y gestiones. Básicamente, lo que vienen a afirmar los cualificados trabajadores del organismo es que se ha jugado con su credibilidad como baza para tener un enemigo al que fustigar cuando los naipes vienen mal dados. Y, a lo peor, puede ser hasta cierto que sus diligencias y auditorias en los procesos de, ejem, reforma financiera, hayan resultado impecables, pero entonces tendrán que continuar esta protesta por el sendero de Yo acuso, y explicar a la opinión pública como la perfección contable puede derivar en la salida a bolsa de dos quesos de gruyere, uno intervenido (Bankia), el otro corriendo a los brazos del redentor (Banca Cívica), o en la inviabilidad de prácticamente todos los collages de Cajas reunidas como entidades solventes y competitivas a medio plazo.
Pero dejemos de lado a tanta gente honorable y pasemos a hablar de los verdaderos criminales. El cantautor Javier Krahe ha tenido el honor de estrenar el artículo 525 del Código Penal y rendir cuentas de su ingrata blasfemia contra el sensible sentir de la comunidad católica, a cuenta de un documental casero que explica como cocinar, en sencillos pasos, un indigesto cristo crucificado. Algo tan deliciosamente cutre debe haber conseguido, gracias a la excelsa publicidad obtenida por este disparate procesal, un número de visionados impensable, que hará las delicias culinarias en el arte de hornear para todos aquellos que posean un estómago a prueba de clavos y un sentido del humor que no es de este mundo reaccionario. Total, que con la Fiscalía dando un kilométrico paso al costado y la defensa aguantando el papelón de esta farsa inquisitorial al reo equivocado, todos los ciudadanos vemos perder el tiempo y el dinero de un juzgado que debería estar en aquello de recibir y entregar justicia. Brassens ya se lo advertía a su alumno aventajado, de los jueces no hay que fiarse.
Jueces que, cuando llegan a la cúspide del estamento togado, extenuados frente a tanto impartir justicia aquí y allá, necesitan vías de escape. Sabiamente, el presidente de la judicatura patria, ha sabido equilibrar su estresante responsabilidad decisoria y, aunque los recursos se amontonen durante décadas en los pasillos de los tribunales, ha optado por establecer regulares reuniones de alto nivel en hotelitos de un puñado de estrellas por la costa marbellí. Que Carlos Dívar no considere a bien explicar quien era su partenaire a la luz de los candelabros en la Costa del Sol ó qué opina del gasto que supone al contribuyente sus desplazamientos con escoltas, chófer, suites y demás zarandajas debemos entenderlo como un culto a la sana ignorancia.
Ellos saben lo que se hacen. Tan unidos están que siete de los doce miembros del CGPJ están junto a su viajero Presidente, mientras que cinco exigen su dimisión. Un didáctico ejercicio de cómo hemos dejado deconstruir nuestros poderes públicos.
Y es que perdemos el tiempo con tantas dudas sobre nuestro sistema de justicia. Con lo que podríamos aprender de las prácticas y metodología del gobierno colombiano durante los mandatos del íntimo amigo de José María Aznar, Álvaro Uribe. Usted le promete a cualquier campesino, desempleado ó elemento despistado que no le parezca necesario para el glorioso futuro de la patria, un trabajo estable. Eso sí, a unos cuantos kilómetros de su empobrecido hogar pero que no se preocupe, que su generosidad es tal que se encarga de trasladarlo y ponerlo a la puerta del oficio. Ya por el camino, cuando los matorrales y la vegetación den sensación de territorio guerrillero, le ejecuta a sangre fría, lo disfraza de maligno revolucionario, le coloca el arma del delito entre las manos y lo retrata junto a unos cuantos más incautos desangrados.
Desde la Presidencia uribista, pasando por los más altos mandos militares, le plagarán el uniforme de condecoraciones por su aportación al fin del terrorismo. A su vez, la cuna de la democracia que se encuentra un poco al norte, encantada ante su implacable defensa de la justicia y la verdad, le surtirá de los dólares suficientes para mantener la maquinaría. ¿Qué ahora la sociedad reclama banquillo para los que planearon el exterminio de miles de ciudadanos? Qué falta de pragmatismo.
Hay tantos bancos donde sentarnos por primera vez…
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