Un hombre se tira por el balcón en Valencia antes de ser desahuciado.
El vecino, de 50 años, se lanzó desde el balcón del segundo piso y permanece hospitalizado. Su esposa, que sufre depresión, se encontraba en la cama cuando su marido saltó a la calle.
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El vecino, de 50 años, se lanzó desde el balcón del segundo piso y permanece hospitalizado. Su esposa, que sufre depresión, se encontraba en la cama cuando su marido saltó a la calle.
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Un hombre permanece hospitalizado a consecuencia de las heridas que sufrió tras tirarse desde el balcón de su vivienda de un segundo piso en Burjassot (Valencia) cuando iba a ser desalojado de la vivienda por una comisión judicial.
Fuentes de la Policía Local de Burjassot han informado de que el suceso de produjo sobre las 10.30 horas del jueves en el Barrio de Nucli Antic del municipio.
Cuando llegó al lugar una comisión judicial que tenía orden de desalojar a la familia, acompañada de una patrulla de la Policía Local, el hombre, de unos 50 años, saltó desde el segundo piso, donde está situada la vivienda de la que iba a ser desahuciado.
En ese momento estaban en el domicilio su mujer, en la cama al estar medicada por una depresión, y uno de sus hijos, según las mismas fuentes.
Las fuentes de la Policía Local han informado de que el hombre cayó de pie en el suelo, pero al rebotar se golpeó en la cabeza y quedó semiinconsciente. De inmediato se acercaron miembros del cuerpo de bomberos, situado en las proximidades de la vivienda, y atendieron al herido, que fue trasladado al Hospital La Fe de Valencia donde, según las fuentes policiales, se encuentra fuera de peligro.
Saltó desde el segundo piso de su vivienda, fue hospitalizado y se encuentra fuera de peligro.
Casi un millón de menores de 25 años no tiene trabajo. Uno de cada seis parados es un joven.
La familia real tiene una sensibilidad única para calibrar las desgracias ajenas, una especie de sismógrafo que conecta directamente el corazón con el dolor del pueblo: debe de ser la sangre azul, otra hipótesis misteriosa que ningún científico ha demostrado todavía. Hace un par de días el príncipe Felipe le estrechó la mano a una mujer que en realidad le estaba pidiendo limosna; la mendiga tuvo suerte, si en vez de Felipe sale Urdangarín, le rebaña la mano.
Y ayer mismo el rey, en una de esas opíparas comilonas en la que se desloma a trabajar, dijo que las medidas de Rajoy “ya están dando sus frutos”.
Lo dijo en la India, tierra de plantas exóticas y elefantes domésticos, casi al mismo tiempo en que un pobre hombre decidía ahorcarse en su librería del barrio de La Chana, en Granada, justo antes de que lo echaran como un perro a la calle. Un hombre de cincuenta y tres años acorralado por las letras, exprimido y desesperado, que no vio otra salida que la soga y que, con el bajo continuo y lúgubre de su balanceo, le dio al oportuno comentario real su auténtico significado. He ahí los primeros frutos de Rajoy, de Montoro, de De Guindos, de Merkel, de la política de austeridad y de las ayudas a los bancos. He ahí la gran cosecha otoñal que se avecina.
En 1939, en el Café Society de Nueva York, Billie Holliday, se atrevió a cantar Strange Fruit, la balada más escalofriante del jazz, una canción que habla de los extraños frutos que penden de ciertos árboles del sur, con sangre en las raíces y en las ramas, extraños frutos que no eran más que negros ahorcados. Siete décadas después, el rey de España interpreta la versión más cínica, austera y posmoderna de esta elegía al linchamiento, una versión sin música, sin acompañamiento, sin apenas estrofas, sin conciencia siquiera.
Siete décadas después la canción que compuso Abel Meeropol como testimonio y denuncia de la violencia racial, ha ido adquiriendo lecturas insospechadas: al fin y al cabo es lo que pasa con las grandes obras de arte, que el tiempo les sopla nueva vida.
O quizá sean los pobres quienes también han empezado ya la metamorfosis: se les va oscureciendo la piel, van ingresando en otra raza, en otra casta, la de los deshechos de la Historia, los ceros a la izquierda, las cifras que nunca cuentan y nunca contaron. Para que la sincronía fuese perfecta, el hombre debería haberse ahorcado de un árbol y el rey tendría que haber brindado acompañado de un piano, pero rara vez la realidad se atreve a tanta simetría. Cerca no sonaba ningún blues. Esta vez Strange Fruit tenía un lejano eco de guitarras, de lágrimas roncas y de aliento gitano.
Billie Holiday Strange fruit. (subtitulado español)
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