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domingo, 17 de junio de 2012

"Cenamos leche, pero a ella no le falta nada" POBREZA INFANTIL EN EUSKADI

Convencidos de que "la unión hace la fuerza", Javi, de 30 años, y Clara, de 28, confían en poder superar la precaria situación en la que viven con su hija de 5 años.
Convencidos de que "la unión hace la fuerza", Javi, de 30 años, y Clara, de 28, confían en poder superar la precaria situación en la que viven con su hija de 5 años. (Pablo Viñas)



Clara y Javi tienen una hija, un bebé en camino y no ganan siquiera para llenar la nevera



Javi Trabajador de la construcción Clara Empleada de hogar
Bilbao


En casa de Clara y Javi ya no se enciende el horno, ni se recargan los móviles, ni se planchan los pantalones vaqueros. Se gasta lo justito y ni siquiera eso lo pueden pagar. Padres de una niña y con otro bebé en camino, juntan a duras penas los 650 euros del alquiler del piso y llenan la nevera, es un decir, gracias a la familia y los amigos. "La madre de Javi muchas veces me llena de tuppers. Me dice: Preparo lentejas y llevas para una semana. La hermana nos da fruta. Una amiga me suele dar caldo, fideos y queso. Otra, huevos y natillas. Por lo menos, hambre no estamos pasando", se consuela ella. Hambre no, pero casi. "Muchas veces nosotros cenamos leche, pero a ella no le falta nada. Si en la casa donde trabajo me dan un filete que sobra, se lo traigo a ella. Luego te da un abrazo y un beso y te olvidas de que no has comido o no has cenado lo mismo que ella".

Sobre el dintel de la puerta de la sala, pintada de verde esperanza, cuelga el letrero Welcome. La palabra cobra, en este hogar bilbaino, todo su sentido, porque para Clara y Javi todo es bienvenido, desde una visita hasta una maleta con la rueda suelta o una bici de niño, que están pensando en pintar de rosa. Son especialistas en reciclar. "Estos días que ha hecho mucho calor, la niña no tenía ningún short. Le corté dos vaqueros, le pegué en los bordes unas tiritas que compré en los chinos y le dije: Mira, pues ya tienes dos y son diferentes", cuenta ella, capaz de reconvertir un abrigo de la talla 12 para una niña de 5 años.

Pero por más que haga magia con las tijeras, esta empleada de hogar que gana 420 euros al mes no tiene trucos para todo. Su pareja, un instalador de pladur en paro que hace "chapucitas" de vez en cuando, apenas puede aportar, en el mejor de los meses, unos 280 euros. El alquiler se zampa todo el presupuesto, así que no les queda más remedio que decirle a la niña que no cuando pide ir al Burger King o a un txikipark o comprar yogures de marca o "la Nocilla buena". Las comparaciones con los compañeros de la escuela no ayudan mucho. "Le cuentan que tienen las Monster High y ella tiene la muñeca que le da la vecina".

Cuando la pequeña duerme -como ahora, porque tiene anginas- Clara y Javi se desahogan. "Dices: A ver cuándo la puedo llevar a tal sitio, a ver si le puedo comprar tal cosa, pero ves que no te queda nunca, porque primero hay que cumplir la responsabilidad de pagar el alquiler". Mientras sueñan con llevar a la cría al cine o a Cabárceno, tratan de no perder el ánimo. "Cuando uno cae, el otro le levanta y al revés", confiesa Clara. En febrero Javi estuvo a punto de desesperar ante la falta de faena. "Tuve miedo porque pensaba: Joé, si viene ahora el bebé, mira cómo estamos, pero luego me han empezado a salir trabajitos y para mí es una alegría", admite él, mucho más parco en palabras.

Pese a los apuros económicos, en esta casa no se escatima en sonrisas y tampoco se oye una voz más alta que otra. "No discutimos. No merece la pena. Es mejor superar las cosas juntos", asegura Clara. Además, dice, por lo menos tienen salud. "La niña no se ha quemado ni se ha fracturado nada, Javi tampoco ha tenido ningún accidente... No llegas a una cosa, pero estás ahí, raspando para llegar, y al final, pidiendo aquí o allá, llegas".

Javi se crió en San Francisco


"Mis hermanos recogían cartón por la calle con mi madre"
Sentados en la mesa de la cocina, en esa en la que Clara hace limonada y tortilla para llevar al parque el fin de semana, desmenuzan su pasado. Nacido en una familia numerosa del barrio de San Francisco, Javi ha mamado de vacas flacas casi toda su vida. "Somos nueve hermanos. Yo era de los pequeños, pero los mayores, en los 80, iban a recoger cartones por la calle con mi madre. Han luchado mucho. Ella nos ha sacado a todos adelante". Y aún hoy tira del carro. De hecho, una hija ha tenido que regresar con el nieto a la casa familiar. La crisis, maldita sea, también torpedeó la línea de flotación de Javi, que trabajó en la construcción hasta 2008. "En 2009 empezó a caer todo. Además, un hombre que nos daba trabajos nos dejó un pufo de 13.000 euros y eso también nos hizo bastante daño".

A Clara, que nació en Paraguay, también se le complicó la vida de un día para otro. "Perdí a mi padre, que era el único que trabajaba en casa, mi madre cayó en una depresión y yo tenía una niña de ocho meses. Vine por necesidad". Solo la penuria explica que se separara de su hija para trabajar a miles de kilómetros como empleada doméstica. "Lo llevaba mal porque un pedacito de mí no estaba conmigo. Decía: ¿Valdrá la pena que estés trabajando y mandándole y no la conozcas, no la abraces, no le des un beso?". Y así cinco años, con el nudo de la incertidumbre en la boca del estómago. "Cuando fui a por ella tenía mucho miedo porque no sabía si me iba a querer. Hablábamos, nos veíamos por internet, pero temía que me rechazara.

 Para mí la alegría más grande fue que me cogió y no me soltó más. Ahí le di gracias a Dios por la educación que le ha dado mi madre: Es por ti. Trabaja por ti. Mira, esto te ha mandado tu mamá... Estoy muy agradecida porque lo llevé tan mal tantos años...". Una vez en Bilbao, la familia de Javi la acogió con los brazos abiertos. "Llegamos aquí y no tenía ni una braguita para ponerse. ¡Le hizo una ilusión que le regalaran bragas y camisetas y una pizarrita!".

Ahora que la tiene cerca, en carne y hueso y en papel, porque hay fotos de ella por toda la casa, Clara pierde el sueño por mantener su bienestar. "Antes Javi trabajaba más y allí a ella no le faltaba de nada, pero de repente ha caído todo y la preocupación de todos los días es a ver de dónde vas a sacar y llevar para la merienda".

A la espera de recibir alguna de las ayudas que han solicitado -de momento solo les han concedido la beca del comedor- se aferran a quienes les tienden la mano. "La hermana de Javi nos suele invitar a comer los fines de semana. Suerte que tiene una familia numerosa y si no tiene uno para darte, tiene otro", agradece Clara. El colegio aporta su granito de arena. "La monja nos dio un uniforme, un pantalón para Javi y una chaqueta para mí". También Cáritas Bizkaia arrima el hombro, ya que la niña acude a uno de sus proyectos de apoyo socio-escolar. "Estudia euskera, matemáticas, lectoescritura y hay un momento en que meriendan y juegan todos juntos", explica.

Clara trajo a su hija de Paraguay
"Si esto no levanta en dos o tres años, yo aquí no veo futuro"
Javi tiene los brazos color bermellón. Se los quemó el otro día, reparando los aleros de un caserío en Derio. Hacía "un día de Sevilla", llevaba camiseta corta y no está el bolsillo como para protector solar. "Es una persona muy sacrificada. Si tiene que trabajar un domingo o de madrugada, aunque paguen poco, lo hace. Si le dan veinte euros, pues veinte euros que tiene, en vez de cruzarse de brazos en casa", le alaba Clara. Quizás por lo trabajador que es, ella confía en que las cosas les vayan mejor. Más que nada porque en unos meses tendrán otra boca que alimentar. "Un niño es una alegría. Esto va a salir bien y traerá algo bueno. Seguro que después de todo esto viene algo bueno", repite ella como si fuera un mantra.

En las vacaciones, tal y como está el percal, ni piensan. "Yo con poder pasear por las fiestas de Bilbao me conformo y digo pasear, claro, porque si vas a las barracas...", comenta Javi. Los fines de semana los pasan de parque en parque. "Ponemos una toalla y jugamos a las cartas o a muñecas. No tenemos dinero, pero salimos a la calle igual, porque si te quedas en casa, te deprimes", dice Clara, que, aun sin mucho donde elegir, da muestra de su hospitalidad. "Ay, no te he ofrecido nada. ¿Quieres agüita?", pregunta afable, mientras sirve dos vasos para Javi y para ella.

Duele ponerse en lo peor, pero la fatalidad serpentea entre las patas de la mesa. "Si esto no levanta en dos o tres años, yo aquí no veo futuro, porque llevamos seis meses dependiendo casi de la familia y no podemos estar así siempre", reconoce Clara, aparcada por un instante su sonrisa. Si ese horizonte empañado no escampa, no les quedará otra que irse a vivir con su familia a Paraguay. "Veríamos roto nuestro sueño de estar juntos aquí. Yo he traído a mi niña pensando que las cosas van a ir mejor, pero si no, tendremos que volver a cargar la maleta y marcharnos".

Arantza Rodríguez -




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